El retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático había sido promesa electoral de Donald Trump. Por ello, el asunto no tomó por sorpresa a quienes habían sido, en Beijing, los grandes artífices, junto con Barack Obama, de las negociaciones que concluyeron en el compromiso planetario que solo dos países no acompañaron: Siria y Nicaragua.
China comenzó desde entonces a dar pasos acelerados para que el impacto que la retirada de Estados Unidos no tenga el dramatismo que se anticipa en un tema vital para toda la humanidad. Los contactos con la Unión Europea se organizaron desde fin del año pasado y, antes de que terminara el primer trimestre de 2017, ya el ministro de Relaciones Exteriores, Lu Kang, había recogido el guante y asumido un papel preponderante en esta nueva etapa de la batalla por la salvaguarda del medio ambiente.
Fue China, que luego de asegurar que “no cambiará su determinación, objetivos y política en materia de cambio climático”, convocó a sus pares de la Unión Europea para determinar acciones conjuntas en este terreno.
Como era de esperarse, el tema se convirtió en el plato fuerte de la reunión cumbre anual entre China y la Unión Europea que acogió Bruselas la semana pasada. Fue allí donde, luego de manifestar el malestar que tal decisión unilateral tenía, fue posible para los líderes de Beijing armar todo un tinglado de cooperación con el fin de mostrar que, aun sin Estados Unidos, todo no está perdido en materia de calentamiento global.
Los anuncios oficiales de Estados Unidos formalizando su retirada sirvieron de telón de fondo, pues, para que se armara una primera e histórica declaración conjunta de los 28 miembros de la Unión conjuntamente con China en la que respaldaron la plena aplicación del convenio del año 2015. En ella informaron acerca de un compromiso para reducir los combustibles fósiles y para desarrollar más tecnología verde, y se comprometieron, de los dos lados, a recaudar 100.000 millones de dólares al año para 2020, de manera de crear un fondo para ayudar a los países menos desarrollados a reducir sus emisiones.
Una vía para intentar llenar el vacío que deja Estados Unidos con su retirada será la de la estructuración de un plan de 10 millones de euros a través del cual Europa y China compartirán experiencias en la reducción de emisiones contaminantes. La triangulación con países menos desarrollados, como los de África, tomará a partir de este momento particular relevancia y representa la gran novedad que ambas potencias mundiales están ofreciendo al resto del mundo, junto con la decisión conjunta de unir mayores esfuerzos en la generación de energías limpias.
La realidad es que esta determinación de China y de la Unión Europea no podrá sino paliar muy parcialmente los incumplimientos de Estados Unidos en este terreno, lo que impedirá alcanzar la meta global de evitar el recalentamiento planetario en más de dos grados para fin de siglo. Solo que el pecado ya tiene un pecador reconocido.
Y lo que es un hecho incontestable es que esta trasnochada política del recién llegado presidente Trump tiene como un efecto secundario el abrirle una segura rendija a China en su incansable búsqueda de liderazgo mundial. Decía, no sin razón, el analista Moisés Naím en los días pasados que “esta iniciativa de Trump ilustra bien el raro fenómeno de una superpotencia que cede poder sin que se lo quiten sus rivales”.
La antorcha de lo ambiental acaba de cambiar de mano.
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