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El ocaso del general Padrino

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La política es un arte y una ciencia que se caracteriza fundamentalmente por expresarse a través de imágenes. La aparición de los medios de comunicación de masas le dio a esta característica una trascendente importancia. Así lo entendieron los regímenes totalitarios surgidos después de la Primera Guerra Mundial, los cuales trataron doblegar la voluntad de sus pueblos mediante la propaganda. Joseph Goebbels, ministro de Adolfo Hitler, logró convencer a los alemanes, en medio de la derrota, que era posible ganar la guerra. Nicolás Maduro, asesorado por los cubanos, ha llegado a creer que con el control de la prensa escrita, la radio y la televisión, puede engañar a los venezolanos. Nos acostamos la noche del Primero de Mayo, después de escucharlo en un largo y tedioso discurso, y nos despertamos el 2 con el inicio de una cadena en la cual trataba de arengar a los cuadros militares y convencer a los venezolanos que lo ocurrido, el 30 de abril, no era una fractura importante de la unidad interna de la Institución Armada. No entiende que ese esfuerzo es una batalla perdida. La telefonía celular y el uso  de las redes ya no lo permiten.

El desespero de Nicolás Maduro y su camarilla en demostrar fortalezas que no tienen me conduce a percibir una situación diferente. Lo mismo creo que ocurre a la mayoría de los venezolanos y en muchos sectores de la opinión pública internacional. Es muy difícil tener una lectura acertada y definitiva de los hechos ocurridos. Por ello, voy a tratar de analizar, de la manera más objetiva posible, algunos aspectos de lo que observé para que mis amables lectores puedan formarse su propio criterio sobre la real situación existente en la institución armada. En mi artículo del martes pasado: “Mi respuesta al general Padrino”, señalé algunas dudas que tuve sobre la actuación del ministro de la Defensa después de lo acontecido el 30 de abril. No es fácil de explicar el “escandaloso silencio” del general Padrino al no informar, con suficiente rapidez, a la opinión pública sobre lo sucedido. Esperó seis horas para hacerlo y, en lugar de explicar exclusivamente los hechos, se dirigió a los cuadros militares, por más de una hora, tratando de  convencerlos de las “bondades” del “gobierno” madurista.

Curiosamente, y para agregar más confusión a la situación, el general de división Manuel Cristopher Figuera, director del Sebin, se dirigió al pueblo venezolano en una extensa carta en la cual señaló: “Siempre he reconocido al presidente Maduro como tal y como mi comandante en jefe. No obstante, para nadie es un secreto el estado de deterioro, en todos los órdenes, en el que está sumergida la patria y sería irresponsable de mi parte culpar solo al imperio norteamericano. ¿Acaso la desinversión en mantenimiento industrial, en educación, en salud y en otros aspectos sensibles de la  vida diaria, así como la corrupción desproporcionada que padece el país es culpa también del imperio? A mis compañeros de armas del Alto Mando, a todos mis superiores, algunos alcanzaron a decirme que ese no era el método ni el modo, es verdad, coloquen ustedes el método y busquen el modo. Pero hay que reconstruir el país… En nuestra amada patria cabemos todos, pero creo que llegó la hora  de buscar otras formas de hacer política, de construir la patria que merecen nuestros hijos y nietos, una patria más vivible, una sociedad más justa”.

El contenido de esa misiva, escrita por quien desempeñaba un cargo de tanta importancia, no puede ser ignorada como lo hizo el general Padrino en su rueda de prensa del 30 de abril y mucho menos en las intervenciones que realizaron al amanecer del 2 de mayo, de manera intempestiva tanto el general Vladimir Padrino como el almirante Remigio Ceballos, desde la sede del Ministerio de la Defensa. Tratar de restarle importancia a un mensaje de tanta trascendencia, el cual cuestiona a toda la dirigencia tanto política como militar, constituye otro esfuerzo fallido. Tan severo cuestionamiento no hace sino corroborar el deplorable estado de cosas que amplios sectores de la vida nacional han denunciado desde hace mucho tiempo y por lo cual muchos venezolanos han sufrido vejámenes, prisión, destierro y hasta la muerte. No tengo dudas en afirmar que la carta del general Figuera es solo la punta del inmenso iceberg representado por el descontento existente en las filas castrenses, ante la ruina a la que un grupúsculo, reo de abominables crímenes, han sometido a Venezuela y a los venezolanos.

Para colmo de males, connotados representantes del Estado norteamericano han denunciado un supuesto incumplimiento de compromisos adquiridos por el general Padrino que lo vincularían con los hechos ocurridos el pasado 30 de abril. El ministro de la Defensa, quien se ha destacado por una inaceptable parcialización política, digna del más fanatizado integrante del PSUV, se encuentra ahora en una situación  que arroja un pesado manto de dudas sobre su idoneidad para continuar desempeñándose como ministro de la Defensa del usurpador Nicolás Maduro. Además, sus afirmaciones el 30 de abril: “Nos quieren comprar” y “no tienen nada que ofrecer a la Fuerza Armada” generan suspicacia. Por eso no tengo dudas en afirmar que su ocaso ha comenzado. Otro aspecto que debo señalar es su insistencia en mantener, de manera falsa y calumniosa, que la oposición democrática tiene en sus proyectos políticos la destrucción y desaparición de la Fuerza Armada Nacional. Al contrario, lo que se aspira, y él lo sabe,  es el fortalecimiento del profesionalismo militar y la dignificación de los cuadros militares

Esta nueva situación limita la ya precaria capacidad de liderazgo del general Padrino e incrementa las tensiones existentes en el seno de la Fuerza Armada Nacional.. De hecho, comienzan a circular fuertes rumores sobre su posible reemplazo. Pienso que, ocurra esto o no, la relación entre Nicolás Maduro y Vladimir Padrino López será signada de ahora en adelante por la desconfianza, con las consecuencias que ello implica. Una vez más, creo necesario hacer un llamado a la reflexión a los cuadros militares sobre lo delicado de la situación. No se puede continuar sacrificando la vida de inocentes y sometiendo al país a la desolación y a la miseria solo por satisfacer la desmedida ambición de poder de Nicolás Maduro y su camarilla que, con su empecinamiento, impide que se pueda recuperar la paz y la libertad por medios pacíficos y democráticos. Los cuadros militares deben entender que de mantenerse la absurda situación que arbitrariamente intenta mantener el régimen madurista, Venezuela tendrá que enfrentar uno de estos tres posibles escenarios: un alzamiento militar liderado por altos mandos o por cuadros medios; una intervención militar multilateral o, lo más difícil pero deseable, una negociación que permita poner fin a la usurpación madurista y a  la convocatoria inmediata de elecciones generales, con un nuevo Consejo Nacional Electoral y suficientes garantías internacionales. Mientras tanto, Venezuela vivirá complicadas tensiones nacionales e internacionales.

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A mis amables lectores:

En mi artículo titulado “El Esequibo, todavía es nuestro” cometí  una injusticia histórica que debo aclarar.  El Acuerdo de Ginebra se firmó, en 1966, durante el gobierno de ese gran venezolano que fue Raúl Leoni, siendo su canciller Ignacio Iribarren Borges, un diplomático de innegables méritos y amplia experiencia.  De esta manera, en ese caso  y en otros muchos, se le dio  una  acertada continuidad a la política exterior venezolana. Esa característica de los gobiernos democráticos, acompañada de un importante reconocimiento de los méritos profesionales  del personal de la  Cancillería, se transformó, sin importar el partido político que estuviera en el poder, en el factor fundamental  que permitió defender importantes intereses vitales de Venezuela

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