Y no lo digo yo desde el exilio o el agnosticismo, esas dos mareas que, a contracorriente, inevitablemente me acompañan. Lo dice un católico que vive en La Habana: el escritor y disidente Ángel Santiesteban, quien en varias ocasiones ha sido golpeado, encarcelado y amenazado de muerte por la policía política del régimen más antiguo del hemisferio (sí, 58 años han pasado, y una mezcla de olvido y sombría costumbre sigue tejiendo el larguísimo velo que cubre nuestra arruinada, triste y cumbanchera isla, isla-cárcel. Un macabro mosquitero, podríamos decir).
Por ello Santiesteban comienza su carta abierta al papa Francisco de este modo: “Su Santidad, ahora que su nombre no está tan de moda en la isla de Cuba me decido a escribirle estas líneas. Supongo que tal falta de predicamento tiene que ver con la poca compañía que nos ha dado, y también por la distancia que puso entre usted y los cubanos”.
No es el único intelectual y activista cubano que piensa así. Conozco a muchos que coinciden con Santiesteban, quien sin pelos en la lengua le escribe al obispo de Roma: “Quiero contarle que somos muchos los que hoy pensamos que no ha sido bueno su nombramiento para los habitantes de esta isla, aunque le aseguro que fuimos muchos los cubanos que nos alegramos al saber que sería usted el nuevo jefe de la Iglesia católica. Nos llenó de euforia el hecho de que un latinoamericano que hablaba nuestro idioma, y que sabía bien lo que significaba una dictadura militar, se pusiera al frente de la Iglesia”. Así, mi querido Ángel, funciona la dulce telaraña del populismo, de la que, como bien sabemos, no escapa la Iglesia. Lamentablemente, no es este el único ejemplo de contubernio.
Y claro que, a pesar de las trampas de la institucionalidad, los compromisos y las relaciones internacionales, otros “mensajeros de Dios” han actuado diferente. Para el autor de El verano en que Dios dormía (Premio Internacional Franz Kafka de Novelas de Gaveta, convocado en la República Checa), el quehacer del actual soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano “dista mucho del amor, la justicia y la equidad que conocimos en Juan Pablo II, a quien los cubanos recordamos con afecto y devoción”.
Ángel Santiesteban es un escritor independiente residente en La Habana, graduado de dirección de cine. Sus libros se han publicado en México, España, Puerto Rico, Suiza, Inglaterra, República Dominicana, Francia, Estados Unidos, China, Colombia, Portugal, Martinica, Italia, Canadá y otros países.
En su misiva el narrador dedica más de un párrafo a comparar las acciones para con Cuba de Karol Józef Wojtyla (el primer Papa polaco de la historia y el primero no italiano desde 1523, con un pontificado de casi 27 años) y el argentino Jorge Mario Bergoglio, en el cargo desde marzo de 2013.
“Su historia estaba emparentada con la de Juan Pablo II. Usted conoció aquella sangrienta dictadura militar en la Argentina, y el Papa polaco supo bien lo que significaba el fascismo, el comunismo, que son tan parecidos. No nos cabían dudas de que usted, Santo Padre, miraría la realidad cubana y la denunciaría, pero la realidad fue otra”, lamenta en su mensaje el ganador del premio Casa de las Américas con el libro de relatos Dichosos los que lloran. Un título paradójico en este contexto.
Recordemos que el papa Francisco realizó una visita pastoral a la isla del 20 al 22 de septiembre de 2015 (18 años después de Juan Pablo II y a solo 3 de la visita de Benedicto XVI), sosteniendo un encuentro privado con Fidel Castro. En febrero de 2016, en una escala en su viaje a México, Bergoglio se reunió en La Habana con el Patriarca de Moscú.
“Cuando usted volaba a Roma, muchos cubanos quedaron tras las rejas, y no tengo noticias de una respuesta enérgica salida de su boca. El mismo gobierno que segregó a los católicos en Cuba, que echó a sus fieles de la universidades, que los encerró en aquellos campos de concentración que fueron las UMAP, volvió a reprimir a quienes pensaban diferente, a quienes no estaban dispuestos a comulgar con un régimen dictatorial”, le reprocha el escritor al líder de la Iglesia católica. Y prosigue en su carta:
“Los cubanos nos quedamos esperando alguna respuesta enérgica salida de su boca, de la del cardenal Jaime Ortega, pero únicamente nos encontramos con un muro de silencio. Y como ya sabemos, ‘el que calla, otorga’. Supongo que a usted, y a ese cardenal que tanto hace recordar a un militante del Partido Comunista, les interesaban mucho más las buenas relaciones diplomáticas con el gobierno que la cercanía con los sufridos fieles cubanos”.
Santiesteban, autor de Sueño de un día de verano (premio nacional de cuento 1995, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Uneac), recuerda la acción protagonizada por el joven que “desesperado se aferró a su auto, mientras usted hacía su recorrido ante una multitud escogida, en su mayoría, por la policía política. Aquel joven pretendía que usted pusiera sus ojos en las injusticias que a diario comete el régimen cubano. Usted lo abandonó a su suerte, y los fieles del mundo pudieron apreciar en sus televisores cómo siguió usted su trayecto sin voltear, al menos, la cabeza”.
Y le pregunta al “vicario de Cristo”: “¿Supo usted el calvario que desde ese minuto comenzó a vivir ese joven? ¿Se enteró usted de cómo respondió el régimen a quien quería llamar su atención? ¿Acaso conoce usted que cada visita de un mandatario a esta isla es un aliento al régimen comunista de los Castro?”. Y le reclama que en aquella situación “lo más digno era abandonar su auto y ofrecer protección a ese joven fiel, pero sucedió lo contrario, usted lo abandono, lo dejó en manos de unos sicarios, que no son en nada diferentes a los que conoció usted en la Argentina”.
Santiesteban no se anda por las ramas. Muy claro le habla al “siervo de los siervos de Dios”: “Los cubanos queremos, antes que comida, libertad, derechos, democracia. Sepa que aquel joven que durante su visita se aferró a su auto, aún hoy se mantiene en pie de lucha, y que alterna los espacios de su accionar; unas veces en las calles y otras en las prisiones. Y no se extrañe si alguna vez se entera de que le fue descubierta una sorpresiva y rara ‘enfermedad’ o que un ‘accidente’ acabe con su vida”.
A partir de los años noventa y hasta comienzos de este siglo –cuando se convirtió en un disidente–, Santiesteban ganó los más importantes galardones literarios en Cuba. Entre sus premios internacionales, además del Frank Kafka, están el César Galeano 1999 y una mención en el Juan Rulfo 1989.
El escritor y activista de derechos humanos menciona en su carta a las Damas de Blanco, a quienes suele acompañar en sus marchas y protestas cívicas. Esas valientes mujeres reprimidas cada semana por la policía política. Santiesteban le cuenta al sumo pontífice de una simbólica fotografía que se exhibe en la sede del movimiento en La Habana donde aparecen Berta Soler, líder de la organización, y el papa Francisco en la Plaza del Vaticano.
“Quiero enterarlo, si es que no lo sabe, de que esas mujeres no pueden asistir a misa, y que son apresadas cada domingo y enviadas a oscuros calabozos. Y aunque le parezca extraño, eso es para mí una prueba de la existencia de Dios (…) seis días son suficientes para que las Damas recompongan sus voluntades, para que olviden las magulladuras, para que no las detengan las fracturas óseas, los quebrantos espirituales. Esas mujeres, Santo Padre, vuelven a salir el domingo siguiente, pero la Iglesia que usted representa guarda el más absoluto silencio”.
El restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba también está presente en la carta abierta del disidente: “Sabemos los cubanos, los católicos, que usted influyó a favor del acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, y en la reapertura de las embajadas, pero no sé si usted está enterado de que desde que tal acercamiento se produjo, la democracia se nos hizo más distante, y crecieron los arrestos contra los opositores, y las golpizas, y prosperó la muerte de estos en circunstancias misteriosas. Le aseguro que su partida dejó un manto de desolación al pueblo cubano”.
“¿Quién le hizo creer que la dictadura podría dialogar sinceramente con la Iglesia? ¿Cómo pudo la Iglesia olvidar las persecuciones que el gobierno cubano dedicó a los sacerdotes y a sus fieles? ¿Quién le hizo creer que el embargo perjudicaba más al pueblo que al gobierno dictatorial? Dos años de relaciones con el gobierno de Estados Unidos dejaron claro que esta amistad hizo que el régimen se empoderara más”, asevera el ganador del Premio Alejo Carpentier por el conjunto de relatos Los hijos que nadie quiso, título además del blog donde denuncia las violaciones de los derechos humanos que ocurren habitualmente en nuestro país (y que aprovecho esta columna para invitarles a leer).
Ante los ataques acústicos contra diplomáticos en La Habana, el escritor expone que “también se ha hecho notorio, la manera en que ese gobierno al que usted auxilió, intentó afectar la salud de funcionarios de la embajada norteamericana”. Y le pregunta al Papa: “¿Se pronunció usted, Santo Padre? Si lo hizo no estamos enterados los cubanos. Y nos duele su silencio, nos mortifica su desidia. ¿Y qué habría hecho usted si las cosas hubieran sido al revés? ¿Si fuera Estados Unidos el agresor qué habría dicho usted?”.
Santiesteban critica el diálogo del Santo Padre con regímenes antidemocráticos y asegura que “a gran parte de su rebaño le asusta su cordialidad con las dictaduras de Cuba y Venezuela, y hasta con la guerrilla colombiana. Tanto es así que ya son muchos los que suponen muy cercano a las izquierdas. Injusto o no, lo cierto es que sus gestiones han estado muy cerca de esas ‘diplomacias’, tanto es así que ya se le llama a usted ‘el Papa comunista”.
Y le deja saber (si es que no lo sabe, vale acotar o repetir) que “quienes en las cárceles hacen huelgas de hambre, no piden ya su atención, y es que quizá ya lo suponen un fantasma. Ellos piden a Cristo, ese que no olvida el dolor de quienes sufren en la tierra (…) Santo Padre, atienda nuestra realidad”, le pide Santiesteban al Papa, pero de inmediato acota “aunque creo que sería mejor que se mantuviera distante, porque cada vez que nos ha mirado terminó perjudicándonos. Quizá le pedimos silencio, el mismo silencio que dedicó usted, en Argentina, cuando era arrestado alguno de sus sacerdotes”.
Santiesteban termina con estas palabras: “Padre, no tiene esta carta la intención de conseguir un pronunciamiento suyo a favor de los cubanos abusados, a esos a quienes les roban los derechos más elementales, a esos a quienes usted bien conoce. Bien sabemos que no será usted quien propicie un milagro”.
No estoy seguro de si coincidir con este sentimiento, o esta idea, sea casi una resignación o especie de esperanza.
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