COLUMNISTA

Lo necesario y lo apremiante

por Gustavo Roosen Gustavo Roosen

Pensar hoy en Venezuela obliga a distinguir entre lo coyuntural y lo estructural, lo urgente y lo que puede esperar para mañana. Hay temas, sin embargo, para los cuales no es fácil aplicar estas diferencias. Uno de ellos es el de la educación, permanente siempre, obligante siempre. No hay manera de pensar el futuro del país sin asumir la educación como prioridad.

El cuadro actual en este terreno no puede ser más alarmante. Medido en uno solo de sus aspectos, el de los resultados académicos, todo contradice el discurso propagandístico de un gobierno que proclama sus autocalificados logros en alfabetización y escolarización, pero se niega a cualquier aplicación de esquemas de evaluación con reconocimiento internacional. Los verdaderos resultados, sin embargo, lo perciben, por ejemplo, las empresas cuando constatan la baja sustancial en el nivel de formación de los aprendices del Inces. Lo perciben también las universidades cuando evalúan la preparación de los bachilleres que aspiran a entrar en la educación superior. No es alentador para estos centros de estudio tener que reducir los índices de ingreso o tener que planificar programas adicionales de nivelación.

Cuando un país tiene que reducir los índices de exigencia en su sistema educativo es el indicio de que algo anda mal. Visto en términos de futuro, las deficiencias en el sistema educativo son para un país lo que las deficiencias alimentarias en la niñez para el futuro de una persona. No solo se habrá comprometido su crecimiento, sino que también se habrá ahondado la diferencia con quienes han recibido la alimentación requerida, en el caso de las personas, o con los países que han facilitado a sus ciudadanos una formación adecuada a las exigencias y expectativas del presente. A menos formación, menos competitividad y menos posibilidad para aprovechar las oportunidades que el avance tecnológico abre todos los días

En la nueva realidad vista por Yuval Noah Harari, autor de 21 lecciones para el siglo XXI, la amenaza de quedar fuera del juego o de perder competitividad para quienes lleguen tarde a las nuevas tecnologías está muy cerca de convertirse en realidad. Si es verdad, como afirma, que la información es el activo más importante en la economía, el retraso en el acceso a la información condena al fracaso y a la exclusión. Y el mundo no deja de sorprender cada día con un nuevo avance tecnológico como los presentados recientemente en la Feria de Barcelona en el terreno de la medicina con la cirugía teleasistida, en la movilidad con los vehículos autónomos y conectados o en telefonía con el G5, la próxima revolución de los teléfonos móviles de quinta generación, que ampliará de manera sorprendente la conectividad y permitirá las comunicaciones en milésimas de segundo.

La actualización tecnológica, especialmente en materia de comunicaciones, es para Venezuela un tema acuciante. La pérdida de capacidad en términos de conectividad no ha hecho sino ir en retroceso. Y en esta ecuación, como en tantas otras, es imposible no incorporar la variable recurso humano. Está claro que no basta con la tecnología, ni siquiera con la infraestructura. Será necesario un gran esfuerzo en modernización de las redes, pero paralelamente un esfuerzo aún mayor en capacitación, en mejoramiento del nivel educativo de la población para poder tomar partido de las oportunidades. Habrá, sin duda, empresas dispuestas a invertir, a poner tecnología y capitales, pero lo permanente y lo indispensable será siempre el desarrollo del talento humano por la educación. Es la gente la que en definitiva da sentido a la tecnología.

Se acentúa entre los venezolanos la convicción de que nuestro futuro no puede depender del petróleo sino de la gente, de su talento y de su trabajo. Habría que añadir que el talento solo se desarrolla a través de la educación. Y habría que agregar que se trata de un proceso que de ninguna manera se da por azar, sino con método y constancia. Esa es la labor del sistema educativo. Esa es una de las mayores tareas de carácter permanente para construir capacidades y recuperar el tejido social y el tejido productivo.

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