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Lo peor que puede ocurrirle a Colombia

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Con viento de cola se va acercando Gustavo Petro a las elecciones de su país. Una buena cantidad de factores ha estado contribuyendo al fortalecimiento de su candidatura. El candidato ha estado desvinculándose de manera sistemática de la diatriba generada a escala nacional por el proceso de paz con la guerrilla, un tema trillado hasta el cansancio y difícil de revertir, para regresar a las tesis sociales con las que logró alcanzar, en su momento, la alcaldía de la capital: la fractura social, la debilidad del pobre, la corrupción de los partidos.

Su oferta electoral es un galimatías difícil de discernir, lleno de atajos, de falta de concreción y ausente de prioridades, pero el hombre y su equipo saben, por instinto, que no necesita de un gran plan para convencer a los votantes, sino de tres o cuatro temas heroicos que lo desvinculen de las administraciones del pasado y que suenen bien en los oídos de sus seguidores en las clases populares.

Pensar, como lo hace, que algún líder puede alcanzar la presidencia de un país preconizando una lucha a brazo partido por la defensa del medio ambiente es de una ingenuidad supina, pero con ello piensa que puede mantener en calma a sus detractores. Quizá su más importante bandera, en este instante, es la redefinición de su propio izquierdismo y su adhesión a nuevas formas de concebir a una sociedad justa, similar a la corriente de López Obrador en México.

Este acercamiento soft al tema electoral le ha estado valiendo apoyos crecientes al punto de acercarse a la popularidad de su principal contendor, el candidato del uribismo. Hoy Iván Duque cuenta con 38% y Gustavo Petro con 30% de favorabilidad del electorado, sin que ello signifique la posibilidad del ex guerrillero de alzarse con la silla en el Palacio de Nariño en la primera vuelta. Esta validación, sin embargo, ha conseguido eliminar la posibilidad de dirimir la presidencia en la primera votación, lo que parecía posible hace unas semanas.

Su mayor lunar en esta medición es su pasado guerrillero de izquierda radical que trata de esconder tras tesis “progresistas”, como él mismo las califica. El segundo, en un terreno colindante, es su identificación de criterio con las propuestas de Hugo Chávez. Esto lo ha querido manejar tratando de desmarcarse del madurismo, sin que tal dicotomía le reditúe mucho beneficio. Los resultados estrepitosos del desempeño económico revolucionario y del destrozo de la sociedad venezolana, de los que Maduro y Chávez son estrechos copartícipes, y la colaboración de la dirigencia política y militar de ambos con el narcotráfico son temas que por abultados no pueden esconderse debajo de la alfombra. No con 1 millón de venezolanos depauperados buscando refugio en el país vecino. Por esta razón la candidatura de Petro lleva, con razón, el sello del miedo. La avalancha de venezolanos a suelo neogranadino, lo que está modificando y amenazando seriamente la cotidianidad de los colombianos, mantiene sobre el tapete el fracaso de la revolución castro-chavista y el colosal desastre que las izquierdas lograron articular del otro lado del Arauca.

Así pues, si la propuesta del ex alcalde de Bogotá es fofa en un terreno, lo es mentirosa en el otro. Ni su prioridad es el calentamiento global ni está tan lejos de la catástrofe articulada en Venezuela por el gobierno actual.

A lo mejor ninguna de las otras candidaturas colombianas ocupa un sitial decisivo en el alma del ciudadano de a pie. Lo que es seguro es que la de Petro, de todas, es la más peligrosa.

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