COLUMNISTA

Nuestro nefasto «buenismo»

por Juan Carlos Pérez-Toribio Juan Carlos Pérez-Toribio

Deseaba escribir en esta oportunidad sobre la inconstitucionalidad del mandato de Nicolás Maduro, luego de la convocatoria a elecciones presidenciales que hizo el año pasado la espuria asamblea constituyente, y sobre lo acertado y apegado a derecho que han estado esta vez las acciones de la oposición venezolana. Pero seguramente algunos más doctos que yo podrán explicar mejor este hecho a la izquierda caviar que, en países como España y México, y de manera vergonzosa, han salido inmediatamente a manifestar su pública solidaridad con la dictadura de Nicolás Maduro. Por lo que podré dedicar este espacio a otro tipo de discusión.

La semana pasada el director de teatro Héctor Manrique publicaba un tuit en el que decía que soñaba con un país en el que una persona como Dudamel pudiera gritar libremente, y sin que esto tuviera ningún tipo de consecuencias, que él era chavista. Sin discutir los méritos artísticos de Manrique y sin desconocer las buenas intenciones que lo mueven a escribir algo así, me atrevo a decir que no parece tener ni idea de lo que sus palabras significan. Expresar algo así eso es como decir que soñamos con un país en el cual los alemanes que de alguna manera han sido partícipes de los crímenes del Nacional Socialismo, puedan vanagloriarse de su pasado nazi, o de que algún miembro del Estado Islámico pueda ufanarse a grito pelado de sus cortes de cuello y su ideología del terror.

Si bien es cierto que debemos estar al lado de la libertad de expresión y de pensamiento, no es menos cierto que no hay que haber leído La carta sobre la tolerancia de Locke, o lo que deja dicho Spinoza sobre este asunto en su Tratado teológico-político, para saber que no se puede ser tolerante con los intolerantes. Dicho de otra manera: no podemos ser tolerantes con los que aúpan movimientos que atentan contra nosotros y nuestros derechos, unos derechos consagrados por la comunidad internacional como derechos humanos inalienables. Popper en su estudio Utopía y violencia, en el que acorrala estas ideologías que no están en capacidad de aceptar el toma y dame de la discusión y carecen de una franca voluntad de entendimiento, nos ilustra este hecho con una persona que pretende ser tolerante con alguien que la amenaza con una pistola puesta en su sien.

Por otro lado, tampoco hay que ser historiador para saber el daño que le ha hecho ese «buenismo» al país, desde el sobreseimiento a Chávez, pasando por las contemplaciones que se tuvo con gente como Leocadio Guzmán o los Monagas, hasta el trato que se le dispensó en algunos momentos al siempre complotado Carujo. «Buenismo», valga decir, del que no era muy amigo El Libertador, quien expresó su descontento sobre el mojigato proceder de la Primera República y su tolerancia con los antiguos funcionarios coloniales, en su famoso Manifiesto de Cartagena, y que cuando vio que peligraba su puesto como jefe supremo del Ejército independentista, ordenó ejecutar a Manuel Piar.

El chavismo ha sido una ideología seudomarxista al servicio de una camarilla con la firme intención de avasallar a sus conciudadanos. Se sabe que el marxismo y su creencia en la dictadura del proletariado y la lucha de clases promueve de alguna manera la violencia, pero esta gente ha llegado a extremos inimaginables que la civilización no puede permitir que se perpetúen, pues atentan contra las normas mínimas de convivencia, por lo que no parece muy justo que alguien que acepte este tipo de cosas -como las comprobadas torturas y ajusticiamientos extrajudiciales- lo pueda gritar a los cuatro vientos sin ningunas consecuencias.