COLUMNISTA

De la necesidad de una oposición nueva

por Antonio Pasquali Antonio Pasquali

Ni la Coordinadora Democrática de vida breve (2002-2004) ni la MUD actual, ambas de escasos méritos y abundantes yerros, alcanzaron a ponderar con rigor conceptual las verdaderas dimensiones del fenómeno Chávez ni a prever su talante dictatorial, de donde sus erráticas e inconcluyentes estrategias, su incapacidad de denuncia y sus equivocados silencios, indecisiones y omisiones, ulteriormente degradados por los personales apetitos de varios de sus integrantes. Supusieron que el teniente coronel de Sabaneta juramentado bajo el hoy momificado samán de Güere reproduciría grosso modo el patrón de los 25 anteriores presidentes de origen cuartelero que tuvo el país, y laxamente aplicaron vetustas, ineficientes e incoherentes conductas opositoras a quien venía soltando inéditas, explosivas y delirantes declaraciones que hubiesen necesitado otra y más preocupada lectura, del tipo “América Latina será la Stalingrado de las ideas, hasta ser lo que Rusia no pudo ser” (noviembre 2005) o “de mi reelección depende en gran medida el destino de la humanidad” (octubre 2012), declaraciones puntualmente corroboradas por praxis lícitas o fraudulentas, populistas y desmesuradas, perifoneadas u ocultas pero siempre congruentes con su proyecto político nacido en 2002 y finalmente fraguado en un “Plan de la Patria” todo a descifrar, su Constitución-B y canto del cisne.

Desdichadamente, no son pocos quienes –sin detenerse a ponderar teleológicamente la insospechada coherencia entre la teoría y la praxis del régimen, entre su verbo, la coacción política y su abultadísima legislación– siguen estimando que el chavismo solo representa el vigésimo sexto asalto al poder de origen militar, esta vez –como única novedad– bajo el manto de un retórico, oportunista-confuso y finalmente inocuo izquierdismo modelo Velazco Alvarado. ¡Desventurada falencia! Ese Plan de la Patria es un agregado de ingredientes cubano-rusos, “ceresolianos” y del fundamentalismo teocrático medio oriental, el todo amalgamado en retórica bolivariana. Brotado de una Venezuela país-protectorado y de facto piloteado por más de una potencia foránea, poco leído y casi nunca analizado desde el ángulo geopolítico, está ocultamente finalizado a hacer de Venezuela una ancha, enguerrillada y poderosa cabecera de puente comunista en el subcontinente latinoamericano, un enclave capaz de reproducir, muy bien mimetizado y a otra dimensión táctica, el desmedido y tremebundo intento Fidel-Jruschov de los años sesenta. Lo que queda del ultraizquierdismo mundial y el Foro de São Paulo saben perfectamente que Latinoamérica, impertérrita detentora de la mayor y más vergonzosa desigualdad mundial ricos-pobres, es la última región del mundo aún pasible de una exitosa desestabilización revolucionaria que pudiese resucitar de sus cenizas el marxismo-leninismo, exactamente como lo proclamó con lucidez el “inocuo” Chávez desde noviembre 2005. Manejado desde fuera por el revanchismo izquierdista internacional y antinorteamericano, el dócil y modesto apparatchik Maduro (egresado de una escuela cubana de cuadros políticos ocho años antes de que Chávez apareciera en el horizonte) sigue aplicando a Venezuela, obediente y tozudamente, ese proyecto internacional, como lo reconfirma en estos días la decisión de importar e instalar en el país, a solicitud comunista, el partido FARC colombiano. Un proyecto, el de la cabecera de puente, que la gran mayoría de los países al sur del Río Grande y del Occidente democrático comienzan finalmente a comprender por su enorme potencial desestabilizador y a temer, sacados como han sido de su dilatado letargo ya en 2015 por la nada improvisada ni retórica advertencia de Obama de que Venezuela representaba “una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad de los Estados Unidos”; una comprensión que viene dando vida en Latinoamérica y el Occidente democrático a una nueva política de severo hostigamiento al dictador Maduro como cabeza de uno de los mayores proyectos antioccidentales, acompañada de reconfortantes reconocimientos y apoyos a la oposición democrática nacional.

Tras dos decenios casi de chavismo, puede afirmarse con fundamento que Coordinadora y MUD, de muy reducido y localista ángulo de visión, carecieron de sensibilidad y finas antenas para detectar tempranamente que el lúcido delirio chavista y su bolivarianismo de opereta escondían una muy seria amenaza para la democracia nacional, regional y universal, y que Chávez, sus epígonos y seguidores, han podido tejer exitosamente día tras día, por calculadas fugas hacia adelante, fraudes electorales, impresentables alianzas, pilotajes cubanos, despilfarro de una súbita riqueza nacional, manipulación de la opinión pública, compra de conciencias y destrucción de todas las autonomías, un solidísimo entramado capaz de hacer realidad a plazo lo de la cabecera de puente, llevando a Venezuela al estado de miseria, devastación y ruina socioeconómica y moral hoy tristemente alcanzado. Tiene pues mucho fundamento empírico la hipótesis de que el dramático triunfo del chavismo fue en buena parte favorecido por los incontables pecados de omisión, incomprensiones de la realidad, incapacidad de denuncia y falta de estrategias adecuados de la oposición organizada, con la abstención parlamentaria de 2005 –que le regaló a Chávez la Asamblea en bandeja de plata– de episodio más relevante.

Para no perder terreno a diario, como en efecto sucedió, la Coordinadora y la MUD debieron proveerse de una perseverante capacidad de oponer racionales y claras contrainformaciones a la manipuladora irracionalidad de Chávez y Maduro, a su proteica y cínica capacidad de mentir, sus sistemáticas proyecciones en la disidencia de vicios propios e inconmensurable capacidad de inducir odio de clase y negar la existencia del “otro” político (“quitarle realidad al otro es el mal absoluto” decía Simone Weil), sus fraudes y su peligrosísima diplomacia. Para lograrlo, hubiese bastado crear en su seno algo ya inventado y de reconocida eficacia, un Gobierno de Sombra o algo similar, que las pusiera en condiciones de ponderar, prevenir y denunciar día tras día las fechorías del régimen, y de demoler sin descanso con datos tempestivos, pertinentes y creíbles, sus incumplidas promesas, sus magnicidios e invasiones, sus guerras económicas y sus comunas. ¿Quién salió a ridiculizar ante el mundo la creación de un “Viceministerio de la Suprema Felicidad Social”, quién viajó a La Haya a denunciar el gubernamental genocidio sanitario-alimentar en ejecución, tareas que debieron ser propias de la MUD? Una morosidad que colaboró con el avance del chavismo y terminó asegurándole en estas semanas su más clamorosa victoria: volver añicos, tanto en el seno de la MUD como en el de la AN, la supuesta unidad de la oposición. Una fragmentación difícilmente reparable que deja al descubierto, con muy honrosas excepciones, una disidencia plagada de pequeños ambiciosos, infiltrada por quintas columnas, negociantes y colaboracionistas, apaciguadores modelo Chamberlain, gobernadores electos por la oposición en vergonzante viaje a Canossa ante ese soviet gubernamental autodenominado ANC, todo lo cual ha permitido a la dictadura alcanzar un objetivo por ella ardorosamente perseguido en vista de las próximas presidenciales, la destrucción radical de la coherencia electoral opositora, hoy mortalmente dividida entre los güelfos del voto y los gibelinos de la abstención.

No es cultivar el nihilismo estimar que en este desastroso final de 2017 el escenario político de nuestra Zimbabue caribeña luce agorero. La pérdida de rumbo y de coherencia electoral de la MUD y la AN posibilita el que Venezuela asista abatida, en 2018, al ingreso del chavismo por la vía electoral al selecto club del priismo, peronismo y castrismo, al grupo regional de los poderes seniors que entre altibajos gobernaron durante 71 años México, 70 Argentina y 58 Cuba. Toda elección futura volverá desde luego posible y probable lo recordado por muchos en estos meses: que tiranía no pierde elecciones, lo cual no invalida en absoluto el sagrado deber político-moral de votar siempre y necesariamente para que la estupidez de 2005 no se repita más nunca y el mundo no comience a pensar que tenemos los gobiernos que nos merecemos.

Ahora, la desperdigada y desprestigiada MUD se fue otra vez a “dialogar”, ignorando tal vez que sus interlocutores son burócratas de implacable ideología y, acaso, irrelevantes concesiones que terminarán favoreciendo al régimen, pero interlocutores que no renunciarán nunca al propósito final de aplastarlos y anonadarlos. Para el dogma comunista, odiar a muerte al enemigo de clase es un deber que exaltan sus manuales de ética y de política marxista, y negociar con burgueses y sus instituciones a fin de coexistir tolerantemente con ellos una herejía digna de gulag. La NEP leninista fue una medida momentánea y puramente táctica de supervivencia, para salvar vidas, a la que siguieron las renacionalizaciones y los duros planes quinquenales de Stalin. Pero los epígonos y colaboracionistas son a menudo más crueles que sus modelos. Venezuela sufre sangrantemente, desde hace años, de una política gubernamental de sello estalinista y genocida que prioriza pagar deudas internacionales y mantener regalías a países amigos restando recursos, literalmente de vida o muerte, a la importación de alimentos y medicinas, esto es, condenando diariamente a muerte por inanición e inasistencia sanitaria a decenas, tal vez cientos de venezolanos. Tan solo en esta semana supo el país de la apureña Belkis Solórzano lanzando un mensaje desesperado pocas horas antes de morir a falta de medicamento; del centro asistencial Raúl Leoni de San Félix donde murieron en lo que va del año 41 niños por desnutrición; de Adrián Guacarán (cuando niño le cantó al papa Juan Pablo II), muerto de insuficiencia renal horas después de lanzar por Internet una última inútil búsqueda de remedio; de siete niños muertos en Guaiparo del estado Bolívar por desnutrición irreversible. Y fue seguramente la punta del iceberg, la pequeña minoría cuya resistible muerte llegó a ser noticia en los medios. Mientras, el presidente Maduro viene reconfirmando su cruel incapacidad para lanzar una NEP alimentar-sanitaria aún temporal habiendo más bien vetado personalmente en más de una ocasión la importación por las ONG de ayuda humanitaria por considerarla “ideológica” y perniciosa para su régimen. ¿Y qué decir del servil TSJ, la mayor vergüenza nacional, que el 20 de noviembre, Día Internacional del Niño, negó por cuarta vez, y con nueve meses de retraso, la solicitud de una ONG nacional de asegurar medicamentos esenciales a los menores del país? Ante un cuadro así, de poder mantenido con crueldad suma y genocida, ¿qué chance puede tener la MUD actual de lograr en el diálogo algo de ese “mínimo” que precisó hace meses el Vaticano: liberar presos políticos, reconocer su poder constitucional a la AN, abrir un canal humanitario, democratizar el CEN y asegurar elecciones limpias? ¿Y qué pensarán de todo esto los poderes internacionales que mueven los hilos de los actores nacionales?

El régimen arrastra además un segundo, nada ideológico y bien concreto impedimento a que todo esto desemboque en una transición democrática. Su carga de robos (debe responder por 300.000 millones de dólares), malversaciones, estafas y endeudamientos, su diplomacia y pactos secretos con Estados forajidos y grupos terroristas, sus violaciones de la Constitución, su narcotráfico, fraudes electorales y gravísimos abusos de posición dominante ante autoridades electas y medios de comunicación, sus violaciones de derechos humanos, regalías y devastación de la riqueza del país y de su moneda… esa carga delictiva es tan monstruosamente grande e imperdonable que el régimen chavista tendría demasiado que perder en una transición democrática que sacara a la luz el detalle de sus fechorías y tal vez instaurara un Núremberg criollo. Su única escapatoria: eternizarse en el poder como cuestión de vida o muerte.

Clemenceau decía que la guerra era asunto demasiado serio para dejárselo a los militares; las dictaduras chavistas han resultado un hueso demasiado duro para dejárselo a las actuales MUD y AN. En el corto tiempo que queda, y como último intento de impedir lo peor en 2018, cabe respetuosamente solicitarle a la MUD que tenga la valentía de renunciar en masa para que sea reemplazada sin demora por una suerte de Frente de Salvación Nacional, como lo hicieron en su momento Portugal, Egipto, Rumania y otros países que buscaban democracia; un Frente que envíe a la retaguardia pequeños burócratas de la política, caciques locales y trepadores y reúna con mucha ambición la flor y nata de la aristocracia del país. No la aristocracia de sangre, alcurnia o dinero, sino la verdadera, la intelectual, moral, hacendosa, honesta y modélica en política, economía, ciencias del hombre, ecología, diplomacia, liderazgo de opinión, ciencias duras y tecnologías, ecumenismo, ONG nacionales, vida altamente ejemplar. Un Frente ciento por ciento civilista (soluciones Larrazábal ¡afuera!) ahora sí en condiciones de luchar con inteligencia y temple de vencedor contra ese polimorfo engendro que gobierna a Venezuela, mezcla de militarismo y representantes del país “que no conoce razones para no robar” como aporte del ADN nacional, y de oscuros e incontrolables entramados internacionales. Un frente que le devuelva entusiasmo y espíritu de lucha a las mayorías opositoras, y que logre –sería lo máximo– exprimir de su seno un líder con grandeur.

apasquali66@yahoo.com