Una nueva y prolongada interrupción de la corriente eléctrica (13 horas), secuela de la conjura electro có(s)mica denunciada por el émulo de Goebbels y ministro de propaganda, calumnias y chismografía del régimen, Jorge Rodríguez jr., me pilló fuera de base. En previsión de nuevos e inopinados cortes –«serán más severos los planes de racionamiento y más frecuentes las interrupciones y apagones intempestivos», vaticinan expertos en materia de servicios públicos, leímos el jueves en este portal–, me apresuro a armar esta colcha de retazos con ideas expuestas anteriormente respecto a los fantasmas de abril, no vayan estos a impedir florezca la libertad sobre los escombros del chavismo.
Abril es de especial significación entre los pobladores del hemisferio norte: es mes primaveral y lo celebran con versos y canciones poetas y trovadores. En nuestra lengua –ya lo escribí alguna vez en este espacio–, Rubén Darío, Nicolás Guillén y Juan Ramón Jiménez, entre otros bardos notables, sublimaron sus noches estrelladas y las fragancias, colores y trinos de flores y pájaros distintivos de la estación y, claro, los enamoramientos. Si además median días de religioso guardar, el ambiente se enriquece acústicamente con antífonas y cánticos de alabanza al Cristo redentor; pero no todo es misa, procesión o estímulo natural de los sentidos: abril es también mes de rebeliones e insurgencias cual la del 19 de abril de 1810, a conmemorarse el próximo Viernes Santo y no el jueves, como cuando Francisco Salias conminó al capitán general de Venezuela a regresar al ayuntamiento, ¡Vuelva al cabildo, Emparan!, donde fue objeto del repudio popular concitado por la digitación de José Joaquín Cortés de Madariaga, canónigo de merced de la Catedral de Caracas, tal historió el hermano Nectario María y pintó Juan Lovera. Fue el detonante de la emancipación una gesta civil, protagonizada por ciudadanos relegados al olvido en favor de soldados petrificados en estatuas destinadas a glorificar la barbarie por encima de la civilización. Otro 19 de abril, pero del año 1692, comenzó en Salem, Massachusetts, con base en conjeturas e infundadas sospechas, un juicio contra varias mujeres por ejercer la hechicería, oficio herético y satánico castigado con la hoguera. El proceso fue recreado por Arthur Miller en la obra The Crucible (El Crisol es la traducción literal del título, aunque en el teatro hispanoparlante se llamó Las brujas de Salem), poderosa alegoría condenatoria del macartismo y brillante alegato contra los desafueros del fanatismo y la intolerancia.
Cuesta lo suyo componer, en medio de tanta barahúnda, un relato ordenado y coherente de lo acontecido y no digamos ya de lo imprevisto. Procuraré, pues, a la manera de un funámbulo de feria, mantener el equilibrio en la cuerda floja de la memoria a ver si en estos sagrados días de obscena oscuridad atisbamos un rayo de luz en algún momento y en algún lugar. Cuando estas divagaciones se publiquen, habrá concluido la Cuaresma, cuarentas días de ayunos, oraciones y penitencias difíciles, muy difíciles de observar si se carece de estoicismo o fortaleza anímica, sobre todo ahora, cuando la Iglesia Católica ha destapado la olla podrida de la pederastia, la pedofilia y toda suerte de perversiones escudadas en la fe; perversiones originadas, opina el emérito Benedicto XVI, en el libertinaje del Mayo Francés de 1968 (intuimos las causas de su súbito retiro). Por ser el domingo siguiente a la primera luna llena de la primavera, y gracias a los cálculos cronológicos de Dionisio el Exiguo, monje y matemático de origen incierto, quien trabajó en Roma a mediados del siglo VI a las órdenes del papa Juan I y, de acuerdo con teólogos e historiadores, habría inventado el Anno Domini, se inicia la Semana Santa, evocando, con reparto de palmas y regocijo de palmeros, la entrada de Jesús a Jerusalén. Es Domingo de Ramos en el calendario eclesiástico, ¡hosanna!, y la cristiandad devota entra en trance hasta la Pascua florida, mientras la sacrílega, si tiene con qué, se dedica al bonche playero y, si no, al dolce far niente o a mirar por enésima vez en sus televisores la heteróclita mezcolanza de legionarios, procónsules, apóstoles, fariseos y gladiadores del repertorio péplum hollywoodense, desempolvado por las cableoperadoras con la intención expresa de ofrecernos aspectos –iguales pero distintos, según la dialéctica cantinflesca– del martirologio del hijo de María y la divina paloma, avatar plumífero y volátil del Espíritu Santo. Por su parte, el almanaque civil nos recuerda hechos menos piadosos y mucho más profanos, entre ellos los atinentes a la vida, pasión, s(m)uerte y resurrección política del mesías barinés.
No soy dado a creer en coincidencias. Las concentraciones focalizadas a escala vecinal, convocadas con el propósito expreso de coordinar y organizar la resistencia con miras a la consumación definitiva de la Operación Libertad, no se llevaron a cabo el día 11 al cumplirse 17 años del carmonazo, sino la víspera. Evitó sabiamente el presidente interino se le asociase al golpismo chapucero que mató el tigre y huyó despavorido del cuero apenas 3 días después de haber depuesto a Chávez, a quien, en virtud de la providencial aparición en el drama de un deus ex machina, su compadre el general Raúl Isaías Baduel –héroe de la restauración confinado en una infame ergástula en agradecimiento a los servicios prestados–, le fue devuelto el coroto para su disfrute vitalicio un 14 de abril y, Fidel Castro Ruz mediante, se atornilló en la silla miraflorina hasta estirar la pata, cuando, acaso como venganza propia de un enfermo terminal, designó para culminar su faena a un sindicalista reposero y agitador capacitado apenas para conducir un autobús, no una nación, y nos echó un vainón de consecuencias catastróficas. El 10 de abril de 2002, el aspirante a la eternidad socialista y bolivariana estigmatizó al meritorio equipo de profesionales que hizo de Pdvsa una empresa productiva y competitiva, a la altura del primer mundo; sus anatemas fueron abominables y el general por él designado para presidir la estatal petrolera, Guaicaipuro Lameda, abandonó el cargo y sumó la suya al coro de voces adversas a la destructiva y deplorable gestión de la revolución bonita. El 11 de abril una marcha multitudinaria enrumbada a Miraflores fue abortada por los pistoleros de Puente Llaguno y el comandante hubo de renunciar a pedido del alto mando militar; sí, Hugo Chávez cayó, es innegable, y Carmona lo sustituyó. Fugazmente. Hay allí una lección inolvidable: ¡sí se puede! Bien aprendida, a fin de no precipitarse por el abismo de los errores, Juan Guaidó y el Parlamento legítimo podrían hacer de ella abono de la ansiada primavera venezolana. Entonces saldrían en libertad los 1.011 presos políticos –incluidos152 uniformados detenidos por fidelidad a su conciencia y no a quien usurpa la jefatura suprema de la fuerza armada nacional–, contabilizados en el registro de la Coalición por los Derechos Humanos y la Democracia, y valdría la pena cantar a «todas las flores de abril» e, incluso, recordar «En la Madrugada», pieza de cursilona letra con guiños a la bohemia –«arrabaleros cafetines/ donde empeñan sus abriles/ las muchachas de percal»–, compuesta por Tito Cabano y Federico Silva y vocalizada por Julio Sosa, no mi amigo y colega el cineasta de El rizo, sino el recio Varón del Tango. Roguemos, creyentes y agnósticos, porque así sea. Tenemos toda una semana sacra por delante. Y, ojo: mucho cuidado con caer en la pecaminosa tentación de una negociación arbitrada por AMLO, Evo y Tabaré.
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