Y exiliado. Porque ese Niño nacido en Belén “de la Virgen María y del Espíritu Santo”, como dice el aguinaldo, probó la emigración y el exilio apenas recién nacido. “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta nuevo aviso, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mat. 2,13). De noche y en fuga. Eso sí, con sus padres. No hubo entonces ningún falso fiscal que le detuviera cuando empezaba a montarse sobre el humilde jumentillo que la tradición nos cuenta. Los Niño Jesús (todos los niños son el Niño Jesús, como dijo ese mismo Niño cuando se hizo grande: “Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos tan pequeños, conmigo lo hicieron”) de Venezuela fueron menos afortunados: no pudieron encontrarse con sus padres. El Herodes criollo ha sido tan cruel como el bíblico. Aquel no pudo atrapar al Niño que se le escapó y pagó su furia con todos los de Belén; éste los exilió de sus padres ya exiliados en otro simbólico Egipto. Pasar niños a cuchillo hoy no se estila. Porque da vergüenza y nada más. Pilato, lo hizo unos años después cuando ese Niño ya fue mayor. Pero hay otros cuchillos tan dolorosos como los de Herodes. También rojos rojitos, igual que los que entonces chorrearon sangre, asesinos de inocentes.
El cuchillo del exilio –la emigración venezolana es al mismo tiempo un verdadero exilio– llega a todos: a los niños, a los ancianos, a los padres, a los hijos, a los sanos, a los enfermos, a los ricos, a los pobres, a los que vivían en quintas, a los que vivían en ranchos, a los cercanos y a los lejanos, a los que tienen adónde llegar y a los que solo les puede recibir la calle, a los esperanzados y a los que se van buscando una esperanza, a los que logran llevarse algunos bienes y a los que al embarcar son despojados de ellos por un militar, a los que logran subirse a un avión y a los que, cuando lo intentan, son retenidos, detenidos, apresados, sin lograr nunca saber por qué, a…
El exilio es otra forma cruel de dolor. El dolor que desgarra las familias, que retuerce las entrañas corporales y afectivas, que no tiene razón ni justicia sino pura necesidad, ese dolor que no posee ni siquiera el alivio de ser culpable, el que se vuelve más lacerante en este tiempo de Navidad.
El Niño regresó. “Ya han muerto los que intentaban acabar con el niño”. Los tiranos también mueren. Más temprano que tarde. Hay que saber esperar aún sumergidos en el dolor. El Niño de Belén siempre nos confirma en nuestra esperanza. Para eso vino, para eso nos fue dado. El sí fue dado por Dios.
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