Las últimas acciones del gobierno ponen de relieve dos componentes que se complementan: la lucha interna de sus facciones y el lenguaje sangriento. La operación de El Junquito así lo revela: órdenes y contraórdenes, actores inusitados, ajusticiamientos, torpeza ya conocida.
Se ha definido su condición dictatorial y, como tal, su decisión de conservar, a todo coste, el poder, su corrupción y su ahora declarada violencia. Una violencia sangrienta que se agrega a la hambreadora ya existente.
Las elecciones presidenciales serán fraudulentas, el fraude ya está cantado. Y, si les resultaren desfavorables, no entregarán el cargo.
Ante esa condición surge la pregunta obvia, que ya circula: ¿vale la pena participar?
Hay en la calle una mezcla de escepticismo y desesperación. Una actitud que en mucha gente, digamos que la mayoría, trata de esconder la pérdida de dignidad y la mentalidad mendiga que los coloca en el plan del “carnet de la patria”.
No es nuevo eso ni aquí ni en muchos otros países e historias: la gente entregada al poder y resignada a una miseria que podría no tener límites. Bien saben los gobernantes de esa condición y de esos recursos y del terrible daño que esa conversión hacia la mendicidad implica en costos humanos a largo plazo: un país de siervos que les conviene.
Hasta aquí esto suena como una argumentación de la abstención. Pero no es así. La abstención en buen grado expresa orgullo y prepotencia: ¡si no me dan lo que pretendo me voy de la fiesta!
Pero el país no es una fiesta ni la política es una reacción simple: se trata de acopiar fuerzas y emplearlas de todas las maneras posibles. Acopiar fuerzas marcha parejo con la unidad, la necesidad de llegar a acuerdos sobre la candidatura presidencial e ir a esas elecciones.
El ambiente internacional no puede ser más contrario al régimen, pero las señales internas no corresponden y revelen incapacidad para seleccionar y decidirse por posturas estratégicas. Costosas vacilaciones ante un contrario que disfruta de la flexibilidad del delincuente inmoral y descarado.
La lucha por el cambio de gobierno y la profundización de la democracia puede ser a largo plazo. Sin embargo, eso no es una determinación necesaria. Hay que prepararse para una larga lucha, pero no se pueden excluir atajos o imprevistos. La lucha larga necesita de acopios de fuerza y claras estrategias centrales. Los atajos: sensibilidad y velocidad de reacción.
¿Es mucho pedir? Tal vez, pero en nuestra difícil situación no podemos dejar de hacerlo.