Corría el año 1975 de la pasada centuria, yo vivía en el Delta del Orinoco, acababa de cumplir 15 años y ya a esa tierna edad me había enrolado en la militancia política de la, para aquella época, gloriosa juventud socialista del MEP, organización política que se autodefinía como Partido Socialista de Venezuela.
Eran tiempos de constante agitación y propaganda estudiantil en los liceos de Tucupita. Yo comencé a estudiar primer año del ciclo básico común en el Liceo José Enrique Rodó porque mi madre se desempeñaba como enfermera auxiliar adscrita al Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en una comunidad fluvial de nombre Santa Catalina y yo debía estudiar en la modalidad de seminterno en la Escuela Granja Agropecuaria de Tucupita. Recuerdo que el liceo tenía un comedor y los estudiantes internos y seminternos comíamos las tres comidas en dicho comedor: desayuno, almuerzo y cena.
El régimen disciplinario en la escuela granja era más o menos rígido y había profesores que cumplían guardias y velaban por el buen comportamiento de los estudiantes. Existían dos edificios. El de las hembras y el de los varones. La cena la servían entre 5:00 y 6:00 de la tarde. Del comedor salíamos a las habitaciones a cepillarnos los dientes y a buscar los útiles escolares para repasar tareas y buscar los libros de lectura para realizar los ejercicios de Matemáticas y las tareas asignadas por las asignaturas del liceo.
Recuerdo que en Tucupita había un grupo musical llamado Los Guate Patos y otro llamado Los Tropic Delta que hacían presentaciones públicas y privadas que ellos denominaban “toques”. A mí me gustaba acercarme a hablar con sus miembros y preguntarle cosas que me despertaban interés.
Por ejemplo, preguntaba al trompetista cómo se llamaba ese instrumento que él tocaba y que producía esas increíbles notas musicales que entusiasmaban a los asistentes a las fiestas que ambos grupos musicales protagonizaban.
Ahora, hurgando en los brumosos pliegues de mi memoria, recuerdo que Los Tropic Delta tenían un ritmo muy pegajoso y sabroso muy parecido a los temas de la mítica y legendaria agrupación musical llamada el Sexteto Juventud que se había fundado el Día de las Madres de 1962.
La sociedad deltana, especialmente la sociedad tucupitense de la década de los años setenta, era una sociedad muy influenciada por la cultura radial y la música que más predominaba en las emisoras del oriente venezolano e incluso de Caracas era la salsa y el merengue. Los jóvenes de Tucupita bebíamos cerveza y eventualmente ron y anís o ginebra con jugo de naranja con hielo. Los cigarrillos que más se vendían eran las marcas Astor Rojo, Vicerroy, Alas con y sin filtro, Marlboro y dos marcas que pocos fumaban: Bandera Roja y Negro Primero sin filtro. La música llegaba en discos de acetato llamados discos de vinil o vinilo que tenían dos formatos: los de 45 revoluciones por minuto que eran relativamente pequeños y los grandes conocidos como discos LP. La radio en el Delta era el medio de difusión masiva por excelencia y los habitantes se acercaban a la sede de la estación de la radioemisora con la idea de solicitar complacencias con canciones para sus seres queridos en ocasiones especiales como el cumpleaños del familiar o de la esposa o novia.
Ya en 1976 y 1977 en Tucupita se realizaban fiestas privadas en casas de familias que en cierto modo tenían un nivel o estatus socioeconómico de prestigio. Por ejemplo, en la calle Dalla Costa se hacían unas memorables fiestas en casa de la muy respetada familia Tovar. Ahora que proso esta breve crónica recuerdo que mi viejo amigo y bien recordado Ramiro Maguilbray junto con aquellos jóvenes adelantados en materia musical, Argenis (el gato) Miguel Mochny, colocaban música de Paul Anka, Supertramp, Crim Crimson, Led Zeppelin, por ejemplo, y en los inmensos aparatos de sonido que seguramente eran traídos de Caracas o Trinidad and Tobago sonaban canciones como “No es una carga, es mi hermano” o “Simpathy for the devil”.
En esas memorables fiestas yo bebí Cacique solo o con coca-cola y hielo. Y escuchaba a Miriam Makeba y su “Pata-Pata”, También me deleitaba con las tristes canciones de Demis Roussos y con igual fruición melómana que escuchaba y bailaba las ritualistas canciones del Pope de la Salsa Ismael Rivera y del portentoso deltano universal Perucho Torcat. Por supuesto que en los bares del Delta había una rockola en cada bar con la música de la época, pero los muchachos cuyas edades estaban entre los 16 y los 25 años nos reuníamos en casas de amigos o compañeros de estudio a celebrar el milagro de ser joven y de formar parte de esa corriente histórico-social-cultural que antecedió a la generación llamada “boba” que bautizó aquel tristemente célebre psiquiatra ex rector de la UCV.