El siglo XX estuvo marcado por la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuyas catástrofes en el contexto de la humanidad, también quedaron marcados por las confrontaciones ideológicas entre Oriente y Occidente, y cuyas diferencias entre naciones han estado asociadas con sendas guerras civiles entre grupos étnicos, religiosos y políticos, cuyas formas de imposición pensativa de diversos grupos sobre otros no han cesado, y por el contrario, pareciera que este siglo XXI, amenaza con derivar en una (auto)destrucción humana como producto de individuos que junto con sus grupos acólitos piensan y asumen que son ellos los únicos dueños de sus espacios, y por ende, nada ni nadie podrá detenerlos en sus afanes de hegemonía de poder.
Y es que hechos como la caída del Muro de Berlín o la disolución de lo que una vez fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, o la cruenta guerra civil en la disolución de lo que una fue Yugoslavia como parte de una historia que estuvo escribiendo la fenomenología hacia el final del siglo XX, aunado con el viraje económico de China que los ha convertido en una superpotencia económica y tecnológica, no han sido leídas lo suficiente en sus contenidos políticos.
Que ahora la agenda internacional se encuentre marcada por asuntos de cambios climáticos, donde la sequía impregna las aberturas de la tierra, mientras en otros espacios llueve sin cesar, devastando todo a su paso, o en su defecto, las protuberancias de interminables incendios arrasan la naturaleza biológica y animal, o peor, que sean grupos vinculados con mafias cuya impunidad del oro y minerales les permite destruir la Amazonia, pareciera que no existe implicación humana ni organización internacional de países que pueda detener lo que este siglo pareciera será inevitable sobre una devastación natural de indescriptibles proporciones.
Que el inicio de esta década haya sido conjugada por una terrible enfermedad que tuvo en el covid 19 originado en China, una todavía incuantificable cifra de muertos, y cuyas asociaciones de extrañas muertes en tiempos de (pos)pandemia aún no han sido explicadas por la ciencia, derivadas de lo que fue un acelerado proceso de vacunación, y en donde el propio gigante asiático aún sigue determinado por exigentes restricciones de vida que han sumado a Hong Kong, no es precisamente una señal que la crisis biológica y bacteriológica haya cesado como otros apuntan incluso desde la Organización Mundial de la Salud.
Ahora bien, que en este complejo escenario mundial Estados Unidos y la Unión Europea, parecieran más concentrados en el dominio de la hegemonía financiera y tecnológica que China les ha ido arrebatando, irónicamente con sus propios capitales y multinacionales originadas en sus contextos de desarrollo económico posterior a la II Guerra Mundial, es otro signo que el mundo amparado en una controvertida industria de la armas ahora necesariamente articulada con el dominio tecnológico, es allí donde se enfoca lo que será el dominio de los próximos años sobre quienes desean mantener a toda costa el poder político.
Una Internet que monopolizan Microsoft Windows – que incluso compra por casi 70.000 millones de dólares el dominio mundial de los videojuegos – el buscador Google ( y sus complementos: You Tube, Play Store, y sus aplicaciones) y las llamadas redes sociales motorizadas por Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp), Twitter y más atrás, otras similares como Tik Tok y Telegram – estas dos últimas de China y Rusia respectivamente, y que de manera curiosa la rusa surgió contra Putin por su guerra en el Donbas, Ucrania en 2013 – sobre lo que hemos denominado Suprageocomunicacionalidad, es no comprender quiénes se están adueñado del planeta, y peor, pretender qué ese dominio terminará sucumbiendo por la fuerza nuclear la imposición que otros pretenden hacer en el dominio político.
Así tenemos, que cuando el genocida Vladimir Putin lanzó su ofensiva contra Ucrania, pensando que bastaría unos pocos días para alzarse con el pequeño país de Europa del Este, teniendo como epicentro un equivocado razonamiento al cual inicialmente le llamó «desnazificación» para intentar hacer valer un extemporáneo nacionalsocialismo sobre los rusos, y después denominarlo «desnacificación» para justificar su auténtica conducta neonazista que quiso endosar a los invadidos, ha quedado convertido en bazofia política y militar.
Y que nunca estuvo en los cálculos de Putin que con sus vejestorios armamentisticos del siglo XX, con los cuales logró los avances iniciales sobre Ucrania, esta nación luego de recibir el apoyo militar con tecnología reciente por parte de Occidente terminaría de hacer retroceder los espacios «ganados» que han terminado por develar que de nada vale superioridad numérica y de extensión territorial, si no se tiene dominio suprageocomunicacional y tecnológico.
Por ello, que ahora Putin tenga que decir que Occidente ha entrado a la «guerra» después de haberla llamado «operación militar especial» para asesinar a niños mujeres y ancianos, porque Ucrania está asentando sus fuerzas de armamento militar de reciente tecnología en los territorios que habían sido ocupados por fuerzas extranjeras, ahora lleva el conflicto de Putin hacia una nueva etapa de desesperación política, con la aplicación de seudorreferendos en zonas ocupadas para «anexar» a Rusia tales espacios geográficos, mientras contradictoriamente ahora huyen miles de rusos de su país, por decretar una movilización de 300 mil reservistas. O sea, que la valoración «nacionalsocialista» también ha quedado sin fuerzas para seguir justificando esta guerra.
Hay una amplia complejidad geopolitica en la decisión errada de Putin sobre Rusia y el mundo. Hemos visto desde el aumento de los precios de los alimentos y materias primas en niveles internacionales, hasta el suicidio de grandes magnates rusos por razones que desatan cualquier especulación política, pasando por el uso del gas como herramienta de venganza política sobre Europa, por las sanciones económicas y financieras que Occidente ha impuesto sobre Putin y su nación por invadir Ucrania.
En tal sentido, no basta que Estados Unidos y la Unión Europea intenten detener a Rusia brindando apoyo militar a Ucrania, porque mientras exista la proporción nuclear, sobre la cual Putin ha hecho mención como forma de amenaza, pues nada esta escrito y menos determinado en la gravedad del conflicto. En tal contexto, China, que por cierto reclama sus dominios políticos sobre Taiwán, lo cual no descarta otro conflicto de incalculables cálculos geopoliticos, intenta mantenerse «neutral», cuando la realidad es que ante un conflicto de posible III Guerra Mundial sus grandes capitales también están a un paso de dejar vacías sus inmensas infraestructuras de dominio futuristas.
En consecuencia, la Organización de Naciones Unidas, que por cierto en esta oportunidad ha sido implacable con la condena de paises que violan derechos humanos, como ha sido el caso del régimen de Nicolás Maduro contra millones de venezolanos, y cuya respuesta ha sido unirse con teocracias asesinas de mujeres como Irán, y que obviamente, por las condiciones geopoliticas contemporáneas se ha quedado sin el apoyo de China y Rusia que tienen sus propias situaciones internas biológicas y militares, también demuestra que poco importa lo que ocurra para ellos en Venezuela, porque al final pareciera que tanto para Oriente y Occidente lo importante son las riquezas de América Latina, mientras temas como la pobreza, el hambre, y la emigración, sólo son retórica, pensando que mientras multinacionales adquieren por cifras que superan las deudas externas de cualquier país, basta con «donar» unos millones de dólares para solucionar los problemas sociales de las naciones mal llamadas «en desarrollo».
Disperso está el mundo. Una Rusia dirigida por un Hitler del siglo XXI. Una China con un poderoso ejército y una nación de mil millonarios capitales, pero no excepta por los vaivenes geopoliticos. Una Australia siempre jiride en su diplomacia de ver solo su extensión geográfica. Una África condenada a vivir en sus «ancestros» como un mundo olvidado que sólo parece «visibilizado» en su naturaleza. Un mal llamado «medio oriente», cuyas teocracias, motorizadas por un islamismo y una religiosidad fundamentalista, impunemente aplica la ablación y asesinato de mujeres, y una América Latina que hace tiempo perdió el rumbo político creyendo que su desarrollo está en «ideologías» mientras se multiplica la pobreza, la emigración y la devastación de recursos naturales, e incluso ignorando que los capitales privados son en esencia la única forma de consolidación para superar los problemas humanos.
Ante esta realidad, Estados Unidos y la Unión Europea tienen la palabra para (de)construir nuevas relaciones diplomáticas, económicas y sociales que no deriven en una confrontación entre Oriente y Occidente, pero cuando vemos, precisamente que América Latina no es el mejor ejemplo de superar nuestras calamidades, es porque el presente está tocando las puertas del futuro con un neoholocausto que tal vez no verá el final de este siglo XXI.
@vivassantanaj_
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