Hay suspicacia y pesimismo en muchos sobre la conveniencia de acudir a nuevas conversaciones con el régimen. El historial del chavismo al respecto justifica y alienta tales dudas y resquemores.
A Oslo es correcto asistir, hay que explorar la posibilidad de unos acuerdos favorables al cambio y también porque nuestros aliados (incluso Trump, sí Trump oficiosamente) nos lo solicitan como trámite necesario.
Por cierto, es necesario que americanos y europeos hagan converger en velocidad y contundencia su apoyo al cambio en Venezuela; las disparidades al respecto limitan y ralentizan los efectos de su rechazo a la usurpación y a la dictadura.
Sorpresivamente quienes con más énfasis rechazan las citas noruegas son quienes se desgañitan diciendo que la única salida a la crisis es una negociación y aducen que el presidente (e) Guaidó actúa a discreción; tal aserto no es cierto. La decisión fue consultada con las principales fuerzas de la AN y cumple con aquello de que todas las opciones están sobre la mesa y forma parte de la hoja de ruta decidida por la Asamblea Nacional en enero. Además, no se trata todavía de una verdadera negociación, son unos contactos preliminares para explorar las posibilidades de algún tipo de acuerdo, a las que los demócratas no podemos negarnos si pueden conducir a una salida constitucional, pacífica y endógena de la crisis.
Hay quienes cuestionan que a las mismas se vaya enarbolando como objetivo el cese de la usurpación y no buscando unos ciertos acuerdos parciales. La gravedad de la situación nacional demanda soluciones de fondo y no remiendos parciales al status quo.
La superación de la crisis pasa necesariamente por la salida de Maduro y del oficialismo chavista de la conducción del Estado. El actual régimen no solo es el causante de la tragedia que padece el país sino que su persistencia e inmovilismo en materia política y económica provoca la profundización y extensión de la tragedia en progreso. Por tanto, no hay razón válida para el continuismo, así lo requiere y entiende la mayoría abrumadora del país. En consecuencia, cualquier acuerdo que no signifique un cambio en la jefatura del Estado y de las políticas aplicadas no será socialmente aceptado.
Con las dictaduras se negocia las condiciones de su abandono del poder y las garantías políticas, corporativas y personales del caso, no su continuación ni tampoco una eventual cohabitación con ella. Así ocurrió aquí con Pérez Jiménez a última hora, con Pinochet en Chile después del plebiscito y en otras ocasiones similares en Latinoamérica.
Lo que no debe ocurrir, pase lo que pase con los encuentros noruegos, es que las fuerzas democráticas abandonen la presión unitaria y concertada en aras del cambio. Entendiendo que la presión se puede ejercer desde múltiples escenarios, por diversas vías y con la mayor creatividad y amplitud posible.
Sigo creyendo que el régimen chavista está en una posición estratégica de debilidad por el agotamiento de su proyecto de dominación, por su inviabilidad e insostenibilidad, y es así porque sus objetivos e intereses son contrarios a los del país y sus habitantes.
Es verdad que para muchos esto dura demasiado, pero hay que entender que los tiempos de la política y los cambios transcurren a velocidades diferentes que la de los deseos y necesidades colectivas e individuales.
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