Me enteré de la existencia de la novela Patria (2016) de Fernando Aramburu por el artículo “El país de los callados” (5 de febrero de 2017) que le dedicó Mario Vargas Llosa en su columna de El País. De inmediato quise leerla, pero fue hace unos pocos meses que pude tener acceso al libro. Desde un principio me atrapó al lograr trasladarme al País Vasco que conocí a finales de la década de los noventa, cuando tuve la suerte de estudiar en Bilbao (capital de la provincia de Vizcaya). Es tal el cariño que le tomé a esta ciudad que la novela me ha hecho viajar a esos años que me sentía un bilbaíno. Años felices para un extranjero, que poco a poco fue descubriendo la terrible realidad del terrorismo. Muchas veces percibí que en Euzkadi existían temas de los cuales no se podía hablar en la calle por aquello de la crispación, pero también de la complicidad. Aramburu logra transmitirnos este ambiente que por diversas razones separa a las familias y a los amigos más entrañables, y que termina justificando el exterminio del otro con la excusa de algo que llaman “patria”.
La novela se centra en dos familias de un pueblo guipuzcoano cercano a San Sebastián. Tiene como protagonistas a las dos madres: Bittori y Miren. La primera es la viuda del Txato, asesinado por ETA porque no pagó el incremento en el “impuesto revolucionario”, y la segunda es la madre de Joxe Mari: sospechoso del crimen y que está preso por otros asesinatos. Este hecho nos mantendrá leyendo y leyendo hasta averiguar cómo, cuándo y quién lo mató. Todos se verán afectados, los dos hijos de Bittori (Xabier y Nerea) y sus respectivas relaciones tanto profesionales como amorosas, y quizás por ello ninguno tenga hijos.
En el caso de la otra familia, Miren también es una mujer de carácter que tiene sometido al marido (Joxian) con quien tuvo tres hijos: el etarra, Arantxa (única que le dio nietos) y Gorka. Todos son euzkaldunes: el vasco es su lengua materna al igual que su cultura, y se puede decir que son de “8 apellidos” tal como le escuché decir a muchos. Estaban íntimamente unidos desde niños, pero el torcido concepto de patria que la banda terrorista inculcó en el pueblo llevará a la ruptura. Ninguno le paraba a la política. Aparecieron las consignas (que lo simplifican todo) y la presión colectiva, y especialmente aprovechando el resentimiento social, hizo que su mensaje de odio lograra calar en Joxe Mari, quien arrastró a la madre en su radicalización.
El inicio de la historia se da cuando Bittori decide, después de varios años y ante el abandono de la lucha armada de la banda, regresar a su pueblo del que había salido por el acoso colectivo. Porque no solo fue el asesinato de su marido, sino todo la campaña previa de pintas y aislamiento hacia una familia cuyo padre era un empresario honesto y trabajador que ayudaba a todos (más de 40 empleados y que financiaba diversas iniciativas culturales). Los grafitis en las paredes fueron lo primero («Txato entzun, pim, pam, pum”, una de las tantas que se han repetido en la realidad y que no necesita traducción) y después cada uno de sus amigos les fue quitando el habla, el trato e incluso verlos a los ojos. Varios empleados saboteaban la empresa, vecinos comerciantes se negaban hasta a venderles comida, y así. Algunos lo hacían por miedo, otros estaban convencidos. Todos fueron cómplices o como bien se describió su mejor amigo, Joxían: “Fui un cobarde”.
Aramburu ha escrito una novela universal porque transmite los mecanismos por los cuales el fanatismo y los colectivismos se imponen a nuestra sensatez y moralidad. E incluso como el mal logra pasar por encima de fuertes vínculos de fraternidad. La vida de los etarras: cómo eran reclutados, entrenados y por qué se creían con el derecho de asesinar al que le diera la gana. También destaca el anhelo de justicia, arrepentimiento, perdón y reconciliación; cuando Bittori exige conocer quién lo mató y que este acepte que hizo daño y por ello debe pagar su pena y disculparse sinceramente. Y por último los temas de la paz y el olvido que se querían imponer por encima de las víctimas, aunque también advierte sobre el peligro del victimismo (su abuso político y la imposibilidad de superar el luto).
La redacción tiene un estilo muy original. Va y viene del presente al pasado, relatando las historias de cada miembro de las dos familias y acercándonos al momento crucial en el que sabremos quién fue el asesino y si se dará o no la reconciliación. Los diálogos, lo que piensa cada quien, la descripción del ambiente, todo se confunde en la escritura sin que nos moleste. Fluye con gran facilidad y nos transmite cada sentimiento. Poco a poco de alguna forma se van comprendiendo las antiguas amigas, aunque es inevitable la separación y los odios.
Me hizo pensar en la tragedia venezolana generada por el chavismo-madurismo. En los odios que se han sembrado en estos 20 años y todo el empeño que tendremos que poner para alcanzar la justicia y la reconciliación. Sé que lo lograremos, pero antes deben salir del poder los que creen que la patria es una cancioncita, y el pretexto para justificar su resentimiento.