No piensen los amables lectores que estas líneas pretenden evadir la noticia del momento, o las referencias de Trump al régimen venezolano, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, y la reacción de Maduro y los suyos al respecto. Ya tendremos pronta ocasión de referirnos al tema. Pero como ya tenía perfilada la presente y breve nota, no quiero descartarla, aunque luzca un tanto desfasada de los acontecimientos que se avecinan. De hecho, no lo está, porque la catástrofe que destruye a Venezuela es la clave que descifra todo lo demás.
Y, bueno, empecemos por una pregunta muy difícil: ¿cuántos «programas o planes económicos» ha anunciado Maduro desde que el predecesor lo designó como sucesor? La respuesta en cambio no es muy difícil: muchos o, en todo caso, los suficientes como para perder la cuenta exacta. En verdad, han sido anuncios de anuncios, que no cambian nada para bien sino que lo empeoran todo. Ha tenido asesores españoles, y ahora, se comenta, hay unos asesores ecuatorianos, entre otros, bajo la égida de un abogado europeo que es experto en operaciones financieras de cierta complejidad.
Pero todos ellos, desde luego, se mueven en una densa tiniebla, que es el ambiente o la manera de decidir o de no decidir de las hegemonías. Ante la opinión pública, pura propaganda. El cobre lo baten detrás de los bastidores. Y el caso que nos ocupa continúa el mismo patrón. Como las palabras pesan, a veces me molesta que se hable de “opacidad” como una característica de la hegemonía roja. Opacidad no. Secretismo, manipulación, falseamiento o propaganda maliciosa, que son cosas muy distintas a lo meramente opaco o poco iluminado…
Este reciente «plan», pomposamente llamado «programa de recuperación económica, prosperidad y crecimiento»… no pasó de los anuncios iniciales. Naufragó en el puerto, con ancla y todo. No inspira ni un ápice de confianza en ninguna parte, y ha agravado la catástrofe humanitaria en que la hegemonía roja tiene sumida a Venezuela. Algunos plantearon que las cosas no podían ponerse más graves, pero se equivocaron. Maduro y los suyos lo demuestran, un día sí y otro también.
Los jerarcas de la hegemonía, no se dan ni cuenta… como decía una vieja canción, porque tienen sus bolsillos o sus cuentas atiborradas de dinerales depredados. Pero la abrumadora mayoría de los venezolanos sí se da cuenta de que la vida cotidiana se hace más agobiante, a diario. Pasa, eso también, que un sector de la población le atribuye la catástrofe a los que la propaganda roja responsabiliza: léase el Imperio y sus lacayos internos…
Pero no es así, la llamada “guerra económica” tiene su centro de comando en Miraflores, y es teledirigida desde La Habana. Es una guerra del poder en contra del pueblo. ¿Para qué? Pues, para someterlo, acosarlo, hacerlo más dependiente, esclavizarlo como denunciaba, desde su honrado comunismo, Domingo Alberto Rangel. Allá el que se empeñe en tapar el sol con su dedo. Incluyendo a los que tienen el deber de plantear la realidad tal cual es, sin edulcorantes ni matices, que además de falsos son sospechosos.
El “plan” de Maduro ha vuelto a naufragar. En eso no hay novedad. Pero en cada naufragio la tragedia venezolana se profundiza y extiende. Y eso consta no solo en la Asamblea General de la ONU, sino en todos los rincones de Venezuela.
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