“Un hombre inteligente es aquel que sabe ser tan inteligente como para contratar gente más inteligente que él”
John Fitzgerald Kennedy
Muchos se preguntan qué habrá que hacer para salir del pernicioso chavismo que nos veja, arruina y sojuzga. El asunto no es sencillo ni se aclara con unas cuantas perogrulladas. Leí hace poco a mi compadre y admirado Gustavo Tarre Briceño, talentoso y penetrante, quien afirma que Maduro ha de caer, como una inevitable secuencia porque el país pasa de mal a peor. ¡Ojalá se cumpla su vaticinio!
De otro lado leo en el editorial del pasado miércoles que los partidos viven una hora más que menguada, pero son, sin embargo, imprescindibles para una República y confieso que me vienen al espíritu algunas reflexiones que decido compartir. En efecto, sin organización, sin discurso, sin acciones concretas, sin debate, sin unidad, sin diferenciarse, tampoco derrotaremos a este desastre que se pretende prolongar. Estratégicamente, es menester oponer otra visión, otra misión, otro decir, otros valores, otra manera de tratar y ver el mundo, otra perspectiva, otra unidad.
Después de la victoria de diciembre 2015, resultado obtenido con una oferta de cambio que luego no se consumó, no fuimos capaces de articular los elementos necesarios para derrocar a quienes solo exhiben la violencia como argumento. Factores endógenos se sumaron a las equivocaciones de la clase política opositora, dejaron hacer justicia a la injusticia y con la Fuerza Armada atajaron la protesta y aún a costa del envenenamiento institucional y la represión sostuvieron a esta caterva mediocre, cínica e impúdica. Hubo una oportunidad cuando derrochaba legitimidad la Asamblea Nacional, pero su dirigencia apostó más a la opción populista que a la del compromiso constitucional y legal como le cabía hacer. Miopes, torpes, ineptos, perdieron el tiempo favorable que como los vientos puede hacerte avanzar o también naufragar; hay que saberlos administrar.
Faltó coherencia, consistencia, congruencia y luego vino la ANC, fraudulenta y aviesa, cuya irrupción se acompañó de un cataclismo anómico de oposición que nos fracturó y extravió groseramente. El bravo pueblo puso su alma ciudadana en juego, pero no fue suficiente y entre muertes, aprehensiones, frustraciones, encajamos una derrota de la que aún no nos recuperamos.
Pero el país se sigue cayendo a pedazos, el hambre, el hampa, la desesperanza y la corrupción de este gobierno de militares y civiles no puede sino lograr este fracaso inobjetable. El exterior, el testigo internacional lo sabe y lo asume cada día más; pero, internamente, confrontamos un lote de nuestros pobres que, como zombies, se comportan en precarios electores que hace tiempo delegaron su alícuota soberana como diría Rousseau y se dejan conducir nariceados por su falencia, su vulnerabilidad. Maduro y su mediocridad han sabido comprarlos y los cubanos asesores de esa mundología de sobrevivientes, enajenados, alienados, menesterosos y vencidos, proporcionan la episteme de la despersonalización ideologizada. Con ese contingente que no es mayoría gobierna Maduro y se reclama vencedor, además. Los epígonos de Chávez cortejan parcelas de poder y se desempeñan concupiscentes. Unen esfuerzos solo para mantenerse en el poder, pero carecen de proyecto y de sentido histórico; no tienen futuro, solo presente entonces.
Paralelamente, dos tercios de la población se desagregaron y conducen atrabiliarios como autistas, rechazando a los demás y persiguiéndolos con sus insultos, reproches y cuestionamientos. Estamos juntos, pero distantes y enemistados entre nosotros. Las redes sociales que nos unían, nos desunen y la descalificación sistemática coincide con un igualitarismo nocivo, como advirtió por cierto alguna vez Umberto Eco.
Maduro nos segrega, margina, divide, desorienta y nos aprovecha fraccionados. Por ello, hemos de hacer lo contrario de lo que hemos venido haciendo. Debemos contrastar con él. Unirnos en torno a un proyecto de país, con base en un ideal social, hacia un programa económico diferente, una propuesta ética anclada en la alteridad consciente y en la responsabilidad militante. Debemos pensar y construir un Estado auténticamente republicano. Unirnos nuevamente, discutir lo que queremos, respetar lo que prevalezca, cesar la diatriba inútil.
Termina un ciclo con errores y aciertos, pero abundantes enseñanzas. Volvamos al forcejeo, al duelo de voluntades, al contraste con un ademán sin embargo de humildad y de empatía. Solo así seremos nuevamente y definitivamente, eficiente mayoría.
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