COLUMNISTA

¿Ya pasó el 30 de abril?

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Si usted está inmerso en la mitad de una novela policial, clásica o negra, no puede sino aferrarse a algunas certezas no concluyentes mientras se despejan las que el escritor se ha negado a mostrar para mantener el suspenso. Y seguir leyendo, qué más. Poco más o menos en eso andan los analistas, y los venezolanos todos, con respecto a la trágica novela nacional. Expectantes, digamos. Y eso sucede aun a los supuestamente más enterados que terminan sus informaciones privilegiadas en sonoras interrogaciones.

Y no habría que olvidar que vivimos en la era de la mentira generalizada y tecnificada, la posverdad, lo que hace que uno tienda a dudar hasta de lo que tiene a ojos vista. Sobre todo en un país en que la prensa vive censurada o autocensurada, existe una tiránica hegemonía radioeléctrica, los periodistas son sistemáticamente agredidos o limitados en su acceso a la información, sin plata para pagar personal mínimamente suficiente y entrenado, y presa de la más aguda polarización. Y, digamos, por último, que en este pedacito del planeta están acaeciendo cosas terribles no solo sobresalientes, sino particularmente absurdas y a una velocidad poco común.

Yo sigo pensando que una pregunta capital que puede darle un marco, vacío, a los problemática general, son las razones por las que no se ha detenido a Juan Guaidó después de que ha hecho contra el poder casi todo. Esta se hace más acuciante después de que se va a juzgar atropellando todas las leyes a siete renombrados diputados por haber acudido a Altamira el 30 de abril y, justamente, ni se nombra a Guaidó que fue el cabecilla público y notorio del estrambótico acontecimiento (agréguese la liberación de Leopoldo López, el preso político más afamado del continente americano). La respuesta a esa pregunta pudiese caber en la existencia de una amenaza bélica extranjera, tomada muy en serio por Maduro, o en cualquier caso una zaparapanda exterior e interior dadas las dotes de liderazgo del caballero. No veo otras posibilidades. Pero sí me parece convincente la inferencia de que el gobierno de Maduro no tiene fuerzas, o sustentos, para castigar a semejante pecador. Y eso lo ha llevado a la situación más desairada y grotesca institucionalmente: un país con dos presidentes, uno de ellos sin control de la administración y las armas de la república, pero con el apoyo de sesenta países, entre los más notables del globo, capaz de nombrar embajadores, intervenir en la política económica exterior del país, reunir centenares de miles de ciudadanos que lo aclaman y decirle cualquier ominoso calificativo al gobierno. No es un mal camino.

Pero el asunto del 30 de abril sí es para Sherlock Holmes o Philip Marlowe, más que para Max Weber o Norberto Bobbio. Qué sacar en claro de semejante enredo, de esa madrugada en que se libera el preso mayor del país, se llama al pueblo a la calle, se desaparece el presidente por varias horas, hay serias acusaciones de una conspiración en curso hechas por altos funcionarios norteamericanos que involucra a primeras figuras del propio gobierno y se termina en una especie de derrota, no se sabe si provisoria, y Leopoldo se va a una embajada y Guaidó se acuesta a dormir para tener un acto extraordinariamente concurrido al día siguiente, 1 de mayo. La verdad es que lo más inequívoco es que el jefe máximo de la policía política, no es tontería, estaba en el asunto, salió del país y ya denuncia sin tapujos. Se podría decir, mezclando declaraciones con bastante credibilidad, de dentro y de afuera, que sí hubo una conspiración que involucraba figuras del gobierno y la oposición para salir del indeseable para todo el que piense un poco, Maduro, y jugar en otro tablero en que hasta los pesuvecos tengan alguna ganancia, no en vano el país se desmorona cada hora. Ese capítulo está abierto y ruge. El piso se mueve fuerte y hay actos feroces de represión y violencia institucional.

En cuanto a la oposición, se mueven otras cosas, más comedidamente, es decir, unitariamente. Deberá defenderse, eso sí, de feroces acometidas y volver a mostrar su musculatura popular.

La comunidad internacional mira y se angustia. Busca condiciones de diálogo y a lo mejor revisa, nunca hay que olvidarlo del todo, sus cartas armadas, por si acaso.