La lectura de Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones es obligatoria. Son muchas las enseñanzas que Adam Smith nos deja en su obra maestra, considerada por los entendidos como el pilar fundamental de la ciencia económica moderna.
Son diversos los aspectos que el libro tiene para analizar. Hay un tema, sin embargo, que dada la coyuntura que vive Venezuela quisiera resaltar, y que curiosamente no se relaciona directamente con el aspecto económico, al menos, en principio.
Cuando uno piensa en la Universidad de Oxford lo primero que viene a la cabeza es el prestigio y la excelencia. Con más de mil años de existencia –hay autores que indican que la universidad comenzó operaciones alrededor del año 1096 D.C.– esta institución tiene en su haber relación con más de 69 premios Nobel de distintas disciplinas y, al menos, 27 primeros ministros del Reino Unido han pasado por dicha casa de estudios. Sin embargo, no siempre la Universidad de Oxford fue así, y Adam Smith fue testigo de ello. En 1740 el escocés se fue a estudiar al Balliol College de Oxford y describió el lugar como una institución en franca decadencia.
En el Libro Quinto de La riqueza de las naciones Smith señala lo siguiente: “En la universidad de Oxford la mayor parte de los profesores oficiales hace mucho que han renunciado, incluso, a simular que enseñan”. Las palabras de Smith son desoladoras y difícilmente motivarían a seguir adelante. No obstante, esta institución logró cambiar su realidad y casi 300 años después el panorama es otro.
Reflexiono sobre este argumento porque creo que es pertinente trasladarlo al presente venezolano. Es indudable –por mucho que a veces queramos llenarnos de consuelos y justificativos– que nuestra sociedad, nuestra estructura como nación, se encuentra en franca decadencia, y lo que se observa a diario, ese sentido de desolación y disfuncionalidad no constituye un alimento que fortalezca nuestro espíritu. Al contrario, los incentivos están dados para irse en desbandada.
El mensaje, creemos, debe ser otro. Todas las sociedades tienen auges y caídas. Y Venezuela no es la excepción. Nuestro tiempo histórico está signado por una profunda destrucción. El socialismo ha sacado todo lo peor de nosotros mismos y difícilmente existe un habitante de esta tierra que no se haya cuestionado en algún punto los fundamentos de sus valores y conductas. Pero no siempre tiene que ser así. Debemos albergar la convicción de que es posible e imperativo cambiar. Precisamente la historia nos da un asidero para pensar que las civilizaciones más avanzadas surgieron después de grandes procesos destructivos. El Reino Unido es muestra de ello. Su tradición de respeto al Estado de Derecho no se edificó en un día. Se forjó con el tiempo y gracias a duros aprendizajes. Lo mismo le sucedió a Adam Smith con su obra. Diagnóstico por qué algunos países logran el éxito y cuáles son los elementos para llegar hasta allá. Sembró una semilla que siglos después muchos otros pensadores pulieron y perfeccionaron.
Este debe ser el ejemplo para Venezuela. Se debe dejar atrás el imperativo de una mentalidad fatalista y establecer los cimientos para la modernidad con otros incentivos. Lo más importante es que cuenta con el capital humano para ello. Falta, sin embargo, que este despierte y se dé cuenta de todo lo que es capaz de hacer para surgir de la caída y ver con el rostro en alto el auge de otro futuro.