Cansados están los venezolanos de escuchar al locuaz monicaco explicar la cruenta escasez que mantiene al famélico pueblo, sin comprender cómo han sido satisfechas las fauces de la banca extranjera al tiempo que faltaban todas las posibilidades de adquirir alimentos y medicinas por la inexistencia de las divisas primordiales para su importación, paliativa al daño causado por el exterminio de la capacidad productiva interna.
Este extraño concepto de gobierno socialista ha creado un modelo novel que, al alimón, va empobreciendo a millones y generando ingentes riquezas para sus gerifaltes, de hecho, hoy seguramente hay muchas más fortunas de millones de dólares propiedad de favorecidos en bancos extranjeros que las existentes hace tres lustros; digamos que ese milagro no se podía lograr con la prédica del esfuerzo y trabajo solamente. Este modelo serviría en la práctica para cualquier país que crea que el prestigio va más de la mano de unos derrochadores de fortuna y no del pueblo sano, próspero y feliz.
El discurso converge siempre en una supuesta guerra económica que tiene como premisa la existencia de alguien o algún enemigo culpable, al cual lógicamente hay que intentar aniquilar y por tanto mantener la permanente hostilidad contra todo lo que esté en capacidad de producir para calmar el hambre o la enfermedad de la población.
Curiosamente solo el socialismo del siglo XXI ha logrado posicionar en el primer puesto de la preferencia presidencial a un empresario como Lorenzo Mendoza, ni siquiera Fedecámaras hubiese podido montar una campaña más efectiva que la que surge por la comparación de la incapacidad gubernamental con la contrastante eficiencia de la iniciativa privada, que aún bajo una jurada hostilidad sistemática logra cumplir con las metas de producción.
Esta situación de ruina realmente es solo la consecuencia de la verdadera declaración de guerra, esa que con la contundencia de la “guerra a muerte” del Libertador desató el fallecido dictador rojo en contra de la meritocracia y todo lo que insinuara talento, habilidad o capacidad constructiva para, de ser posible, sustituir a toda la dirección del país por déspotas corruptos que se encargarían de aniquilar o extinguir todo lo positivo nacional.
Entender este empeño es difícil y seguramente corresponde más al campo de los psiquiatras que a los analistas sociales, pero queda bastante claro que tanto el padre de la criatura como su hijo putativo, sin explicar mucho, evidencian un odio a la sociedad que los cobijó y que solo corresponde a un enorme resentimiento.
La otra guerra, esa del odio, revanchismo y destrucción, solo tendrá un ganador, el jinete del caballo negro del Apocalipsis. Hay que detener estas hostilidades con un gran ejército: la unidad.