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País de puertas abiertas

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Cuando el drama de la emigración venezolana se hace cada día más doloroso y más visible para el mundo podría parecer un contrasentido hablar de un país de puertas abiertas. Nuestra historia, sin embargo, y especialmente más la de mediados del siglo pasado, justifica plenamente la calificación de Venezuela como tierra de promesa. Aquí, en efecto, se establecieron, crecieron y prosperaron tantas familias venidas de otras latitudes y convertidas, en más de un sentido, en profundamente venezolanas. Recordarlo ahora, cuando buena parte del país alimenta el sentimiento de recuperación, es no solo pertinente sino necesario.

En el debate cada vez más frecuente sobre los beneficios y riesgos de la inmigración se habla de experiencias abiertamente positivas como las de Canadá, Australia, Estados Unidos, Nueva Zelanda y otros países.

Canadá, el primer país del mundo que adoptó el multiculturalismo como política nacional, cuenta con la mayor inmigración per cápita del mundo y ha hecho de la diversidad cultural una de sus señas de identidad. Con políticas de inmigración selectiva parecidas, Australia no ha dejado de prosperar y de reiterar el llamado a nuevos migrantes, en la convicción de que la diversidad es una de sus fortalezas y sobre la base del respeto por cada cultura y por la constitución australiana al mismo tiempo que de la defensa de los derechos y libertades, como quedó expuesto en un reciente debate en la BBC sobre la multiculturalidad en Australia.

En escala diferente a la de los países citados, la experiencia venezolana ilustra también los beneficios de una política puertas abiertas. La presencia primero de tantos españoles, italianos, portugueses, europeos de otras naciones y, luego, de tantos latinoamericanos y asiáticos ha dejado entre nosotros una herencia que hay que valorar. La oferta venezolana de oportunidades en un marco de libertades y respeto a la diversidad cultural tuvo su respuesta en una clara voluntad de integración y en un aporte real en todos los órdenes. No son pocos los venidos de fuera o sus descendientes que lograron cosas importantes para el país y figuraron en las artes, la cultura, la ciencia, el magisterio, en la construcción de instituciones, en la agricultura, la industria o el comercio. Recibieron de Venezuela estímulo, reconocimiento social y oportunidades y supieron corresponder con sus ganas de hacer, su talento, su trabajo y su iniciativa. Venezuela se convirtió en su hogar y ellos generaron un modo particular de ser venezolano. Algunos han decidido regresar a su país de origen. Muchos permanecen aquí y apuestan por la recuperación de Venezuela.

La diáspora venezolana ha significado el drenaje de parte de esa multiculturalidad alimentada en tantos años. Los que se regresaron y sus hijos están reconstruyendo en su país de origen su propia realidad, no sin nostalgia y no sin dificultades, con sentimiento de pérdida y con añoranza. Muchos estarían dispuestos a regresar si se dieran las condiciones, condiciones que también atraerían a jóvenes de estos países, bien formados y talentosos pero amenazados por el fantasma del desempleo y de la falta de oportunidades.

Entre los nuevos retos que debe afrontar el país está, sin duda, el de recuperar a los que se fueron, capitalizar la experiencia adquirida en contacto con otras culturas y convocar nuevos talentos. Será posible si somos capaces de ofrecer nuevamente un país de libertades y de oportunidades. Será nuestra mejor inversión. Será una manera positiva de responder a esa nostalgia por los valores de nuestra idiosincrasia pero también por los que penetraron gracias al contagio de una inmigración que aportó su cultura de la estima por el trabajo, la educación como base del crecimiento, la especialización, la disciplina, el concepto de familia.

La política de puertas abiertas abre espacios para el enriquecimiento cultural, el intercambio, el flujo de inversiones, la ampliación de la visión del mundo. Su aplicación contribuye positivamente a dar respuesta a los problemas de identidad, de cohesión social, de integración, de asimilación de lo mejor de cada uno.

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