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Permiso de altura

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El señor me abordó en la plaza de Usaquén, el frío era tremendo y él apenas tenía una franela y una chaqueta de blue jeans. “Disculpe, señor. ¿Me puede ayudar? Soy venezolano, caminé desde Cúcuta hasta Bogotá con mi esposa y un hijo”. Lo sorprendió que le preguntara de qué parte de Venezuela era, como poniendo en duda la historia. Me respondió: Soy de Caracas, de Casalta, ¿conoce? Le respondí sin detalles que sí. Lo increpé: Por qué no trabaja en vez de pedir. Me confirmó que era obrero de la construcción: “No he podio emplearme porque no tengo el permiso de altura. Cuesta 300.000 pesos y estoy tratando de conseguir dinero para ello”. No quise insistir ni sospechó mi origen, y dudé de que existiera tal permiso. Indagué sobre el asunto. Ciertamente, en Colombia los obreros necesitan un permiso para trabajar en alturas.

Una pequeña historia de las miles que viven los emigrantes, de todas partes del mundo. Los que salen de Venezuela a Colombia y al resto del mundo; los que caminan meses desde países de África hacia Melilla, en España; los hondureños que caminan hacia el norte, rumbo a Estados Unidos o México. La necesidad los empuja.

Lo cierto es que es un drama humano que ha existido siempre y en muchas modalidades, todas dramáticas, llenas de historias paralelas y sufrimientos. Toda movilidad migratoria genera desesperación humana, angustia y maltrato. La emigración no es solo del que se va, sino de los familiares que se quedan; se estresan todos por igual. La separación forzada de seres queridos genera frustración; el miedo a fracasar, la ausencia de oportunidades, no tener dónde vivir, qué comer; en fin, condiciones que convierten al emigrante en sujeto de las mayores preocupaciones y esfuerzos internacionales para contribuir a su debida incorporación a los nuevos destinos.

No debemos olvidar que en el mundo hoy 1 de cada 100 personas son desplazadas; existen 68,5 millones de refugiados, 25 millones que huyen de conflictos y persecución, varios millones de venezolanos han partido en las ultimas 2 décadas, y al final del camino son pequeños porcentajes los que regresan a sus países de origen.

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