COLUMNISTA

Operación cabuya en la pata

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Ha ido agarrando vuelo muy sutilmente en la opinión pública una línea de negociación con el régimen, de construirles un puente de plata para que dejen el poder y se vayan a disfrutar sus reales mal habidos sin ningún tipo de persecución. Esta suerte de operación cabuya en la pata ha sido inducida desde algunos partidos políticos de oposición, de voceros afines del interinato y un grupito de influencers, que han tratado de ir arrimando para el mingo del oportunismo el concepto de este exceso. Ingeniosamente donde no queda más que sospechar el dos para ti y uno para mí, ¡quién quita! No se extrañen si en la próxima ronda de diálogo y negociaciones con el régimen por la que se está pujando en vista de las elecciones de 2024, como parte de una agenda paralela, la impunidad de una etapa posrevolucionaria forme parte de los temas a debatir en petit comité. Siempre habrá espacio para –copa de champaña en mano– y después de haber agotado todos los contenidos oficiales durante un largo día de debates y discursos, intercambiar frente a las burbujas esos asuntos tan incómodos públicamente pero tan convenientes a las porosidades de las epidermis vacunadas para y por la corrupción. Vainas de venezolanos y entre venezolanos. Como si no nos conociéramos desde mucho antes de que Francisco Herrera Luque escribiera La huella perenne y Los viajeros de indias.

En la Colombia de los carteles de la droga en la década de los ochenta, desde Medellín y Cali se había establecido un Estado constituido alrededor de la comercialización de la cocaína. Tenían territorio liberado, tenían una población afín que se la habían ganado a fuerza de beneficios colaterales del delito como salud, deportes, ayudas y otros servicios y ejercían una amplia soberanía. Tanta que negociaban con el gobierno hasta las maneras de ir a prisión. Y el mejor ejemplo es la catedral que se manda a construir en Envigado, Antioquia, Pablo Emilio Escobar Gaviria para darle al gobierno una apariencia de ejercicio de poder. En algún momento de lucidez provocada por la gran ola de terrorismo que estaba empezando a cubrir a Bogotá y a todos los centros de poder, los políticos honestos colombianos –bastante decir en una estructura que ya había sido permeada por los dineros de la droga– establecieron acorralados otro tipo de política para reducir la influencia de los barones de la droga en el país y de todas sus estructuras criminales. A partir de allí se empezó a escribir otra historia en el combate a los carteles. La ayuda del gobierno israelí, de la DEA y de otros organismos multilaterales a la fuerza pública local, y la articulación eficiente de otros esfuerzos del Estado colombiano fue reduciendo paulatinamente y cercando al emblema más público del delito colombiano en ese momento, el Patrón. Hasta que el 2 de diciembre de 1993, en el tejado de una casa vecina al apartamento donde se escondía, el cuerpo lleno de las balas del bloque de búsqueda lo dejó para el arrastre y la fotografía de sus perseguidores. No le dio tiempo de montar en su caballo para la huida definitiva ni de negociar con alguien del gobierno interesado en picar la cochina para que le diera la oportunidad de irse con la cabuya en la pata a disfrutar de sus reales con su familia. Y a partir de allí la historia que empezó a contarse fue otra. Solo para contextualizar en términos de los dineros que tenía Escobar, basta decir que su fortuna estaba registrada por Forbes y que en algún momento se ofreció a financiar la deuda pública del Estado colombiano. No eran cuatro conchas de ajo. Todo eso, dinero procedente del trafico de cocaína desde Colombia para el mundo entero. Tan igual a como si dijéramos, dinero procedente de la corrupción y del narcotráfico. Como es el caso venezolano.

En relación con Venezuela el cóctel organizacional es más variado. El Cartel de Medellín era una estructura de bandidos que en algún momento quisieron alcanzar posiciones políticas para terminar de apoderarse de todo el Estado colombiano. Escobar ocupa cargo como suplente en el Senado por algún tiempo, en una iniciativa de pantalla para cubrir el negocio hasta que lo desmontaron. En Venezuela, después de 24 años de revolución bolivariana, el tinglado armado es aún más complejo. Se trata de un conglomerado político inicialmente que ha mutado hacia todo género de aristas del delito para sostenerse en el poder. Y esos bordes alcanzan hasta extenderse como carteles oficiales del narcotráfico y bandas alentadas para la corrupción y otros delitos. Ya no se trata de que a los revolucionarios venezolanos Forbes los incluya en sus exclusivas listas de milmillonarios al lado de Elon Musk, Jeff Bezos, Bernard Arnaud, Bill Gates o Warren Buffet, o que sus fortunas alcancen para reactivar 50 veces la economía de Venezuela y pagarles el pasaje de regreso con los viáticos incluidos a los 6 millones de venezolanos que hacen diáspora alrededor del mundo en condiciones de marginalidad y pobreza. Es otra cosa que tiene que ver con la justicia, con la impunidad y con el ejemplo. Y sobre todo con el futuro.

Las implicaciones revolucionarias criollas para sostenerse en el poder pasan por muchos acuerdos políticos y militares suscritos desde el entonces presidente Hugo Chávez y en los tiempos en que Nicolás Maduro era el canciller de la república. Esos convenios son con Rusia, con China, con Irán, con Bielorrusia, con Cuba, con Nicaragua, entre otros aliados; pero también hay otros pactos de poder circunstanciales y nada fortuitos: con la guerrilla colombiana, con la delincuencia común empoderada, con algunos factores de la oposición que cohabita en el poder; que pasan por encima de cualquier escrúpulo en términos del origen de las fortunas de los integrantes de la nomenclatura roja rojita y que se comparte impúdicamente. Y en este caso son más de cuatro conchas de ajo.

La justicia, la impunidad, el ejemplo y el futuro modelados a través de una inmoral y obscena operación cabuya en la pata, solo va a servir para meter la basura por debajo de la alfombra, que va a dejar muchas deudas con la justicia, una pésima referencia con la impunidad ante la sociedad venezolana, un malísimo ejemplo para nuestras generaciones que se levantan y va a dibujar un oscuro futuro político y social para el país. Si esta operación se ejecuta, no existirá ningún tipo de limitaciones ni condiciones morales para reeditar ni para impedirlo, en algún momento, situaciones similares de este lavado de dinero consensuado entre el régimen y algún sector de oposición. Allí tendría sentido eso del diálogo y la negociación como si se estuviera en la misma mesa de la comisión en El Padrino y como un reparto del botín.

Por lo demás, hay algunas fortunas que se pasean olímpicamente alrededor del mundo y en la misma Venezuela, con el guaral cortado y rodando por el pavimento desde el nudo en el tobillo sin que nadie proteste, alguien persiga o que se haga una cruzada para el castigo a los delincuentes que se robaron el futuro de los hijos y nietos venezolanos. Madrid, Barcelona, Miami, Chicago, México, París, Berna, Berlín, entre otras grandes ciudades del orbe, reciben rutinariamente en sus restaurantes gastronómicos y sus tiendas de marca muchas de esas fortunas consensuadas entre gobierno y oposición en otras operaciones de cabuya en la pata.

La historia venezolana y sus hitos fundamentales desde el punto de vista político han tenido una característica en el combate a la corrupción que se ha repetido mecánica y automáticamente. En 1935, en 1945, y en 1958 el funcionamiento de los tribunales y jurados de responsabilidad civil para establecer los saldos contra el enriquecimiento ilícito fueron una novedad del momento que al final tuvieron más orientación de venganza política que algún efecto civil o administrativo para el resarcimiento a la nación de las fortunas mal habidas. Habrá que forzar la imaginación, pero eso de aplicar la ley con fuerza parece una excelente idea.

La corrupción está a la par del narcotráfico en los dineros que hacen las fortunas de muchos de los integrantes de la nomenclatura del régimen que usurpa el poder desde Miraflores, y una operación consensuada tras las bambalinas de una negociación, para permitir que se vayan en una etapa posrevolucionaria arrastrando la cuerda impunemente desde el tobillo, es una flaca contribución al ejemplo, a la justicia y al futuro de una Venezuela decente y digna.