COLUMNISTA

Se oyen pasos de gigante, por ahí viene Joe Biden

por Leopoldo Martínez Nucete Leopoldo Martínez Nucete

La primaria demócrata para escoger al abanderado que intentará cerrarle el paso a Trump en su reelección. cuenta con una larga lista de aspirantes. En entregas pasadas analizamos las candidaturas de Julián Castro, único latino en la contienda, ex alcalde de San Antonio y ex secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano de Obama; las cuatro senadoras que encarnan la relevancia del liderazgo femenino en la coalición demócrata-progresista: la carismática Kamala Harris (California), la aguerrida Elizabeth Warren (Massachusetts), y las incisivas e influyentes Klobuchar (Minnesota) y Kirsen Gillibrand (Nueva York).

Luego hicimos el perfil de los tres senadores progresistas en la contienda: el más conocido, por su incursión contra Hillary Clinton en 2015, Bernie Sanders (para muchos, el idealista de Vermont); el pragmático-progresista con peso sindical Sherrod Brown (de Ohio, estado clave en el tablero de los colegios electorales); y el liderazgo emergente y carismático de Cory Booker (Nueva Jersey). Hay en el grupo, además, dos potentes representaciones de la base afroamericana, elector fundamental al partido demócrata, Harris y Booker.

Un denominador común en todas estas candidaturas es la novedad. La jovialidad del conjunto demócrata, así como su emergencia desde la intersección del ámbito más progresista del partido. Cada quien con sus modulaciones componen un abanico que va desde la centro-izquierda hasta la izquierda de la diversa coalición demócrata, aun cuando la candidatura de Castro encontraría su cimiento en el caudal electoral latino.

Ha surgido también un grupo de candidatos venidos de las gobernaciones de estado: Terry McAuliffe (ex gobernador de Virginia); Hickenlooper (ex gobernador de Colorado); y Jay Inslee (actual gobernador del estado de Washington). De este trío, solo los dos últimos han formalizado su aspiración. McAuliffe admite sin reservas la idea, mantiene visibilidad mediática y aún sin formalizar un comité exploratorio, en varios estados se han constituido grupos que lo promueven como candidato a la Presidencia. Además de experiencia y obra exitosa de gobierno estadal, que constituye una referencia muy relevante en el país, dos de estos aspirantes (Hickenlooper y McAuliffe) comparten otro aspecto común: son hombres de negocios exitosos, probados en función de gobierno, con un planteamiento económico muy en el centro del discurso político. Inslee es un político de carrera que como gobernador ha destacado por su agenda ambientalista.

Todos asumen la agenda social de inclusión, al tiempo que son moderados por su gran pragmatismo en lo económico. Y tienen una ventaja nada despreciable: buenas relaciones con la comunidad empresarial.

Prevenido al bate está también el ex congresista Beto O’Rourke, que en una campaña de visibilidad nacional proyectó una inteligente y fresca referencia en su lucha por la difícil tarea de ganar la senaduría en el –por ahora– bastión republicano de Texas contra el inefable Ted Cruz.

Muchos se preguntan ¿por qué el “grupo de los gobernadores”, con tal fortaleza en sus trayectorias, se inhibe de irrumpir con fuerza mediática con sus aspiraciones? Y ¿por qué quienes tienen una conexión emocional desde el movimiento progresista, tampoco terminan de mostrar una fortaleza que los haga percibir como presidenciables? La respuesta es que las nueve candidaturas todavía luchan por establecer su viabilidad. Y las que ya parecen viables todavía no se perfilan como referentes a ganar, incluyendo a Sanders, quien luce lejos de ser el factor polarizante del eje progresista o de los milenials, como sí lo logró frente a Clinton en 2015. De momento, están bastante parejos. Aunque es temprano y hay tiempo para despegar, todavía ninguno se presenta como esa opción indiscutiblemente destinada a reconquistar la Casa Blanca. Fuerza que sí tuvo en su momento el novel senador de Illinois Barack Obama en 2008, cuando desafió la que parecía inevitable candidatura de Hillary Clinton.

Nuevamente, ¿qué pasa o qué falta? La clave podría estar en el hecho de que flota en el ambiente una posible candidatura de Joe Biden. Y esa pretensión, aunque no anunciada, tiene mucho “gravitas”. El ex vicepresidente no solo tiene una bien ganada imagen de hombre de Estado, tras 36 años en el Senado y 8 como vicepresidente, sino que también está anclado en la mente de una inmensa parte del elector demócrata como el líder necesario en la actual coyuntura, el que pudo derrotar a Trump en 2016, y que no llegó a ser candidato porque lo impidió la muerte de su hijo, el también líder demócrata en Delaware, Beau Biden.

Puede afirmarse que todo el mundo se quedó esperando la presidencia de Biden y priva la convicción de que, con él como abanderado, Trump habría mordido el polvo de la derrota. Mucho más ahora, cuando pese a la existencia de una economía en expansión, el magnate está enfrentado al escándalo y la impopularidad, con un rechazo de 60% de la población en Estados Unidos.

La tragedia familiar puso de manifiesto nuevamente la entereza de Biden, que décadas antes había perdido a su primera esposa e hija en un accidente en Delaware, del cual solo quedaron con vida sus hijos varones Beau y Hunter, cuando se juramentaba en DC como el senador más joven de la historia del país. Su fortaleza y sobriedad frente a los golpes de la vida son unas de las razones por las que el carismático Joe Biden está arraigado en el corazón de la militancia demócrata. A esto debe añadirse el papel de su actual esposa, la educadora Jill Biden, una mujer de gran prestigio e influencia en el sector universitario, y además el hecho formidable de que tiene una relación estrecha, afectiva y visible con los súper influyentes Barack y Michelle Obama, quienes, a no dudarlo, tendrían una participación fundamental en su campaña presidencial si este anuncio se concretase.

Biden fue uno de los Leones del Senado. Desde aguerrido defensor de la clase media y trabajadora, promotor sin vacilación de la igualdad de género, campeón de la inclusión de la diversidad que define a la sociedad americana, hasta dilatadísima trayectoria en política exterior. Un líder conocido y respetado por el planeta en relaciones exteriores, seguridad y defensa, así como en su trabajo desde el Comité de Asuntos Judiciales, donde se deciden los nombramientos de jueces federales y magistrados a la Corte Suprema. Biden es reconocido por demócratas y republicanos como constructor de consenso bipartidista. De hecho, una de sus fortalezas es su gran habilidad para mantener amistad con sus oponentes en el trabajo político. John McCain, por ejemplo, lo consideraba hermano de la vida a pesar de sus profundas diferencias de criterio en torno a asuntos espinosos.

Finalmente, Biden tiene otra enorme y visible cualidad. Su férreo compromiso con la clase trabajadora y las clases medias. Es su marca. Nunca ha dejado de ser auténticamente una figura que entiende la lucha de estos sectores. De hecho, sigue siendo un hombre de modesta fortuna personal y vida frugal, muy presente en la comunidad. Es de esos líderes que todo el tiempo viaja, desde Washington DC a Delaware (Biden nació en Pensilvania, pero vivió y representó a Delaware toda su vida en el Senado) en tren, con la gente. No es extraño verlo saboreando una hamburguesa en la barra de un popular local o merendando su favorita barquilla de helado en medio de la algarabía de los parroquianos.

Biden ha conservado ese hilo emocional y conector con sus orígenes: una familia de inmigrantes irlandeses, de clase trabajadora. Pero, al mismo tiempo, en lo económico, transpira más que pragmatismo, sentido común. Entiende que, para lograr igualdad de oportunidades y reparto justo de la riqueza, debe haber un sistema eficaz, donde la iniciativa individual y el emprendimiento son irreemplazables. En consecuencia, Biden es un líder percibido como vocero de la clase trabajadora, pero racional en sus postulados económicos.

Si esto fuera poco, otros grupos demográficos, como los latinos, ven a Biden como un aliado incondicional. Y lo ha sido en su vocería como promotor de la reforma migratoria con camino a la ciudadanía y la defensa de los jóvenes soñadores. Lo hace porque, por su propia experiencia como descendiente de irlandeses católicos, sabe lo que significa la inmigración en la historia estadounidense. Y también es consciente del daño causado por el prejuicio de algunos sectores supremacistas protestantes hacia las minorías católicas irlandesas o italianas.  En su agenda social Biden también ha sido un abanderado de causas fundamentales para la mujer como la lucha contra el abuso sexual, la violencia doméstica y la igualdad salarial de género.

En su agenda de política exterior siempre ha elevado a Latinoamérica como prioridad. Entiende el drama venezolano como pocos. La izquierda y la derecha de América Latina reconocen su compromiso con la defensa de los derechos humanos, la libre prensa y el retorno a la democracia en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Europa lo reconoce como interlocutor válido en la triangulación de iniciativas hemisféricas. Y durante la presidencia de Barack Obama estuvo a cargo de esfuerzos por profundizar la cooperación para el desarrollo con Centroamérica y el Caribe, incluyendo propuestas para migrar la plataforma energética de estos países a fuentes renovables, como la solar y eólica, y así quebrar la costosa dependencia del petróleo para estos países.

Biden se está tomando su tiempo, pero pronto anunciará su decisión. Las encuestas confirman que su candidatura se pondría inmediatamente a la cabeza del grupo y que es el candidato con mayor probabilidad de derrotar a Trump si las elecciones fuesen hoy. No por nada es a quien los republicanos más temen como oponente. No falta quienes auguran que podría ser el puente entre el liderazgo establecido y la generación que emerge en esta primaria, de donde podría reclutar su compañero de fórmula y un extraordinario gabinete. Los análisis coinciden en que los demócratas tienen tres vías para llegar al número mágico de los 270 votos electorales que aseguran la Presidencia, mientras que para Trump todos los caminos pasan por Florida, donde, por cierto, los sondeos también revelan un Biden muy difícil para Trump.

No le demos más vuelta. El ex vicepresidente está a punto de cambiar el paisaje de Estados Unidos puesto que una pegatina que diga “JoeBiden 2020”se verá en muchos automóviles en todo el territorio de esta vasta geografía.

@lecumberryentwitter