Escribir sobre la ausencia siempre es difícil. En ocasiones puede llegar a ser un ejercicio liberador y en otras hasta traumático y perturbador.
Para el venezolano este proceso de adaptación en torno a la ausencia ha llegado con una velocidad demoledora.
Es una realidad que nos ha tocado directamente a todos; sin importar cuál sea nuestro género, edad, religión o tendencia política. La ausencia es ya en sí misma una presencia que nos dice: acá estoy, quieras o no; acá estoy.
Hay frases del creador y artífice de estas ausencias que ahora vivimos que quedaron grabadas en el imaginario de la sociedad venezolana. «Más nunca volverán» o «Venezuela cambió para siempre» representan una realidad incuestionable en la actualidad.
Realmente el país cambió para siempre y hay algunos, no sabría decir cuántos, que más nunca volverán.
El familiar que muere en una gélida e impersonal camilla de una emergencia de un hospital por no poder hacerse una simple sesión de diálisis, quimioterapia o incluso porque no llegó nunca una ambulancia, por falta de repuestos, para un traslado desde un ambulatorio cualquiera.
No basta morir, quedarse o marcharse; en líneas generales todo el país se ha convertido en una ausencia que nos golpea cada día con una crueldad que llega a parecer en ocasiones hasta infinita. Incluso los que optan por quedarse o marcharse y que intentan retomar o continuar una cotidianidad maquillada en las redes sociales como en Facebook o Instagram son una muestra de cuánto puede llegar a pesar la ausencia.
Es una realidad que ya no disimula, se ha vuelto una cotidianidad y una rutina para todos.
En el libro La insoportable levedad del ser del escritor checo Milán Kundera, sus protagonistas huyen, literalmente hablando, de un país sometido por el comunismo ruso; Tomás y Teresa cruzan la frontera hacia Suiza solo con su pequeño perro. A pesar de estar en un país extraño, ambos comienzan a ejercer sus profesiones: él médico y ella fotógrafa. Sin embargo, estando allí en ese exilio forzado no logran adaptarse y terminan por regresar a su país por varias causas, pero una de ellas es precisamente el terrible peso que tiene en nuestras vidas la ausencia.
En un bar cualquiera de este exilio personal me atiende Francisco o Paco, como dice que lo llaman acá en Madrid. Es uno de los tantos venezolanos que me consigo en esta capital que me recibe quién sabe por cuánto tiempo. Paco es quien nos ofrece la carta, apenas emite un sonido reconozco en su voz sus raíces.
Engancha de inmediato y suelta su testimonio. Sí, su testimonio. Ya todos tenemos una historia que contar. Historias cargadas de melancolía, tristeza, ímpetu y optimismo. Pues sí, optimismo.
Todas esas emociones y sensaciones que mezclamos en historias que no nos cansamos de contar. »Fui en diciembre a casarme con la que hoy es mi esposa, pero el mismo día del matrimonio en el hotel nos robaron a todos. Ella aún sigue allá y yo espero poder traérmela», dice con melancolía.
En la mesa sentimos ese peso, esa carga que representa la ausencia y nos solidarizamos con su historia. Por supuesto, él hace lo mismo con las nuestras. Como ya les dije: todos tenemos un testimonio.
En mi caso, desde el 10 de julio de 2017, es una fotografía. Allí está reflejada toda mi historia. Es lo que representa esa imagen donde se puede calcular el peso de mi ausencia.
Al escribir estas líneas no puedo dejar de pensar en Tomás y Teresa, de esa insoportable levedad que representa el ser y del inmenso peso que tiene la ausencia.
Nos despedimos de Paco con esas frases que se han vuelto cotidianas y que nos ayudan a mantenernos en pie.
@andresvzla1975