COLUMNISTA

La oveja descarriada

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Sergio Monsalve está vinculado a una organización cinematográfica que me ha hecho objeto de un homenaje. Estas fueron algunas de mis palabras de agradecimiento o, al menos, las que quise decir:

“En actos como este, el homenajeado con falsa modestia, como si fuese una nueva madre de Calcuta o la fiera salvaje cubierta con la piel del manso cordero sacrificado, dice estar muy emocionado pero no cree tener suficientes méritos para recibir el homenaje y que no ha hecho nada para merecerlo”.

La audiencia aplaude a sabiendas de que aquella modestia es totalmente falsa. Pero yo me liberé de toda convención social y me lancé, arrebatado, y dije que agradecía el homenaje porque lo merecía; porque pasé toda mi vida haciendo que los venezolanos conociesen el buen cine, me tocó defender sus películas en festivales internacionales y fueron muchos los premios y reconocimientos que conseguí a pesar de las torpezas narrativas de las películas.

Un crítico español me dijo que si en España se protegieran las películas con la pasión que yo ponía defendiendo las mías, el cine español sería más aclamado. Pero era que las defendía como si mi castillo estuviese asediado con la desmesurada violencia que alcanzan los filmes ambientados en el Medioevo; no es que Dios quiera hacer el esfuerzo por mí, es porque yo mismo lo hago gracias a la tenacidad de mi voluntad. Y me quité de encima la piel de oveja mansa pero descarriada que suele aparecer en los moralizantes cuentos de hadas y, al saberme yo mismo, me sentí bello, fresco, ligero de peso y radiante. Honesto, y dije que sí; que aceptaba el homenaje porque me lo merecía.

Dije que lo verdaderamente superlativo residía en la circunstancia de que recibía y celebraba el homenaje estando vivo y no desde la eterna oscuridad de los muertos. Agregué que el verdadero homenaje lo merecían los venezolanos que permanecemos y sobrevivimos en el país del pavoroso naufragio. ¡El genocidio! Y lo merecen también los que están iniciando una nueva vida en el azar de otros países. Cirujanos eminentes tienen que aceptar un puesto de menor jerarquía en el hospital que los acogió y obligarse a vivir en algún mezquino apartamento en algún barrio igualmente mezquino. Hay quienes dejan sus empresas intervenidas arbitrariamente y arruinadas luego por el totalitarismo o dejan el trabajo para tratar de encontrar otro en una ciudad que no conocen; estudiantes que encuentran dificultades para que se les acepten sus niveles académicos. Países que ponen trabas inmigratorias o que no nos quieren, como en Panamá. ¡La diáspora!

Recibo el homenaje con intensa gratitud y pienso que él podría servir para animarme aún más a defender a mi país, mi verdadero castillo, el país que ha hecho posible que Sergio Monsalve y el cine nacional me rindan un homenaje más poderoso que las armas del cuartel porque tiene que ver con los valores de la cultura y del pensamiento. ¡Las únicas armas que poseemos los civiles!

¡Vivir para el cine! ¡Vivir en el cine! Es lo que he hecho a lo largo de mis 87 años. La mayor parte la he vivido dentro de las pantallas. Allí hay sombras, plazas, calles y avenidas; árboles y hay fiestas y duelos, alegrías y desencantos. ¡Allí vivo porque el cine vive en mí! Y es este el motivo del homenaje: premiar la constancia, la perseverancia, nociones que no son fáciles de encontrar en el ADN venezolano; ser fiel al propósito de una vida, seguir los propios pasos sin alterar el rumbo, sin esquivar, maltratar o apartar a nadie del camino, ajeno al interés que pueda tener Dios en ayudarnos. De allí el ¡ayúdate tú mismo y Dios te ayudará!

Hice una vida de privilegios: encontré un trabajo que consiste en lograr que los venezolanos viesen buen cine y se convirtió en una pasión personal; lo que significa que dejó de ser un trabajo. Mi papá, coronel gomecista por obra y gracia del general Gómez, jamás entendió que me pagaran por ver películas ¡y mucho menos a Belén Lobo por bailar! Me mudé solo dos o tres veces en ochenta años sin contar los numerosos viajes.

Mis compromisos de trabajo duraron veinte o treinta años ininterrumpidos, lo que evidencia una vida regular y sedentaria. Estuve medio siglo de verdadero e intenso amor casado con Belén y tengo tres hijos que hicieron, cada uno a su manera, sus propias vidas normales pero exitosas. Hice amigos en las artes y en la cultura que se integraron a mi familia adquirida y mis hijos encontraron en todo ellos unos tíos célebres y bondadosos.

En el país petrolero, que odia la belleza y la sensibilidad, he puesto todo mi empeño en cuidar una y afinar la otra, al punto que he logrado una sensibilidad tan frágil que cualquier asomo de vulgaridad puede quebrantar mi propia psiquis. Pero al mismo tiempo estoy acerando mi voluntad, abriendo las ventanas y aireando la casa, liberando el pensamiento, obligando a la memoria a no olvidar, situando la conciencia en primera fila y enfrentando al régimen militar como he dicho, con la palabra, la única arma que tengo y sé manejar.

¡De esto trata el homenaje! Entendido de esta manera, todos los venezolanos que sufrimos o padecemos el genocidio y la diáspora lo merecemos.

Gracias a Sergio Monsalve he podido liberarme de la inocente piel que ocultaba mi idiosincrasia. A partir del homenaje ya no la cargaré encima; seré no solo la oveja negra en el redil, sino la fiera salvaje que a cada instante salta por la ventana y deslumbra al mundo con las aventuras de la imaginación.