¿Quién lo diría? Sería una noche de un 20 de mayo cuando Maduro no pudo esperar a que llegara la madrugada del siguiente día para que Tibisay Lucena anunciara con tendencia “irreversible” que había sido “reelecto” en una elección presidencial diseñada a su traje y medida.
¡Qué vaina, Maduro! Y decir que después de haber entregado el “carnet de la patria”, según tus zascandiles, a 14 millones de venezolanos, ustedes esperaban que cuando menos “10 millones de votos” salieran esparcidos en los escrutinios del Consejo Nacional Electoral. Lo que nunca te imaginaste es que ese día los centros de votación fueran las principales imágenes de una amarga ausencia de electores, que sumados a los que votaron en tu contra totalizaron 75% del país que expresó el rechazo al madurismo.
¡Así es! ¿Y ahora, Maduro? La verdad es que como lingüista me cuesta comprender que ustedes se pongan de acuerdo para decir que “ganaste” con 68% de los votos, y eso que “hubo paro de transporte”. ¡Oye, Maduro! Perdóname si dejo en ridículo tus justificaciones eufemísticas, pero eso del “paro de transporte” tendrías que preguntárselo a todo un pueblo que, por lo general, dura entre tres y cuatro horas en una parada de transporte público, esperando a que pase un autobús o en su defecto una “perrera revolucionaria”, de esas creadas por Erika Farías, para ver si se puede llegar cuando menos a unas cuadras del sitio de estudio, trabajo o residencia, sin obviar que si no tienes la suerte de montarte en la última plataforma de las 5:00 de la tarde, pues, comienza a mirar lo desgastada que está la suela de tus zapatos, para calcular si durante el trayecto de recorrido cuando menos no termina en una herida en la planta del pie.
Y es que semejante “justificación” para tratar de manipular el discurso ante una abstención superior a 50%, según cifras oficiales, te han puesto más en ridículo, al punto de que ahora te comparan con Santos, Piñera, Macri y hasta Trump. ¿Y no es que esos “presidentes” son producto de “elecciones burguesas”? ¿Qué haces ahora, tú, junto con tu claque, tratando de hacernos ver que los votos que “lograste” son originados por elecciones que tienen ese matiz? ¿O es que en todo caso es una manera de reconocer que el pueblo no votó por ti? ¡Qué cosas, no! Como diría aquel cómico de El Chavo del 8.
¡Epa, Maduro! No quiero pensar en cómo sentado al lado del despacho presidencial, mientras disfrutabas uno de tus habanos, de esos que diariamente van a tus pulmones, reclamabas a la claque que tienes en cada estado que, aunque “lloviera, tronara o relampagueara”, había que llevar a todos los integrantes de eso que ustedes llaman los integrantes de las “ubch”, acompañados de los mismos que han sido “beneficiados” de las “misiones y grandes misiones”, sin importar si estos se encontraban debajo de las piedras.
Con razón quien maneja el “carro de Drácula” apareció con su peculiar léxico por las redes diciendo a sus panegíricos que estaba “muy preocupado”, porque no había visto el suficiente desfile de milicianos maduristas en los centros de votación, y, por ello, había que dejar de lavar, planchar, cocinar, o hasta dejar de hacer el amor, con tal de pasar por el punto rojo en donde había que escanear el “carnet de la patria” en una suerte de marca caliente, de esas que le hacen al ganado para diferenciarlo como propiedad de un hacendado sobre otro. ¿Quién quita? A lo mejor en uno de estos días, Lacava le sugiere a Maduro que todos los maduristas tengan que dejarse marcar la vanguardia, o la retaguardia, según sean las preferencias de sus “líderes”. Y si tienen dudas, pues, le preguntan al “fiscal” constituyente, para que nos muestre en dónde le han marcado los tatuajes que han hecho “revolucionar” su cuerpo, y si estos lograron consagrarlo, políticamente hablando.
¡Ay, Maduro! Honestamente, cuando vimos tu rostro desde ese “balcón del pueblo” en Miraflores, no sabíamos si quienes estaban contigo hacían un ensayo teatral de una pésima función nocturna, o en su defecto te acompañaban en un funeral. Los rostros notaban una pesadumbre, pero sobre todo una enorme tristeza, como si hubiesen perdido repentinamente aquella alegría y euforia de otrora efervescentes discursos. ¿Qué pasó? ¿Se acabó la magia política? ¿O será que te volvieron picadillo la política?
¡Maduro! La única verdad es que desde esa noche del 20 de mayo ya tus sueños no volverán a ser los mismos. No solo es que no se pueda dormir. ¡No! Es cuando la realidad se convierte en tu peor pesadilla y, desde ese entonces, no vaya a ser que los propios maduristas te pregunten: ¿Para qué alcanza el salario mínimo? ¿Por qué los hijos de la cúpula que controla el poder estudian en Europa? ¿Por qué nunca los vemos en «perreras» o en el Metro? ¿Cómo hacen ustedes para no haber bajado de peso? ¿Llevan a sus familiares a los hospitales?
¡Maduro! La noche en que no pudiste dormir, puedes tener la seguridad de que en lo sucesivo cada hora de tu insomnio terminará siendo el comienzo de la libertad del pueblo venezolano.