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Monumentos sobre monumentos

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A propósito de las refriegas de Charlottesville han aparecido muchos artículos en la prensa estadounidense sobre el tema de los odios raciales, pero también una seria reflexión sobre el alcance de los monumentos históricos. ¿Cuál es el significado de una plaza, de un busto, del nombre de una calle? ¿Qué sentido tiene la apuesta por la posteridad? Comencemos con la frase del historiador Carl Becker que nos sirve de guía: “La historia es lo que el presente decide recordar sobre el pasado”.  El articulista Eric Foner recoge esta máxima y apunta desde The New York Times: “Los monumentos históricos son una expresión de poder, y son la indicación de que quien lo detenta lo hace para decidir a quién recordar en los espacios públicos”.

El palurdo de Juan Vicente Gómez, entre las muchas cosas que realizó y pacificó con sus métodos diseñados desde el miedo, rindió la ofrenda del poder sobre la que abunda Foner. Con recato pero con ahínco, su gobierno sembró de monumentos históricos la geografía nacional haciendo relevantes los sitios claves de la guerra de Independencia. La más célebre de estas edificaciones a la historia se inauguró el 24 de junio de 1921, en Carabobo. Antes de su refacción en los setenta, lo visité siendo un niño. Se recorría una carretera solitaria y al final se llegaba al monumento. Los escasos visitantes abrían y cerraban la portezuela que le daba entrada y detrás de aquella modestia republicana aparecía el arco de la épica de la nacionalidad.

Los doscientos años de la República no fueron pródigos en elevaciones.

La historia parece interesar solo como correlato para su distorsión. En la plaza de San Jacinto montaron un extraño cohete, un dispositivo muy fálico para honrar el establecimiento republicano. El teórico Juan Germán Roscio, que acusó al despotismo junto a Dios, no habría entendido ese erguido artefacto. El tirano Pérez Jiménez quiso erigir en el cerro Ávila una estatua gigante, al estilo del Coloso de Rodas, para celebrar a don Simón José Antonio. Es difícil llamar ignorante a un presidente, por lo que Carlos Raúl Villanueva le contestó a Marquitos que “no se podía levantar un monumento sobre un monumento” y hasta allí llegó la cosa.

Para el bicentenario de la batalla de Matasiete se acaba de alzar al lado del admirado monumento de siempre una suerte de antena o de nuevo proyectil coronado con una estrella del Vietcong que ni dialoga ni respeta el viejo monolito, sino que se impone de forma grotesca. Obviamente, sus autores desconocen la anécdota de Villanueva, así como carecen de toda idea estética. Creo que hasta don Pablo Morillo hubiese rechazado este supuesto tributo a sus vencedores espartanos.

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