Cualquier propuesta de acercamiento entre la dictadura de Maduro y la dirigencia de la oposición corre el riesgo de estrellarse en muro formidable. Después de la sangre derramada y de los desmanes cometidos por los secuaces del dictador, cualquier sugerencia de avenimiento será seguramente descalificada y despreciada. Después de la saña militar contra los estudiantes y contra los vecinos encerrados en sus domicilios, llamar a conversaciones entre las partes es como subir sin aliento una montaña escarpada. Después de la impunidad y de la insania de los “colectivos” prohijados por el chavismo, nadie tendrá estómago para cruzar siquiera una palabra con los individuos que los apadrinan. Después de la candela agregada por el Ejecutivo a través de su llamado para la realización de una constituyente, es decir, de una bofetada vulgar contra los anhelos del pueblo, se puede considerar la iniciativa como una tomadura de pelo. Ya son excesivas las ceremonias fúnebres y las heridas que no pueden cicatrizar. Ya ha sido demasiada el agua sucia que no se puede recoger, para que una voz angelical y tonta sugiera los tratos de la paz. Sin embargo, en realidad no parece que exista otro sendero para el encuentro de una meta llevadera. A menos que, movidos por los resortes del odio, acariciemos el plan de llegar a unas tribulaciones que pueden tener consecuencias pavorosas.
La dictadura se ha resistido a hablar. Se ha conformado con la reiteración de las consignas habituales, como si no estuviéramos sumidos en una situación calamitosa a la cual no acomodan las monsergas de siempre. La “revolución” se ha empeñado en negar la existencia de una verdadera revolución popular, de una conmoción que toma cuerpo en todos los rincones del país y que pretende su desplazamiento en fecha próxima. Para disipar la atmósfera, apenas ha acudido a las pócimas castrenses que conducen a una situación cada vez más explosiva y cada vez más extendida. Maduro y sus secuaces se solazan en el hermetismo, se encierran en pretender una salvación desde la orilla del despeñadero, sin calcular los perjuicios que causa la meta de una supervivencia que solo pueden lograr con la represión generalizada. Ni siquiera el derrumbamiento de unas estatuas de Chávez les hace sentir la existencia de una verdadera postrimería. ¿Cambiarán de actitud? No parece probable en medio del calor de la actualidad, pero la falta cada vez más ostensible de oxígeno los puede conducir a la respiración asistida que puede ofrecerles un intercambio de argumentos con los luchadores de la otra orilla.
La oposición vive momentos estelares que tal vez aconsejen la persistencia de sus planes, sin variar un milímetro. Los diputados de la oposición viven capítulos excepcionales de brillantez. La MUD ha llegado a una cúspide que no se advertía en el horizonte meses atrás. Cada programa que anuncian a diario cuenta con el apoyo de la ciudadanía. Entonces, ¿por qué cambiarlos? Porque la realidad cambia todos los días, aunque no lo parezca, y requiere respuestas ajustadas a las mudanzas del entorno. Cuando la rabia es cada vez mayor, hacen falta matices en su orientación y en la búsqueda de respuestas flamantes e inesperadas. De lo contrario, puede volverse esterilidad y desencanto. O también aburrimiento, rutina sin destino aparente. Pero hay en esta necesidad de novedades un motivo capital: los cadáveres que han dejado las manifestaciones populares. Las muertes son responsabilidad de la dictadura, desde luego, pero su peso se debe considerar en las reuniones de los promotores de las manifestaciones callejeras. Todos los actos han dejado cuotas de duelo y tormento, que deben ponderarse cuando se planifique la marcha del día siguiente. Si estamos ante la demasía de esas cuotas indeseables para cualquier político civilizado, para cualquier dirigente que conceda a su pueblo el valor esencial que tiene, el ensayo de unas conversaciones que puedan aproximar a la sociedad a desenlaces justos no puede sentirse como debilidad, pero tampoco como traición.
Ayer topé con un tweet del diputado Freddy Guevara, en el cual anunciaba la posibilidad de un diálogo con portavoces de la dictadura tras el propósito de contemplar escenas de transición. También topé con las respuestas airadas que produjo. El artículo que ahora termina entiende que, pese a las críticas que provocará, el diputado ha esbozado una alternativa cuyo destino no debe ser el tarro de la basura.
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