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Por José Gascón
Los que enseñamos y no somos educadores en nuestra formación tendemos a leer libros sobre el tema educativo escritos por nuestros semejantes. Soy matemático y prefiero leer al matemático Polya con su decálogo del profesor ideal de matemáticas, o discernir sobre el filólogo Rosenblatt hablando de la educación en Venezuela, o al filósofo Ortega y Gasset analizando sobre el papel de la universidad antes que leer a densos y complicados educadores.
De los pensadores que he mencionado me interesa tomar a Ortega y Gasset, el gran filósofo español, autor de Meditación de la técnica, En torno a Galileo y Misión de la Universidad, entre muchas otras obras, fue además creador y editor de la Revista de Occidente.
En la Misión de la Universidad, Ortega toca el tema central de la política universitaria, ¿cuál era la universidad que necesitaba España en los años treinta del pasado siglo? Una pregunta importante y de alguna manera dolorosa para los españoles de esa época, ya que con contadas excepciones, como Ramón y Cajal, iban rezagados del auge científico-tecnológico que se vivía en Estados Unidos y en países europeos como Alemania, Italia, Francia e Inglaterra. Para responder la pregunta de cuál era la universidad que necesitaba España, Ortega primero discute dos modelos posibles de universidad y analiza cuál era el más adecuado para la sociedad española.
Ortega plantea los modelos siguientes, el primero es de Humboldt, no Alexander, el explorador que estuvo por acá, sino su hermano Guillermo. El modelo se conoce como universidad de investigación, basada en la enseñanza de tópicos de punta descubiertos por los profesores de la propia universidad; se hace también un uso intensivo de seminarios y hay mucha flexibilidad en acreditación de cursos realizados por los alumnos en otras instituciones, quienes pueden moverse con libertad entre una universidad y otra.
El segundo modelo que examina Ortega es la universidad tradicional, con su clásica división de facultades y escuelas, orientada a formar profesionales como ingenieros, médicos, odontólogos, entre otros, indispensables para cualquier sociedad moderna. Ortega concluye que dada la situación de desarrollo científico de España en ese momento era hipócrita y poco efectivo plantearse tener una universidad de investigación y que en cambio era muy importante y posible alcanzar una universidad que formara competentes profesionales.
¿Cuál de estos modelos necesitamos en Venezuela? La situación de Venezuela, que pasa por una crisis tremenda, que va desde lo humanitario hasta lo educativo, hace esta pregunta muy difícil de responder. Claramente, la migración de un importante grupo de investigadores en los 20 años de chavismo-madurismo hace imposible concebir la posibilidad de una universidad de investigación. Esa migración, de mucho del talento investigador del profesorado universitario venezolano, se debe a salarios miserables asignados por el gobierno de Maduro a profesores de alto nivel, la mayoría con doctorados, de las universidades públicas (un profesor universitario gana en promedio de 20 dólares al mes), al desmantelamiento de laboratorios, a la imposibilidad de comprar libros actualizados para los docentes o bibliotecas.
Eso se ha reflejado en una merma considerable del producto en forma de publicaciones científicas en la universidad venezolana. Por ejemplo, cito “la caída de la ciencia venezolana se aprecia desde bases de corriente principal (en Scopus, a través del SJR, presentó 1.857 artículos en 2005, representaba 3,4% de la región. En 2014 tuvo 1.592 artículos, representaba 1,44% de la región. Es decir, tuvo una caída de 14,27%), así como desde Redalyc (donde contaba con 875 artículos en 2005 y representaba 5,5% de la región; en 2014 tuvo 791 artículos, representando 3,0% de la región”¹. En promedio, Scharifker señala que el aporte actual de investigación científica en Venezuela en la región latinoamericana es apenas 1% y era 5% en la primera década del siglo XX².
Aquí nos encontramos en una encrucijada muy peligrosa, no tengo cifras pero la mayoría de los estudiantes que he formado como docentes en Matemática y Física en la UCAB no se encuentran en Venezuela, veo también cómo hijos de familiares y amigos aguantan el chaparrón de estudiar en Venezuela sin becas adecuadas, sin transporte, sin comedores estudiantiles, con inseguridad en las aulas, muchas veces hasta sin profesores, solo con el objeto de lograr un grado universitario para apostillarlo y marcharse del país. ¿Será que el papel de la universidad venezolana es formar profesionales para otras latitudes?
Entonces, de nuevo, la responsabilidad cae en el gobierno de Maduro que ha destruido buena parte de las empresas del país, que ofrece dentro del sector público salarios por debajo de línea de pobreza (establecida en 1,9 dólares al día, según la ONU) para médicos, enfermeras, ingenieros, técnicos de distintas especialidades y profesionales de la administración y que con sus políticas públicas, aderezadas con mucha corrupción, hace imposible para un profesional recién graduado, piense en comprar un apartamento, un vehículo, ofrecer a sus hijos una educación de calidad y tener acceso completo a distintos servicios públicos.
Nuestra universidad se ve, al igual que Venezuela, inmersa en una crisis que va más allá de los problemas educativos, económicos y operativos, es una crisis existencial de su razón de ser y propósito. Al parecer, solo hay una posible solución para encontrar y desarrollar la misión de la universidad venezolana, cambiar de gobierno y del modelo que ha regido el país en las dos últimas décadas.
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¹ Producción científica venezolana: apuntes sobre su pérdida de liderazgo en la región latinoamericana, Eduardo Aguado-López et al, disponible en https://www.redalyc.org/jatsRepo/290/29045347002/html/index.html
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