COLUMNISTA

El país que vació el hambre

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Mientras el gobierno se empeña, orondo, en mostrarle al país la hermosa iluminación colocada en las calles para alegrarles la Navidad a los caraqueños, 2 serias proyecciones vaciaban el alma de aquellos a quienes nos duele la patria: el Fondo Monetario Internacional proyectó la inflación venezolana de 2019 en 10.000.000% y las Naciones Unidas, a través de su Comisión para los Refugiados, anticipó que al menos 2 millones más de los nacidos en suelo venezolano saldrán del país en los meses del año que entra.

El hambre se ha vuelto la más dramática expresión de la desastrosa vida cotidiana de millones de nuestros compatriotas. No tener con qué pagar los estudios de los hijos o no contar con fondos con qué hacer frente a la factura de electricidad, a la compra de una medicina necesaria o de un billete de transporte ha pasado a no ser importante frente a la imposibilidad de darles de comer a los niños que se adelgazan a toda velocidad mientras reclaman el alimento a sus padres.

La peor secuela de la pobreza de las familias venezolanas es que ella se expresa no en la falta de futuro para levantar a los suyos, sino en la incapacidad inmediata de hacerse de los dineros necesarios para poner comida en la mesa.

La inflación que provocó esta avalancha de expulsados este año rondó 1.000.000%. La que anticipan a partir de inicios del año los órganos mejor calificados del FMI se multiplicará por 10.

Es ello lo que ha provocado la fuga de millones de compatriotas. Lo que hay en el negro panorama del país es más hambre y, por tanto, más expatriados, más migrantes, más exiliados o más refugiados. Nuestro país ha expulsado a 3,3 millones de seres a esta fecha, y rondaremos los 5,5 millones para cuando finalice 2019. La cifra equivale a la población entera de Singapur, Eslovaquia, Finlandia o Costa Rica.

Por fuera de nuestras fronteras el problema de los países forzados a darnos abrigo es inmenso. No hay manera de agradecer la apertura a nuestros depauperados hermanos por parte de los países del continente incluido Estados Unidos, y por parte de España, Portugal, Italia y Francia en la vieja Europa.

95 organizaciones en 16 países se han puesto en marcha para estructurar, en un tiempo récord, un plan humanitario para responder a las necesidades de la inmensa masa de migrantes y sobre todo para establecer formas y medios de lograr su inclusión social. Si existen deficiencias en unos y otros lados es porque el contingente humano es inmenso y porque no para de acrecentarse en número y en penurias a resolver.

El INE, nuestro órgano oficial de estadísticas, dejó de publicar cifras nacionales de pobreza desde el primer semestre de 2015.

Pero la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida liderada por las mejores universidades, nos acaba de señalar que 15,3 millones de nuestros habitantes califican como pobres, es decir, uno de cada 2 hogares venezolanos… 12 millones más que los que encontró Nicolás Maduro al inicio de su mandato. No es temerario pensar, pues, que todos estos 15 millones de nuestros hermanos son candidatos perentorios a engrosar las filas de la migración del desespero.

Puede ser que el gobierno, sin estadísticas propias, aún no se haya percatado del grueso de la desgracia de la familia venezolana cuando se animó a adquirir este año el costoso decorado de la capital. La situación de vulnerabilidad extrema y de penuria galopante de una altísima parte de la población no permite que los ciudadanos alcen la vista para alegrarse con el hermoso alumbrado de Navidad de Caracas.