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La paz de los sepulcros

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I

Una voz muy conocida para el gremio periodístico es la utilizada por una compañía que vende camisas antibalas para hacer su promoción. El colega con su característico tono y modo de hablar narra las bondades de comprarse una camisa que no deja pasar una bala y con la que el usuario se sentirá completamente seguro para andar por las ciudades de Venezuela sin miedo a que un malandro lo mate.

La emisora de radio tiene una parrilla de publicidad que se ha adaptado a los tiempos que vivimos. Los malandros son mayoría y uno como ciudadano ni siquiera puede confiar en el que tiene al lado. Si tiene la bendición de no necesitar trasladarse en una perrera porque tiene carro propio, entonces para usted la solución a todas sus preocupaciones es el blindaje de su carro. Hay varias compañías que ofrecen ese servicio. Imagínese si completa el combo con la camisita de mi colega y el rastreo satelital, ¡se convierte casi en Superman!

La manera como la gente que gana en dólares ha logrado sobrevivir en este valle de lágrimas es invirtiendo en estas medidas de seguridad. ¡Ah! Me faltaron los bichos inmensos en moto que siguen las camionetas blindadas en las que va la gente con las camisitas antibalas. Y ahora sí, para vencer al Godzila de la inseguridad maduchavista.

II

¿Por qué digo que gente que gana en dólares? Porque no puedo creer que un ciudadano común pueda darse el lujo de proteger su vida con todos estos aditamentos.

Vamos a estar claros, el ciudadano común no debería necesitar dólares para blindar su carro, comprarse la camisa, contratar a los gorilas y rastrearse satelitalmente, porque todas estas tareas las debe hacer el Estado. Es prácticamente la única cosa de la que debería encargarse en un país normal.

Está establecido en la Constitución que el monopolio de las armas la tiene el Estado. Es el encargado de la fabricación, compra y distribución. Pero el desgobierno ha entendido esto como la repartición de armamento a la población desde que Chávez estaba vivo. Para él siempre fue una garantía de que las hordas lo defenderían en caso de cualquier indicio de pérdida del poder.

Así que ¿por qué extrañarnos de que de repente en una fiesta explote una granada? Si las reparten como caramelos en Carnaval. En problema es que las armas las tienen los malandros (uniformados o no), que son mayoría. Y si miras mal al que tienes al lado y no te compraste la camisita, firmas tu sentencia de muerte.

III

Ya no sé cómo referirme al mandante, al heredero del difunto. Lo cierto es que este señor que nos oprime por mandato del que se murió ha decidido vernos una vez más la cara de idiotas. Dijo recientemente, antes de irse a Cuba, claro, que lanzaría la Gran Misión Cuadrantes de Paz.

Imagino que vendrán más operaciones de liberación del pueblo, más actuaciones arbitrarias de los uniformados de distinta ralea, más violencia de malandro contra malandro que nos encontrará precisamente en el medio.

Con el hambre y las enfermedades campeando, no puedo sino concluir que la paz que nos ofrece el opresor es la de los sepulcros. Si tenemos con qué enterrar a nuestros muertos y no se roban las lápidas.

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