Las portadas de numerosos periódicos del mundo han otorgado un espacio especial a la inédita presencia de enormes vagones que impiden la entrada al país de la ayuda internacional representada en alimentos y medicinas por la que claman cientos de miles de venezolanos hambreados y enfermos.
Una grosera ausencia de vergüenza y una inmoralidad aterradora es lo que caracteriza a estos gobernantes y a sus colaboradores estratégicos cubanos quienes, para hacer una demostración última de poderío y fortaleza, se oponen a que la cooperación de naciones amigas se materialice en favor de los más débiles del país. Lo hacen de la manera más flagrante y humillante para sus hermanos que experimentan atroces necesidades. Cada hora que pasa es vital para quienes padecen enfermedades y para los niños que languidecen con hambre.
La desvergüenza en la explicación del cáncer social y del drama humano que carcome al país es total: o bien la necesidad no existe como lo exclama orgulloso Nicolás Maduro, o bien la precariedad extrema sí existe pero ha sido provocada por las sanciones norteamericanas, como lo proclama el canciller Jorge Arreaza frente a los micrófonos de los organismos internacionales. O todo no es más que un show –como vocifera excitado Diosdado Cabello– para intentar confundir a terceros y tapar las ejemplares ejecutorias del gobierno.
La realidad, para quienes observan desde afuera la dinámica venezolana de estos días, es que Nicolás Maduro y su camarilla son quienes han convertido en un episodio grotesco esta barrera alzada frente a la frontera con Colombia, sin percatarse de que, ante los ojos atónitos del planeta, son la revolución bolivariana y sus narco-corruptos personeros los responsables de esta última inhumana, vergonzosa y criminal tropelía.
Nada más grotesco que observar en las pantallas de los televisores de cualquier ciudad del planeta a los gobernantes del país exhibiéndose despreocupados en las tarimas de las concentraciones públicas bailando desenfrenados al son de los ritmos tropicales, mientras la población muere de mengua y de abandono. Resulta ofensivo para cualquiera con principios y moral la exhibición circense de medallas en los pechos del generalato cómplice del gobierno, mientras la población es sometida a las peores penurias y a la violación de las sagradas libertades a las que tiene derecho. Este circo de vanidades militares al que asistimos es de una irresponsabilidad suprema y es una vergüenza para cada uno de los que sí sentimos el dolor de la patria.
Nada puede ser agregado a las críticas de que se está haciendo acreedor el tiránico gobierno venezolano durante este episodio de acopio y de distribución de bienes. Todo ha sido dicho ya por los observadores más calificados. Lo que sí es oportuno recalcar es el hecho de que en esta actuación y posicionamiento oficial en torno al alivio de las carencias de la población, una parte significativa de responsabilidad le será atribuida al PSUV, partido de vocación social y cuya complicidad en esta etapa no podrá nunca ser esquivada.
Esta es una hora decisiva para el devenir del país y para su rescate democrático. La entrada de la ayuda externa es un capítulo determinante del desarrollo de nuestra crisis actual, porque es la más cercana al venezolano que sufre. Lo correcto es ponerse del lado correcto de la historia. Lo apropiado es facilitarla en lugar de darle la espalda.
Quienes lo hagan y se opongan a su efecto benefactor pagarán muy caro su dislate.