No hay duda: tenemos que salir del infierno chavista-madurista que azota a la familia venezolana con una crueldad insoportable y, al mismo tiempo, esforzarnos en comprender un país que necesita ser descifrado para poder avanzar.
Comprenderlo significa conocer a cabalidad cómo vivimos, cuál es la fuente del poder ilimitado del presidencialismo, la importancia de la propiedad del Estado y la huella de este patrimonialismo público en las instituciones, la economía, sociedad, la política, la estructura del mercado de trabajo, el salario, la educación y en nuestro sistema de ciudades; es decir, en nuestra existencia.
Hoy sabemos que es imposible enfrentar la productividad con controles, opuestos al mercado, con leyes laborales que condenan al trabajador y convierten las empresas en campos de batalla, con los salarios más bajos de América Latina (4 dólares al mes) y un ausentismo laboral que pasa de 30%. Para corregir grandes defectos es clave frenar la tiranía del Ejecutivo, equilibrar los poderes, reconstruir el aparato productivo y el sistema de ciudades, superar la indiferencia ante la desvinculación educación-trabajo. Las escuelas robinsonianas, por ejemplo, han sido una estafa más de este régimen.
El empresario es considerado un explotador del trabajador, y este un débil jurídico, condición que indefectiblemente se revierte en el socialismo, cuyo resultado ha sido la desaparición de 8.000 empresas de las 12.000 que existían.
Los que aspiran a convertirse en líderes de este país tienen que saber cómo enfrentar la polarización de un mercado de trabajo que alberga más de la mitad de los trabajadores en condición de informalidad, que sobreviven sin facilidades en su vida cotidiana, sin créditos en entidades financieras, constructores de viviendas por cuenta propia, sin ahorros ni asesoría, sin la propiedad del suelo que ocupan, carentes de conexión con servicios básicos, luz, agua, manejo de desechos, seguridad, etc.
Los trabajos de poca productividad predominan, realizados con escasos conocimientos, nula tecnología y desconocimiento de los requerimientos del mercado, por ende generadores de muy bajos ingresos. Esta situación es un reto para la extensión del desarrollo industrial. Las condiciones para una empleabilidad satisfactoria son muy escasas: pocos han trabajado en empresas organizadas, carecen, por tanto, de experiencia del trabajo en equipo y, por supuesto, de capacitación. Para todos los que aspiran a industrializar Venezuela es menester entender que no basta con mejorar y recuperar la productividad de las industrias que ya existen; es imprescindible encontrar alternativas para abatir el preindustrialismo dominante y extender la frontera de nuevas actividades creadoras de valor.
Grandes soluciones tienen que plantearse ya, transformar el modelo de propiedad, fuente de nuestros males, retornar al equilibrio de poderes, convertir el aparato productivo en real generador de empleos, barrer los controles inventados por el gobierno para apoderarse de las empresas. (Ver la experiencia de Ludwig Erhardt en la reconstrucción de la economía alemana de la posguerra).
Es inaplazable construir la conexión entre educación y trabajo para que todos los venezolanos tengan oportunidades de aprender un oficio, que puedan convertir en una labor o emprendimiento productivo a lo largo de su vida.
Los problemas confluyen. Reconstruir nuestro sistema de ciudades, hoy totalmente deteriorado, sin servicios eficientes, requiere entender el mercado de trabajo, conocer quiénes son y cómo viven los ocupantes de nuestras ciudades. Personas que en su gran mayoría no tienen capacidad de contribuir con los gastos de la sociedad. Nuestras ciudades no pueden reconstruirse si sus habitantes no tienen las oportunidades de modificar los niveles de vida miserable en que conviven cerca de 20 millones de venezolanos.
La efectividad de las políticas macroeconómicas se expresa en el mercado de trabajo. Esta es la verdadera conexión entre lo económico y lo social. Allí es donde la gente se gana la vida. Las políticas monetaria, cambiaria y fiscal contribuyen al desarrollo industrial, la expansión del comercio, la producción agrícola y agroindustrial si empujan la emersión de nuevas empresas rentables y la conversión del trabajo en una actividad ventajosa y productiva, que impida la existencia de sectores humanos sometidos por subsidios de miseria como la caja CLAP y los bonos del carnet de la patria. Estamos frente a la gran oportunidad de reconstruir Venezuela.
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