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El neorealismo de la democracia

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Han pasado cincuenta años desde que el hombre pisó por primera vez el suelo de la Luna. El inicio de una nueva era en la cual la humanidad proyecta su futuro en el uso intensivo de la tecnología para superar los problemas de producción de bienes y servicios, de distribución de riqueza, de proposiciones  políticas y sociales mediante la superioridad  genética conquistada que, sin lograr el mundo feliz de Huxley, permita por lo menos a la ética y a las teorías de la justicia adquirir un protagonismo fundamentado en el equilibrio para la determinación histórica.

El diálogo en Barbados tiene razón de intentarse si se plasman algunos elementos de cambio que planteen la idea de dar luces al problema de la independencia tanto tecnológica como financiera del país, además de la definición de las condiciones del ejercicio del poder de la gestión política, elementos que estarán siempre presentes en la posmodernidad.

La tecnología puede generar ingresos si produce, pero en el caso contrario generará gastos y atraso al tener que adquirir la que es producida por terceros. Eso, entre otros aspectos, implica una profunda revisión del modelo del conocimiento de los recursos humanos, un real enlace del sistema universitario y de educación profesional con el sistema productivo del país, que más que ser renovado debe ser reestructurado para aprovechar las ventajas comparativas y competitivas que ofrecen la posesión de las materias primas y permitir una gradual, pero segura recuperación que no es solo económica, sino de la visión de la tipología de la vida que, fundamentada en el trabajo y propiciada por el sentido de responsabilidad, transforme la sociedad rentista en una productiva.

El recurso de las elecciones constituye el instrumento idóneo para lograr los cambios pregonados. ¿Pero qué tipo de elecciones pueden otorgar realismo a los valores de una democracia siempre pisoteada por una gerencia miope y egoísta,  que al contrario deben ser elevados a sistema de comportamiento de la sociedad, de los partidos políticos, de las instituciones del Estado?

La participación en una verdadera democracia liberal, es decir, en una democracia que no sea la cornisa de un sistema en el cual la falta de emancipación personal y colectiva transpire en los acuerdos de gestión para la repartición del poder, implica que la exclusión de una libertad verdadera permite a quien detiene el poder hacer lo que quiera sin necesidad de buscar compromisos con los demás. En los presuntos diálogos de Barbados no tenemos conocimiento de que se produce un cambio para tratar la política como algo más que un medio donde se equilibran los intereses privados o de las partes para construir el interés común sensible a las razones ofrecidas para que se dé la equidad procedimental. La justicia del procedimiento debe asegurar no solo la justicia de los resultados finales de las elecciones, sino la confluencia pacífica que en la diversidad se expresa en la permisividad de las ideas, ideologías, de las organizaciones, de las diversas capacidades que se manifiestan en el pluralismo.

En la República Bolivariana de Venezuela los avances tecnológicos no han sido utilizados para asegurar la igualdad política para incrementar la justicia social, sino para determinar la irreversibilidad del ejercicio del poder empezando por compensar las opiniones adversas al régimen social comunista mediante la alteración del peso demográfico absoluto, hasta dispersarlo en los distritos y las circunscripciones electorales, permitiendo la asignación de curules con menor cantidad de votos que en otro lugar: así se llega a la paradoja que, en las circunstancias dadas, el partido ganador por número de votos no detiene el número correspondiente de escaños que le deberían ser asignados según criterio de justicia proporcional y que el voto de cada ciudadano tenga un valor distinto. 

Pues, siguiendo el principio equitativo por el cual cada hombre vivo que tenga derecho equivale a un voto, se necesita una profunda revisión del registro electoral para cancelar cientos de miles inscripciones impropias, que han sido propiciadas por la concesión de una ciudadanía no correspondiente a los requisitos de leyes y que ha sido otorgada a emigrantes de diferentes nacionalidades.

Otro aspecto determinante para la transparencia del resultado electoral es el método adoptado para ejercitar el voto: si es electrónico, cada fase de transmisión de datos debe ser sometida a múltiples controles para su credibilidad. No obstante, considerada la alta sofisticación de los instrumentos tecnológicos y la penetrabilidad de “las maquinitas” que permite la alteración de los inputs recibidos, es aconsejable regresar al uso de la papeleta y al conteo manual: no es un caso que las más avanzadas democracias del mundo todavía adoptan el viejo sistema. La solución de cada uno de estos factores incide también en el tiempo para la celebración de las elecciones solicitadas por la comunidad internacional para la solución de la crisis que viven los ciudadanos venezolanos.

Por supuesto, persisten las desigualdades económicas, sociales y culturales que producen la confrontación política también en la identificación y defensa de los valores morales que caracterizan la forma de ejercer el poder, la democracia que en nuestra visión caracteriza la esencia del Estado y sus instituciones. Por eso constatamos que cuando no hay instituciones fuertes, no por posesión de armas y uso de la fuerza, sino porque se desempeñan en conformidad con la ley, no hay una prensa libre, la garantía de la libertad de las comunicaciones, se habla de un sistema dictatorial por el cual los dirigentes son elegidos, como en la Rusia de Putin o la Turquía de Erdogan, pero no se respetan los derechos humanos y se aplican las clase de ideologías conformes con la perpetuación del poder.   

Independientemente de la escogencia de cada ciudadano determinada por sus condiciones socioeconómicas, su ideología, su credo religioso, su cultura, como sugiere James Fishkin (1995) en Democracia y deliberación, la igualdad política sin deliberación no sirve de mucho, “porque produce poder, pero no define cómo este poder debe ser ejercido para construir o desvelar, según se quiere, los verdaderos intereses de los ciudadanos”.  Si “el diálogo” no define la igualdad deliberativa, constituye solo una ficción política que conserva el poder coercitivo acerca de las condiciones en las cuales se averiguarían las elecciones y derivarían los efectos del ejercicio del poder.

Estas condiciones ofrecen al sucesivo gobierno nacional nuevas motivaciones  para dejar fuera de juego, o cuanto menos limitar la influencia o injerencia de sus adversarios, tanto internos cuanto internacionales. El recurso o ayuda del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la Unión Europea u otras instituciones sería inapropiado para una concreta recuperación de país y se utilizaría para el enriquecimiento de  nuevos y viejos  proxenetas que rodearán el nuevo gobierno. Sin duda, los acuerdos transnacionales implícitos se deben redactar primero y luego ser ratificados por la Asamblea Nacional: pero estas ratificaciones no suelen toparse con problemas mayores como quiera que los costes derivados de una aventura en solitario son generalmente demasiado elevados para todos los que la intentan. 

La historia ha demostrado que la transnacionalización del Estado, así como ha ocurrido en Venezuela con la deuda exterior contraída, se ha transformado en actos que trascienden las fronteras nacionales y se sustraen, o intentan hacerlo, a los controles y a la consiguiente legitimación democrático-parlamentaria o, en cualquier caso, solo mantienen con ellos una relación formal cuando el gobierno está democráticamente elegido, y el Parlamento da su aprobación post hoc.

Es oportuno recordar que Morgenthau  opinó que la moral internacional era a su vez una ficción que no tenía realidad práctica en las relaciones de las naciones y que a partir del siglo XIX empezó a desaparecer mediante las luchas económicas que indujeron a cierto nacionalismo que, en su determinación más exagerada, puede oponerse al bien común internacional: no obstante, aseveró que el aumento de la democracia en la conducción política internacional pasó a ser un asunto colectivo orientado por el clamor nacional.

El renacimiento transnacional del Estado y de la política no puede averiguarse sin que la democracia no se haya transformado en método real de las relaciones que deben aunar los ciudadanos y la sociedad con el Estado en un nuevo realismo mágico en el cual vislumbrar el futuro del país.


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