I
Lastimosamente, a todo se acostumbra uno, es una realidad. Es también una condición del ser humano. Pero hay cosas a las que es difícil acostumbrarse. Hay cosas a las que me resisto acostumbrarme.
Cuando yo estudiaba en la UCAB mucho se discutía si el cine iba a perder algún día su atractivo, si iba a ceder ante la popularidad y la accesibilidad de la televisión por suscripción y todo lo que ofrecía, con programación y canales ilimitados, sobre todo cuando se hablaba de señal por cable. Pero el cine sobrevivió, se reinventó, creció y se ha hecho más fuerte.
En parte por la experiencia, porque lo que hace sentir al espectador es completamente diferente a ver la televisión.
Ahora hay personas que afirman que no volverán a ver la televisión otra vez, la programación que ofrecen y producen los grandes canales, porque se rinden ante la novedad de otro tipo de emisiones a través de la red. Imagino que lo mismo afirmarían los que vivieron el nacimiento de la televisión, los que dejaron sus receptores de radio en el olvido cuando se hizo popular aquella caja que emitía imágenes y sonido aún en blanco y negro. Pero el paso del tiempo ha demostrado que lejos de desaparecer los “viejos” formatos, lo que ocurre es un reimpulso, un renacimiento, la reinvención.
II
En la Venezuela roja ya va siendo tiempo de irnos acostumbrando a las despedidas. Desde lo más tonto y cotidiano hasta lo más sublime y valedero.
Hace tiempo que me despedí de mi pollo asado de los domingos. De mi trabajo estable, de mis vacaciones planificadas, de mis paseos a la playa; de la simple manía de ir a la peluquería regularmente o de complacer los antojos de mi hija aunque ya está bien grande. En general, hace tiempo que me despedí de mi derecho de disfrutar del fruto de mi trabajo como parte de la clase profesional de un país en desarrollo porque ese derecho me lo robaron.
Me despedí del placer de la cocina, del placer de comprar libros, del placer de ir al cine, del placer de caminar por las calles. Pero nada de eso se compara con el dolor que genera despedirse de los amigos.
En los últimos años cada cierto tiempo me despido de alguno que se va, que se aleja con la preocupación de dejarnos en este infierno. Pero las tecnologías lo acercan a uno.
El dolor va creciendo cuando se trata de familia. Aunque no es reciente la partida de mis sobrinos, y aunque nos hablamos todos los días, son huequitos que se hacen en el alma, y entonces voy teniendo el corazón bordado como un encaje, con agujeritos aquí y allá. Hace poco se fue mi hermano mayor, pronto se va la familia de mi hija… y así vamos.
Les confieso que a eso no me acostumbro. Las despedidas sentimentales siguen doliendo en el alma. Ya no es el cambio de moda, ya no es irse a nuevas tierras por placer, ya no es cambiar una tecnología por otra o adaptarse a los nuevos tiempos. Insisto, es un huequito en el alma cada vez que me despido.
III
Las discusiones sobre cómo afectan las nuevas tecnologías a los medios tradicionales de información no son nuevas. Lo de la televisión, la radio y el cine también llegó a los medios impresos con la aparición de Internet y la verdadera y extraordinaria inmediatez de la noticia.
Algunos medios se adaptaron, se rediseñaron para parecerse a la oferta de un medio electrónico. Algunos reinventaron su oferta, se hicieron nuevos dentro de lo tradicional.
Es lo mismo que enfrenta el libro, es la maldición del papel que algunos afirman por la calle del medio que está destinado a desaparecer. Yo humildemente lo defiendo, así como defiendo el cine. Es la experiencia que ofrece.
Pero aquí se mezclan dos cosas, una muy objetiva, las nuevas tecnologías, y una muy sentimental, la despedida de un amigo, de un ser querido, de una presencia que me ha acompañado toda mi vida.
Verlo, tocarlo, tenerlo entre mis dedos. Primero en blanco y negro, luego con la adición del color, las grandes fotos, las infografías a toda página. Cientos de miles de millones de palabras impresas que han pasado por el plomo, por el negativo, por la vieja rotativa, por la moderna. Papel más grande o más corto. Verlo salir recién impreso luego de una guardia nocturna, la tinta húmeda, el papel caliente. Ver correr las páginas desde el ventanal de la redacción. Correr, hacer cambios, ajustar, precisar noticias. Corregir títulos, buscar fotos impactantes.
No solo se trata de darle paso a los nuevos tiempos, a esas corrientes tecnológicas que nos llevan como ríos crecidos. Este entrañable ser querido ha sido víctima de un feroz ataque que lo ha tratado de herir de muerte. Y dentro de todo, aunque lo sienta como una mala noticia, al menos me queda el consuelo de que la peste roja no ha podido cumplir el objetivo que se trazó desde hace años, que es acabar con este periódico.
Hoy me despido de un amigo, de un ser querido, de El Nacional que compartía con mi padre en las mañanas, de El Nacional que hacía y corregía con mi bolígrafo verde. Hoy se me hace otro hueco en el alma, me despido de El Nacional de papel.