COLUMNISTA

Para «despedir» al camarada Alexis Rojas

por Rafael Rattia Rafael Rattia

Corrían los últimos años de la década de los setenta de la pasada centuria, yo vivía en el Delta de mis tormentos y frisaba la tierna edad de los 15 o tal vez 16 años. En la Tucupita bucólica y apacible de aquellos vibrantes años un nutrido grupo de jóvenes libertos y de acentuada vocación libertaria poblábamos los pocos liceos de la pequeña ciudad con el perenne estruendo jubilar propio de la juventud siempre irreverente y rebelde. Ya el camarada Alexis estudiaba la carrera de Matemáticas en la UDO de Cerro Colorado, en Cumaná; era un fervoroso y disciplinado militante revolucionario en las filas del partido de orientación marxista-leninista Bandera Roja y sus brazos semilegales CLER (Comité de Luchas Estudiantiles Revolucionarias) y CLP (Comité de Luchas Populares). Eran los tiempos en que el MEUP (Movimiento Estudiantil por la Unidad del Pueblo) protagonizaba la hegemonía política y organizativa de la FCU (Federación de Centros Universitarios) de la Universidad de Oriente.

Alexis Rojas siempre se destacó por su singular fibra de líder estudiantil en los liceos de Tucupita y posteriormente ya como estudiante universitario en la carrera de Matemáticas que nadie sabe por qué razones no culminó, pues aprobó 8 o 9 semestres y era un brillante estudiante con excelentes calificaciones que lo destacaban entre la multitud de estudiantes de todas la carreras.

Recuerdo cuando conocía a Alexis Rojas, fue a comienzos de la década de los años ochenta del siglo pasado. En un autobús escolar un numeroso grupo de estudiantes universitarios que nos agrupábamos en la legendaria Asoedelta (Asociación de Estudiantes del Delta) fuimos a Tabasca, al entierro de un amigo también estudiante de la UDO en Cumaná, de nombre Luis Beltrán Monteverde, militante de la OR (Organización de Revolucionarios) agrupación clandestina de inequívoca filiación marxista leninista, optó por la nunca suficientemente esclarecida decisión de abolirse por su propia mano (suicidio) y recuerdo tan nítido como si fuera ayer que entre los que tomaron el derecho de palabra para “despedir” a Beltrán estuvo “el Pillo”, que así le decíamos cariñosamente como seudónimo a Alexis Rojas. Los otros dos camaradas que tomaron el derecho de palabra para despedir a Beltrán fueron Alí Rivas y Eduardo Espinoza, este último a la postre ha resultado uno de los pocos, sino el que más, compañero de la filía platónica en el más puro sentido de la amistad en el largo y accidentado trayecto vital del vivir. Yo estudiaba 4to o 5to año de bachillerato y leía fervientemente a León Trosky, a Marx, Lenín, Mao Tse-tung e incluso a Iosip Stalin, porque mis evidentes simpatías hacia los estudiantes universitarios de la UCV, la Universidad de los

Andes, la UDO, que agitaban y movilizaban a las amplias masas estudiantiles universitarias, me emparentaban y estimulaban sentimientos de filiación con toda esa sensibilidad de izquierda que hacía vida en los centros de estudios superiores de la Venezuela de la época. Una vez que comienzo a estudiar Historia en la ULA, por allá por los lejanos años de 1982, mi juvenil militancia en Bandera Roja de Mérida, la vida y sus avatares, me llevaron a compartir militancia con el querido e inolvidable amigo y antiguo camarada Alexis Rojas, quien viaja de Cumaná a Tucupita durante las vacaciones del mes de agosto.

Las calles de Tucupita eran un hervidero de bellas muchachas universitarias y jóvenes veinteañeros que regresaban de culminar sus semestres. Alexis fungía como un hermano mayor para un pequeño grupo de revolucionarios de orientación marxista leninista. Guardábamos hacia su persona una admiración rayana en la reverencia casi sacerdotal. Conformábamos una pequeña cofradía clandestina y leíamos con enfermiza avidez las instrucciones discrecionales que nos traía Alexis desde Cumaná.

En 1983, si mal no recuerdo, una comisión de la Disip en un allanamiento a las instalaciones de la UDO en Cumaná. Alexis Rojas fue apresado y trasladado a la penitenciaría nacional de La Pica y acusado de rebelión militar e insurrección contra el Estado, por lo cual le abrieron juicio militar.

Más de tres años estuvo Alexis como prisionero político en la cárcel de La Pica de Maturín. Eran los tiempos en que los presos políticos publicaban en los diarios de circulación nacional, especialmente en Últimas Noticias, remitidos y comunicados exigiendo ser juzgados por tribunales ordinarios con competencias civiles y culminaban sus manifiestos con aguerridas consignas, como por ejemplo: “Preso pero irreductibles”, “Luchar hasta vencer”, “Alto a la represión y cese al hostigamiento policial contra los prisioneros de conciencia en Venezuela”.

Alexis vivió siempre conforme con la estricta observancia de sus ideales políticos y filosóficos; nunca renegó de sus principios éticos ni evadió la adversidad del camino tortuoso que el devenir histórico le puso delante de su existencia para transitarlo. Entre un principio y tres o cuatro amigos, las más de las veces prefirió su adhesión al principio. La última vez que lo vi en ocasión de uno de mis viajes a Cumaná ya estaba totalmente ciego, pero conservaba una extraordinaria vitalidad y entusiasmo revolucionario. Sobra decir que su entereza política era contagiosa. Me dijo textualmente: “Hoy ser revolucionario significa ser antichavista”. Murió convencido del profundo carácter fascista de nuevo cuño que alberga el ideario chavista. “Un mazacote ideológico indigesto”, me dijo en otra ocasión. Siempre se mostraba de buen ánimo y mejor talante. Con su risa jovial a flor de labios, no perdía ocasión de hacerme alguna chanza del tenor: “Rattia, a ti para leerte hay que tener un diccionario a la mano, porque siempre escribes con un saltapericos semántico”, y soltaba su inconfundible carcajada contagiosa.

El jueves pasado, como a las 11:00 pm, un infarto al miocardio embarcó a nuestro querido e inolvidable amigo Alexis Rojas rumbo al país de donde nadie ha regresado. Me quedan sus afectos de más de 40 años, nos deja su meridiano y ejemplar civismo personal grabado en nuestros espíritus y en nuestras conciencias. Me queda el recuerdo imperecedero del amigo y del compañero de alegrías e infortunios que la existencia se encargó de brindarnos para transitar la intensa y compleja vividura del vivir bajo los implacables rigores de un tiempo histórico signado por no pocas borrascas y naufragios cuyas turbulentas aguas siempre nos llevaban al ojo de huracanes fieles y reiterados. Que en paz descanse mi querido e inolvidable amigo Espartaco de la vida, recojo el testigo del estandarte impoluto que supiste llevar y flamear con dignidad mientras viviste.