COLUMNISTA

Periodismo

por José Rafael Avendaño Timaury José Rafael Avendaño Timaury

Cuando comenzó el mandato de lo que algunos insisten aún –muy pomposamente por lo demás– en denominar la quinta república, Venezuela contaba con innumerables medios de comunicación social. Los tradicionales representados por periódicos, semanarios y revistas. Los que se emitían a través de las llamadas “ondas hertzianas” y por los diversos medios televisivos. Independendientemente de las características propias de los mismos (entretenimiento en general, deportes, farándula, etc.) donde el periodismo a través de los “fablistanes” –en el mejor sentido del término– constituye el cimiento y una fuente insoslayable de carácter informativo y formativo. Al igual que los opinadores cotidianos o columnistas. Muchos de estos últimos no ostentan la cualidad formal de ser comunicadores sociales, cuyo título se deriva como consecuencia de la formación universitaria. Todos constituyen sin duda alguna un baluarte cierto para la formación de la opinión pública.

Conocemos y damos por hecho que los periodistas y opinadores necesitan de los medios necesarios para cumplir a cabalidad su rol. Para ello es menester contar con el instrumento idóneo (escrito, televisivo y radial) y poder así cumplir con los propósitos  previamente establecidos. Crear el instrumento y así establecer y cimentar apropiadamente el plan estratégico diseñado es obra de empresarios. Para ello es necesario utilizar órganos con personalidad jurídica propia a través de los mecanismos jurídicos asentados en el Derecho Mercantil. Una vez constituida la empresa o sociedad mercantil (no siempre sus dueños y promotores son periodistas) se procede a iniciar la encomiable aventura.

Los objetivos o misión de la empresa son siempre disímiles. Quizás tienen un loable mínimo común denominador: informar con objetividad, veracidad y crear opinión pública. De igual modo (y no es criticable en modo alguno) el de obtener ganancias monetarias lícitas. También muchas de las cabezas empresariales –dentro de los particularísimos propósitos estratégicos establecidos– aspiran a constituirse en una especie de pivote generador de influencias políticas, económicas y sociales. Las que otorga sin duda alguna el denominado “quinto poder”. De tal manera que  les permita incrementar –dentro de determinados parámetros– su patrimonio. En este último tópico surge recurrentemente la eterna contradicción existencial universal entre la ética –postulado como un valor irrenunciable en la formación de la condición humana integral– y las siempre tentadoras y humanas ganancias materiales. Muchas de estas últimas suelen estar ubicadas en “el filo de la navaja”. Al no ceñirse puntualmente a la legalidad los detentadores de dichas ganancias son sancionados por el derecho penal.

Las “distorsiones republicanas del periodismo” como factor de presión político ya lo habíamos constatado en los últimos veinte años de la democracia establecida el 23 de enero de 1958. Dos conocidas “cadenas” periodísticas habían “descubierto la pólvora” y venían recibiendo –como contraprestación indigna– retribuciones económicas y políticas como pago por sus indignidades. Por su falta de equilibrio informativo y manipulación en la línea editorial. Este desbalance comunicacional era y es a todas luces ostensible. De igual modo las radioemisoras y televisoras –con sus propias características– hacían uso del “corazoncito” que todos llevamos dentro como elemento definidor en sus conductas; no muy discretamente que digamos.

Entre 1948 y 1958 (gobiernos de milicos) la dictadura militar utilizó la siniestra figura del censor. A Vitelio Reyes (“el hombre del lápiz rojo”) le cupo el deshonor de ejercer a cabalidad tan repugnante oficio. El Nacional burló –en una oportunidad– el oprobio y publicó la foto de la Junta de Militar de Gobierno con el título de “Los tres cochinitos”. La humorada –con innegable valentía– le ocasionó la suspensión del tiraje por varios días. En aquella oscura y siniestra época no había modo de publicar información o artículo alguno en la prensa si no habían sido cernidas previamente por “las horcas caudinas” de la censura instituida. Así de simple.

A partir del año 2002 Chávez (seguramente mal aconsejado) comprendió que su incipiente totalitarismo era contradictorio con la llamada libertad de prensa. Entendió que las dictaduras podían utilizar otros medios –más idóneos y menos escabrosos– para contrarrestarla. (El dictador Pinochet en 1984 había permitido el retorno de algunos exiliados y el uso menguado de la libertad en la prensa escrita y en la radio. ¡Jamás en la televisión! Mientras la tortura, prisión, exilio y asesinatos continuaban sin descanso alguno). En Venezuela la afluencia de dólares producto del boom petrolero se hacía sentir. Por ello diseñó la nueva estrategia de control comunicacional que le ha rendido (al totalitarismo de la “robolución”) cabal éxito hasta la fecha. La emergente “nueva burguesía” ostentosa y bullanguera  representada por los “bolichicos” se prestaron gustosamente a “celestinear” la pecaminosa acción. Compraron El Universal (al día siguiente de la compra me excluyeron como columnista semanal; junto a otros, “democráticamente” y la Cadena Capriles  (Últimas Noticias). Cerraron RCTV. Compraron compulsivamente Globovisión. Liquidaron a diestra y siniestra diversas radioemisoras y circuitos radiales. Proliferaron como verdolaga, con pago incluido, las llamadas emisoras o radios comunales. Administran –como con dosis homeopáticas– el suministro de papel a los pocos diarios que penosamente aún subsisten. Y, por ahora, no hay pautas publicitarias oficiales a los medios incómodos; además de la pérfida presión ejercida sobre anunciantes no gubernamentales. Se  ha generado e inducido la felona “autocensura”.

Comparto el criterio de que los conversos resultan ser casi siempre –que es como decir siempre– los personajes más  cínicos, siniestros y deshonestos. Los “bocones” de rigor son –al final de cuentas– los tránsfugas más conspicuos. En el ámbito del periodismo citaríamos como ejemplo al actual director de Últimas Noticias.  No es ni la sombra de lo que otrora fue. La izquierda lo tenía casi como un ícono.  Sucedió a Héctor Mujica (quien nunca abjuró de sus ideales manteniendo en su tránsito vital un comportamiento ceñido a la ética) en la dirección académica de la Escuela de Periodismo en la UCV. El picaresco personaje de marras ejerce un peculiar, vergonzoso y acomodaticio ejercicio de su profesión. No solamente propicia una línea editorial tosca y ruin a favor del totalitarismo. Ejerce una férrea censura a las informaciones y a la opinión en general. Permite que algunos opositores (escogidos convenientemente) borroneen cuartillas en las desprestigiadas páginas. Es –en definitiva– un oscuro personaje que abochorna a muchos que fueron sus discípulos.

El caso de Globovisión merece también un comentario aparte. El pertinaz y grosero nuevoriquismo criollo campea petulante en Venezuela y en el resto del mundo. Acabo de leer –con estupor– la primera lista de los bienes que le fueron confiscados al propietario en Estados Unidos. Tanto los parciales bienes de él, como los de su socio e insigne amigo, el llamado “Tuerto”.  Cumpliéndose a cabalidad el vetusto axioma: “En el mundo de los pillos el tuerto es rey). Constituye toda una poesía épica el vulgar, aunque exquisito, dispendio de riquezas producto del latrocinio. Desde el cambio de dueños me propuse evitar su sintonía. ¡Por respeto a mí mismo! En ocasiones para contrastar informaciones cuando se produce alguna noticia impactante suelo verlo. En cada oportunidad he constatado que aquellas noticias que tengan que ver puntualmente con algún tópico sensible al gobierno o a sus intereses sencillamente la obvian. Lo hice por última vez la semana pasada con motivo a la decisión asumida por las autoridades judiciales de Estados Unidos. ¡El silencio ha sido  absoluto! Constituye una bofetada, un desprecio olímpico a la ciudadanía. Prevalido por su condición de amo empresarial en su feudo se siente intocable. El írrito por ilegítimo fiscal general (escogido por la anc) acaba de solicitar medidas de extradición y congelamiento de bienes contra “el Tuerto”; y mira, como gallina a la sal, al “asegurador goloso”. ¡Piaste tarde pajarito!

Es menester escudriñar con ojos de boticario diestro todos los nexos políticos y económicos sobrevenidos y mantenidos en estos últimos años por parte del “dúo dinámico” con determinados políticos. No se trata de propiciar un inicio cruento de acciones por parte de los denominados “cazadores de brujas”. De ninguna manera hacer patente una especie de placer morboso. Hay que señalar los actos de politicastros que se han beneficiado de tan particulares y generosos mecenas. Todos ellos muestran sonrisas complacientes, obsequiosas y casi adulantes en las innumerables fotografías que se vienen publicando. ¡Son de antología! Está pendiente un debate en la AN al respecto. Veremos los mea culpa y las justificaciones de rigor. Lo cierto es que son ya innumerables las acusaciones de los nexos existentes entre “el Tuerto” y el aventajado asegurador con algunos políticos no oficialistas. Acompañados estos últimos con sus respectivas parentelas: consanguíneas, afinidad, compadrazgo o de simple compañerismo político. Por supuesto, surgirán, de nuevo, voces acusatorias de dialécticos de botiquín de que se hace uso de la “antipolítica”. Que la “unidad” debe prevalecer por sobre todas las vagabunderías…

Existe también otro singular mecenas. Se trata de otro poeta ramplón y  frustrado. Con ínfulas de navegante, para no decir “corsario”. Por provenir de esta peculiar “industria” su abrupta, sobrevenida y grosera riqueza surgida a partir del paro petrolero de 2002. Posee, para variar, un canal televisivo sui géneris que le permite satisfacer diletantes placeres. Ha participado en diversos escándalos públicos.  “Le mojó la mano” a un connotado opositor al facilitarle a la policía política el video contentivo de la pillería cometida entre ambos. También se permitió sufragar (¿sin pedir nada a cambio?) los honorarios profesionales –carísimos por cierto– y pagaderos en dólares contantes y sonantes a los costosos abogados que asumieron la defensa de “los Flores” –ya no de Catia– sino de Nueva York.

La apretada reseña de la actuación pública por parte los novísimos dueños de algunos medios de comunicación social, directores y  algunos periodistas que laboran en ellos merece una profunda reflexión. Pienso que el Colegio Nacional de Periodistas debería –de alguna manera– emitir su opinión. Sobremanera cuando se transgreden normas éticas y legales insoslayables. Todas contradictorias con el ejercicio de la noble profesión.

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