Advierto, para curarme en salud, que en estas cuartillas se exponen ideas que no son nada nuevas e, incluso, reiteran algunas que yo mismo he escrito. Lo hago, además, a riesgo de que horas después de redactarlas pierdan vigencia, tal es el clima de incertidumbre en el que transcurre el país. Lo hago, en fin, porque es un asunto que importa demasiado para la vida de todos nosotros; no hay que quitar el dedo de la tecla. En este caso, la terquedad es un mandato. Hay que hablar, pues, de la política, de la urgencia que tenemos de rescatarla mediante el diálogo y la negociación, haciéndole frente a los vientos que soplan en su contra desde varios lados y diferentes argumentos.
I.
El ya viejo conflicto político venezolano fue agravado sensiblemente el 20 de mayo del año pasado como consecuencia de unas elecciones absolutamente irregulares, de las que diversas organizaciones dieron debida cuenta (puede consultarse, por ejemplo, la página web del Observatorio Electoral Venezolano), poniéndole un nuevo condimento a la complicada situación nacional. Me refiero a la ilegitimidad de origen del nuevo gobierno.
Se replanteó, así, la necesidad de un diálogo que mostrara la posibilidad de una salida que le abriera otro escenario al país. Un diálogo que tiene, como es obvio suponer, sus particulares complicaciones derivadas de varios factores, entre los que cabe mencionar la profundidad y extensión a todos sus ámbitos de la crisis nacional, la fragmentación del liderazgo político, la enorme gravitación de los militares encuadrados en sus intereses corporativos, el peso de la comunidad internacional y otros cuantos más.
En parecido sentido a lo señalado en el párrafo anterior, es menester agregar que el gobierno se secó dese el punto de vista político -desgastó sensiblemente al chavismo- y no cuenta con mensaje ni propósitos creíbles ni factibles para la sociedad, tan solo dispone de una épica mustia, satirizada por la terquedad de los hechos, al paso de que se ha ido pareciendo cada vez más al viejo socialismo real, con injertos provenientes de la vieja derecha y ciertas dosis de la fórmula del “conforme vaya viniendo vamos viendo”. Un gobierno, en fin, que solo deja clara su intención de continuar gobernando -en función de intereses grupales y personales amparados por el poder-, cosa que hace en clave autoritaria, hoy en día sin siquiera la precaución del disimulo.
Por su parte, los sectores de oposición evidencian no tener una buena lectura de lo que ocurre en el país y no han conseguido capitalizar políticamente el inmenso rechazo existente contra el gobierno. Además, muestran grietas internas inadmisibles que dificultan llegar a posiciones y estrategias comunes.
II.
La crisis venezolana no se puede intentar resolver de cualquier manera. Los acuerdos necesarios para superarla solo pueden nacer del diálogo, que, según lo indican los manuales correspondientes, supone la identificación de los límites del espacio común, reconociendo al otro y regulando las diferencias que lo distancian. El fracaso en el diálogo es derrota para todos. Hay, pues, que recuperar la conversación política tras dos décadas sin tenerla. Regresar a la palabra para negociar y convenir en nombre del interés de todos, sabiendo que no hay otro invento a la vista para coser la vida nacional. Y, plagiando a Perogrullo, algunos dirán que en su versión más ingenua, su trasfondo no debe ser ser la disputa por el poder, sino el drama que vive la mayoría de los venezolanos.
Tal como se encuentra planteada la ecuación política venezolana, no pareciera haber solución si no se opta por la vía electoral. Hay, así pues, que realizar unas elecciones presidenciales, bien sean solas o junto con otras (parlamentarias, por ejemplo), cumpliendo con los requisitos debidos y bajo la responsabilidad de un arbitraje institucional imparcial, que, es bueno apuntarlo, va más allá del CNE.
Concertándose unas votaciones se habrá cumplido, entonces, con una condición necesaria, más no suficiente para encarar la crisis política y comenzar a desbrozar, aun antes de que se celebren, el camino que permita irla desenredando en sus otras dimensiones. Es así porque la democracia no se fundamenta solo en la agregación aritmética de preferencias traducidas en sufragios, sino en una cadena interminable de eventos que suponen la deliberación necesaria a fin de aterrizar en consensos que sustenten la convivencia social. En este sentido, hay que recordar que la democracia no solo existe a partir de la construcción de mayorías, sino de la construcción de amplios acuerdos. Como escribió el politólogo Robert Dahl, los votos no instruyen al gobierno, solo lo integran.
III.
Desconozco, imagino que no soy el único, las maneras mediante las que el impasse venezolano llegó hasta Oslo, en donde desde hace algunas semanas está teniendo lugar un proceso de mediación, fase previa para que la oposición y el gobierno inicien un diálogo y una negociación. Menuda tarea, de bisagra, la que le toca llevar a cabo a los noruegos, labor que realizan a través de un equipo especializado, financiado por su Cancillería, de larga experiencia en distintos países del mundo, obrando siempre desde su indiscutible neutralidad y sin esconder bajo la manga intereses propios.
A pesar de la adversidad o el escepticismo de algunos poderosos micrófonos, nacionales e internacionales, es este un proceso que cuenta con el apoyo de la mayoría del país. A los venezolanos no nos queda otra, entonces, que presionar para que continúe y finalice dejándonos como saldo la oportunidad de poder vivir en una sociedad que no parezca calle ciega, sino horizonte.
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