Yo estudiaba 1° o 2° año de bachillerato en un distante liceo en las profundas entrañas de la selva deltaica y hasta allá iba a parar la edición en formato de papel de diario El Nacional.
Lo recuerdo tan nítido como si fuera ayer; yo era un chicuelo de unos 12 o 13 años y participaba con fervor en las asambleas estudiantiles de aquellos tiempos cuando el MEP (Movimiento Electoral del Pueblo/Juventud Socialista del MEP) era la primera fuerza política del Delta. Recuerdo a media mañana llegaba a la sede del partido una nutrida camada de muchachos ebrios de jubiloso entusiasmo e inaudita algarabía a reunirnos con nuestros líderes mayores. Sobre unos amplios mesones de madera dispuestos entre pasillos ventillados se observaban los cuerpos A, B, C, y D del periódico de Puente Nuevo a Puerto Escondido al lado de otros rotativos impresos en Caracas.
En las páginas del Cuerpo A yo leía por aquel entonces las firmas de Luis Beltrán Prieto Figueroa y sus didascálicas columnas de opinión, recuerdo que los días martes yo esperaba ansioso la opinión del insigne maestro Arturo Uslar Pietri, que con sus iluminadoras y enjundiosas reflexiones marcaba pautas dentro del quehacer intelectual de la Venezuela democrática de la época. Yo crecí leyendo en El Nacional los sesudos y hondos análisis políticos e históricos de Simón Alberto Consalvi. Ahora que proso esta breve crónica intempestiva recuerdo los vigorosos análisis socio-políticos de Demetrio Boersner sobre la problemática internacional. Cómo olvidar, por ejemplo, las densas y complejas diatribas epistemológicas entre Juan Nuño y Ludovico Silva que tanto bien hicieron a la salud psíquica e intelectual de la nación venezolana en los tiempos finales de la década de los setenta y comienzos de los años ocneta.
Yo esperaba a que mis combatientes mayores leyeran El Nacional para llevarme a casa la sección de Opinión y poder y subrayar los artículos referidos up supra. El Nacional fue, y sigue siéndolo, una cátedra abierta de pedagogía ciudadana no solo informativa, también, y es menester enfatizarlo, de formación y cultura general para la vida y el vivir digno decoroso en una sociedad libre y democrática. Desde mis años mozos, siempre soñé con escribir en las páginas donde publicaban los más egregios y elevados espíritus de la venezolanidad. Hace 40 años leía en la edición impresa los caracteres de la asombrosa poesía de Juan Liscano, la electrizante prosa poética y periodística de Jesús Sanoja Hernández, la sacramental lírica de Juan Sánchez Peláez y del inmenso poeta de talla universal Rafael Cadenas. Con ex aequo entusiasmo anímico en las páginas de la última casamata del espíritu libérrimo y democrático he abrevado en las fuentes puras de nuestra ensayística histórica y de nuestra estética lingüística de acendrada excelsitud expresiva.
Por más que quiera, el fascismo rojo no lograra su cometido de apagar la llama libertaria de la espiritualidad democrática y civilista de nuestra republicanidad heredada de los valores sustantivos del liberalismo occidental. La mentalidad cuartelaría y militaresca de la teratología diosdadista no podrá doblegar ni arrodillar a la cultura.
Con firme convicción del insigne rector salmantino reiteramos que por los momentos “podrán vencer pero nunca podrán convencer”.
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