La “troika” gubernamental espuria, falaz e ineficiente que tomó por asalto el poder en nuestro país, ha gobernado de la peor forma posible. El régimen, a través de sus múltiples errores, equivocaciones, intrigas e infamias, ha generado en el ánimo de la población gran desconfianza, escepticismo y la impronta de un presente y un futuro inciertos, azarosos e inconvenientes que han erosionado y profundizado el deterioro de la calidad de vida de una gran mayoría de la sociedad civil venezolana.
Con sus recurrentes desaciertos, el régimen ha implantado una sociedad que hoy por hoy carece de todo lo necesario para vivir dignamente, sin hambrunas, angustias ni resentimientos. Una sociedad que se ha vuelto suspicaz hasta lo indecible y que sufre a diario la mayor perversidad del régimen: destrozar el poder adquisitivo del ingreso de los venezolanos y no hacer nada ante los desequilibrios crecientes y recurrentes de las variables económicas que destruyen e impiden el desarrollo del talento, la capacidad y la aptitud para la exitosa realización y concreción de nuestros esfuerzos para alcanzar una forma de vida mejor. Igualmente, es de gran perversidad gubernamental la actitud de rechazo y bloqueo sistemático a la ayuda humanitaria que nos ofrecen desde el exterior países y organizaciones internacionales. Esta irresponsable inacción gubernamental para adoptar las medidas destinadas a morigerar y compensar las negativas consecuencias de una desbocada hiperinflación y de la creciente escasez de bienes de primera necesidad y medicinas es, por decir lo menos, criminal. Hay que recalcar que las inevitables correcciones que demandan los desequilibrios macroeconómicos son causadas, precisamente, por la extendida incapacidad administrativa gubernamental, por el malbaratamiento de los ingentes recursos recibidos por el país y por las malas y equivocadas políticas que ha venido aplicando. Esa actitud de indiferencia ante la hecatombe nacional adoptada por el gobierno ha tenido como únicos resultados: el establecimiento de más represión a los opositores y más opresivos controles a la ciudadanía, más encarecimiento y devaluación de nuestro signo monetario, más corrupción, más falta de incentivos para la inversión, más desempleo y escasez, mayor vulnerabilidad de una economía altamente dependiente del comportamiento de las exportaciones de petróleo y, por si fuera poco, mantiene abierta la senda a futuras devaluaciones adicionales como ya ha ocurrido, durante los largos años en que ha gobernado. Es decir, en lugar de solventar los serios desajustes económicos que padecemos, el gobierno, por el contrario, los profundiza y cierra las posibilidades de recuperación, lo que peligrosamente nos acerca, aún más, a la noción de una economía miserable, colapsada y un país fallido.
La ingente propaganda del régimen tiene como finalidad esconder la terrible realidad de que los proventos que percibe no alcanzan para mantener el enorme gasto fiscal en el que incurre y para honrar las deudas, y, por eso, ladinamente enmascara que continúa emitiendo dinero inorgánico que, ciertamente, no le resuelve los problemas sino que alimenta la hiperinflación que padecemos. Pretende ocultar que sus desesperados intentos de obtener recursos externos solo han obtenido un estruendoso fracaso. Esa es la secuela de su incompetencia y la desestabilización funcional a la que sistemáticamente el régimen ha sometido a la iniciativa privada y al aparato productivo nacional, y cuyos efectos se expresan en una recurrente caída del PIB, baja productividad, desestímulo a la inversión nacional y foránea, pérdida de empleos y de la capacidad competitiva de la industria y el agro, la desaparición física de muchas empresas, tanto por su vulnerabilidad operativa como por las expropiaciones, y un enorme endeudamiento improductivo y dañino que no ha aportado nada positivo a la calidad del desenvolvimiento económico.
En el orden político, el terrorismo de Estado, el feroz e implacable acoso y persecución de la ciudadanía opositora y a sus organizaciones, las torturas, las muertes “accidentales”, el exilio, la desacreditación moral, las constantes amenazas, el engaño, la desinformación mediática y la falaz adulteración de las tristes realidades que vivimos han sido otras de las perversidades como la “troika” ha manejado su relación con los venezolanos y, particularmente, con esos millones de personas que le adversan.
El que se fue, para no regresar nunca más, es el gran responsable de esta caótica situación. Los actuales segundones que conforman la “troika” tratan, por todos los medios lícitos e ilícitos, de continuar gobernando, pero ayunos de ideas y “auctoritas” y pletóricos de mentiras y banalidades. Por sus propias carencias no han podido ni podrán superar la grave crisis que causaron. Salta a la vista que no están resolviendo los problemas, que su tiempo ya pasó, que se han convertido en una pesadilla viviente y que ha llegado el momento en que deben irse del gobierno. Ya no les es posible seguir engañando al sufrido pueblo, y este, finalmente, se desengañó, se dio cuenta de que el modelo del régimen es una utopía perdida e insostenible que hay que desechar.