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El país que vamos a construir

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Leo a Roberto Casanova, un intelectual joven y pleno de esperanzas que nos lanza la atractiva idea de avanzar hacia la creación de una alternativa política de centro, no extremista. Para ello convoca nuestra rebeldía constructiva intacta, para emprender la buena tarea. Creo con él en un mundo que mejora y que nosotros indefectiblemente mejoraremos.

En las posguerras los países se reconstruyen, basta recordar la inolvidable película de Fellini Alemania, año cero, Berlín en escombros, y hoy el debate entre las distintas corrientes políticas germanas para lograr un acuerdo de gobernabilidad en paz.

La libertad es un hecho moral no reducible a lo meramente económico, integra todas las vertientes que pueden configurar el país que queremos construir, por tanto decidir la visión política que genere las políticas públicas que orienten el crecimiento y el cambio es un principio.

Hay que decidir, apostar a la responsabilidad del individuo o al Estado totalitario que pauta toda nuestra existencia. Preferir el mercado, “aquel sitio donde mi enemigo es mi amigo” o imponer una planificación centralizada, como antes hicieron los rusos y los chinos, que hoy prefieren olvidar.

Hay que decidir, si creemos que podemos enfrentar las desigualdades con el arcaico método de la lucha de clases y apaciguar con subsidios adormecedores o creer en nosotros mismos e invertir en la gente.

La versión socialista vivida durante los últimos 20 años, al igual que en todo el planeta ha fracasado, plagada de hambrunas, genocidios, racionamiento y aplastamiento de la conciencia ciudadana. Basta mirar a Venezuela hoy.

Si vamos hacia el país que queremos, tenemos que comenzar por lo más duro, es decir, lo económico y proponer y medir los resultados expresados en la configuración del mercado de trabajo. El sitio donde todos los mortales nos sumergimos en la economía, una inmersión sin escapatoria, resultado de la estrategia económica y del respeto a los derechos civiles. La economía  orientada hacia la libertad se convierte en un ámbito de generación de oportunidades y no en expulsión, lucha de clases, representación de desigualdades.

El mercado de trabajo es el espacio concreto donde se materializa la polarización, allí se gesta y vive la diferenciación. Aspiremos a un mercado de trabajo de un país con libertad económica, abierto, incluyente, orientado al crecimiento, la productividad, fundado en la calidad de los trabajadores, con leyes laborales equilibradas y la innovación de un pujante sector empresarial, creador de mercados, donde florezcan miles de empresas, 30.000 como dice Olalquiaga o muchas más. Superemos esa fatídica cifra de 50% de los venezolanos anclados en una economía preindustrial.

Para transformar el mercado de trabajo, es imprescindible realizar un esfuerzo gigante, generar oportunidades de formar, aprender, forjar capacidades. Venezuela es un caso insólito de inexistencia de un sistema de formación para el trabajo. Es imprescindible invertir recursos petroleros en 335 escuelas para aprender a trabajar, apoyadas por universidades, centros de ciencia y tecnología y por las empresas. Todos involucrados en un inmenso proyecto que cubra todo nuestro territorio, que en el más pequeño y apartado municipio exista un local y unos maestros que capaciten a los jóvenes y los conecten con un mejor futuro.

La aspiración es vivir en un Estado de Derecho, ser gobernados por la ley y no por caprichos dictatoriales. Rearmar nuestro sistema de justicia, con jueces de verdad, devolver al ciudadano su derecho a decidir, respetar los derechos civiles, políticos y económicos y nuestros inalienables derechos humanos. El reto es superar la tiranía del Ejecutivo que subordina los poderes públicos y poner en pie un real equilibrio democrático.

Es inaplazable convertirnos por primera vez en nuestra historia en un país de propietarios. El Estado tiene que devolver a la sociedad los bienes confiscados, el poder y el derecho de ser propietarios de nuestras riquezas y que esa sea la base de nuestro bienestar colectivo. Todos estos cambios tienen que inscribirse en la transformación del Estado patrimonialista y totalitario que hoy nos aprisiona en un Estado que simplemente puede definirse como una institución al servicio del ciudadano, educador  responsable de la calidad del ambiente, escuelas, centros de salud, redes de comunicación, responsable de la seguridad personal y patrimonial, cuya prioridad sea responder, informar y orientar a la ciudadanía. Estas aspiraciones son de centro, sencillas y posibles, basta quererlo y luchar por ellas. ¿No cree usted lector?

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