Doce niños futbolistas y su entrenador estuvieron durante 17 días atrapados en una larga cueva inundada en Tailandia. Felizmente, fueron rescatados. La prensa y el mundo estuvo pendiente del caso y hubo alegría por el feliz final.
En los últimos tres meses en Nicaragua más de 350 personas han muerto como consecuencia de la violencia y de la brutal represión desatada por una siniestra pareja, la del presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidente Rosario Murillo. Casi cuatro muertos por día, en su mayoría jóvenes y en su gran mayoría civiles. Muchos porque han salido a protestar a las calles contra la dictadura Ortega-Murillo, otros muchos en sus casas, en las veredas, en las calles arrasadas por el fuego indiscriminado de las fuerzas armadas, policías y grupos de asesinos paramilitares y parapoliciales que responden a la dupla mandante.
Cité el primer caso, no como crítica y menos por frivolidad y ni aun por mostrar esa curiosidad que se da con respecto a determinadas noticias, sino con el propósito de “romper los ojos” para resaltar cómo la tragedia que vive Nicaragua no ha recibido toda la atención y el destaque que merece: en 17 días en el pequeño y tan golpeado país centroamericano han habido 68 muertos.
Es cierto que la condena continental y mundial crece, pero sin dudas no ha sido lo suficientemente fuerte como para parar la salvaje represión, a sangre y fuego, de las fuerzas de Ortega y Murillo. Esta, cuya hija Zoilamérica denunció en su momento haber sido violada y víctima de abusos sexuales por parte de su padrastro Daniel Ortega, ha dicho que la oposición es la responsable y se ha burlado del mundo entero y se ufanó de que “volverá la sonrisa a iluminar los rostros de todas las familias nicaragüenses”. Para ello ha ordenado, según uno de sus esbirros, “ir limpiando” esos “tranques” opositores “al costo que sea”. Y así lo hacen las fuerzas combinadas del régimen con armas de pesado calibre y ametralladoras y con francotiradores, para “limpiar” a los jóvenes que resisten con piedra y algunos morteros caseros.
Las comisiones de derechos humanos de la OEA y de la ONU han denunciado y detallado las violaciones, y muchas naciones suman y alzan cada vez más sus voces de censura y condena. Pero los silencios aún son muy fuertes. Se diría que ello resulta extraño si no fuera que hay demasiadas muestras de esa actitud “prescindente”. Hablan de autodeterminación, de soberanía y de asuntos internos. Pero una cosa es autodeterminación y otra complicidad, solidaridad y justificación de las acciones y el régimen dictatorial impuesto por el matrimonio Ortega- Murillo. En materia de violación de derechos humanos, además, no hay asuntos internos que valgan. Con ese argumento de la no intervención tratan de tapar las “andanzas” de sus amigos ideológicos. Son los mismos que, en cambio, no tienen ningún reparo en hablar de atropellos, dictadura, golpismo y presos políticos cuando, por ejemplo, la justicia brasileña envía a la cárcel, por corrupción, a Luiz Inácio Lula Da Silva.
Y entre los silencios está el del papa Francisco, el promotor del “diálogo” en Venezuela. Hace unas horas un senador de la oposición en Uruguay (Jorge Larrañaga) resaltó esa conducta del Sumo Pontífice. “Nos causa indignación y es lamentable que el papa Francisco se lave las manos. Muestra falta de autoridad al no condenar lo que pasa en Nicaragua”, dijo.
El Senado de Uruguay, uno de los países cuyo gobierno de izquierda ha mantenido “silencio” y no ha condenado ni a Maduro ni a Ortega, consideró la situación de Nicaragua y aprobó una declaración contra la violencia , la violación de los derechos humanos y en reclamo de salidas pacíficas. El oficialismo se negó a votar una declaración de directa condena a la represión y la dictadura y exigiendo el fin del “terrorismo de Estado”, la renuncia de Ortega y el llamado a elecciones libres.
No obstante este silencio oficial uruguayo, y algunos otros, cada vez es más claro que, como se dijo en el seno de ese cuerpo legislativo, “Ortega es mucho más Somoza que Sandino”.