La empresa privada es mala, es nociva para la salud económica de los países. Eso de la iniciativa privada, de que gracias a ella podamos tener diversidad de bienes y servicios y que con la competencia se obtengan beneficios en precios y calidad es lo que debemos evitar en Venezuela. Siempre será mejor contar con un Estado gigantesco, inmiscuido en la mayoría de los sectores de la economía, eso es preferible a uno que solo se aboque en generar las condiciones adecuadas para el desarrollo de un sector privado sólido. Nuestro país es una prueba de lo importante, de lo necesario, de lo beneficioso que es atacar al sector privado.
Cuando estatizaron la Corporación Venezolana de Guayana, la Cantv, la Electricidad de Caracas, el Banco de Venezuela, las empresas petroleras de servicios en el sur del lago, las cementeras, las cafeteras, Agroisleña, las empresas productoras de harina y un largo etc., la situación económica del país mejoró de manera importante. También en el año 2008, cuando las reglas del juego cambiaron notablemente en la industria petrolera y se fueron empresas tan importantes como Exxon y Conoco, la producción petrolera aumentó y hoy vivimos las mieles de esas deserciones.
Fue impresionante observar cómo una parte importante de la población mostró su satisfacción ante la ola de nacionalizaciones que ocurrió en Venezuela hace más de una década. El venezolano esperaba, como en efecto ocurrió, que las tarifas fueran ajustadas y paralizadas en el tiempo. Hoy pocos tienen claro de cuánto es su factura de electricidad, agua, telefonía, Internet o cable. Lo importante era que dejáramos de pagar, poco importa la sostenibilidad fiscal y de operaciones. Así es que se gobierna era el canto. El gobierno prometió lo que cumplió: acabar con el abuso.
Y es que esa siempre ha sido la queja: el comerciante abusa, es maluco, nos quiere cobrar caro por ofrecer un bien y/o servicio, cuando nosotros como venezolanos y dueños de la riqueza petrolera merecemos las cosas baratas. El comerciante no debe ganar mucho, eso es ser especulador y la especulación es negativa, va en contra de nuestros valores. Sabiamente el gobierno les impuso una ganancia de máximo 30%, porcentaje que para algunos es muy elevado.
Un ejemplo maravilloso que nos ilustra como ciudadanos es el precio de la gasolina. No importa con quién hable, hay un sentimiento según el cual debe ser barata, regalada, total “es la manera de tener acceso a una gótica de petróleo”, aunque también algunos sostienen que “mejor es que no la suban, porque si lo hacen el gobierno se roba esos reales” o el clásico, “yo a ese presidente no le voy apagar la gasolina, a otro sí”. La sabiduría del pueblo es infinita, por eso tal vez dicen “que nunca se equivoca”.
Hoy Venezuela vive un momento estelar. Como sociedad presenciamos hace 20 años los primeros intentos del gobernante de turno de realizar cambios radicales en el sistema político y económico del país, pero lejos de molestarnos nos gustó, los aplaudimos, era lo que en el fondo queríamos, nos ofrecieron lo de siempre, aunque con un discurso más carismático. Y es que llegó el momento de sincerarnos, para nada debemos creer en eso de economía de mercado, en las supuestas bondades de la privatización, en lo necesario del cobro de impuestos o en los pagos de servicios públicos (menos aún en pagar matrículas elevadas por la educación de nuestros hijos), en desmontar los controles o en dejar de depender del Estado-gobierno para comida, vivienda, salud, etc.
Vivan Curcio, Valencia, Guissepe, Boza, Valdez, Farías, Salas y tantos otros expertos económicos que con sus ideas visionarias y soportes ideológicos hacen lo posible para que el gobierno siga el actual camino.
Sigamos con el discurso antiempresa, apoyemos que el Estado-gobierno continúe su labor de control, persecución y justicia. Nuestros pares (Corea del Norte, Cuba, Zimbabue, Sudán) en eso de ir contra la empresa privada son, al igual que nosotros, paladines en la generación de bienestar y en reducción de la pobreza. Sigamos así.
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