Haciendo memoria podremos recordar que la Menos Unida que Desunida (MUD) cada vez que tiene ases en la mano y el triunfo a la vuelta de la esquina, pone la torta. El problema es que quienes pagan el plato roto no son los dirigentes mudistas, somos todos, los pendejos de siempre y los que no vivirán para contarlo. La MUD tiene instinto suicida.
Hace poco más de un año todo parecía que había acabado, incluso después de una intervención del infaltable Zapatero. La OEA y Almagro saboreaban suculentos la Carta Democrática y unas semanas después aquella oposición/MUD, que cantaba victoria eufórica, acuerda la estulticia incomprensible y unilateral con el ex presidente español, representante oficialista, un diálogo contraviniendo los deseos de sus representados.
El gobierno, que preparaba sus garras para defenderse del desmoronamiento que suponían se les vendría encima, respiró y sonriente expulsó un largo y satisfactorio suspiro de alivio disponiéndose a ejecutar lo que mejor sabe y practica. Conversar, aceptar, acordar, mentir, manipular y después olvidarse del asunto. La MUD quedó como los enamorados traicionados. En ridículo y quejándose.
Con el dinero es diferente, oficialistas lo galantean y se enamoran, pero no saben cómo manejarlo, razón por la cual dependen de testaferros, a través de los cuales autoridades expertas como las de Estados Unidos y Europa suelen descubrirlos. Especialistas en “inversiones” y lavado de dinero aparecen poco, pero actúan conscientes de que sus clientes son oportunistas cleptómanos, pero ignorantes.
La riqueza, como la gripe y la cojera, cuesta ocultarla. Corruptos locales van a instituciones financieras reconocidas, sin tener idea –ahora empiezan a comprender tras las pedagógicas sanciones– del increíble, acucioso y poderoso alcance de los gobiernos, especialmente el de Washington. Adquieren propiedades dignas de estupefacción y fisgoneo en sitios exclusivos, lucen costosas prendas y relojes, visten ropas de marca, adquieren jets privados, aparecen en revistas de sociedad y algunos, aún más codiciosos, no se conforman con importar productos con moneda barata y venderlos a su gobierno –y cómplices– con 300% o más de ganancia –cuando los traen y no se los roban– sino que se lanzan al monetariamente seductor, moralmente aberrante y judicialmente de alto riesgo negocio del comercio de menjurjes, drogas y pócimas.
Son ellos, de las compañías de maletín y esplendores ofensivos que por algún tiempo disfrutan con dineros mal habidos. Quienes los amparan han seguido en Venezuela, ahogados en dólares que, incluyendo obsequios –sin autorización ciudadana– a cuanto régimen avispado o país adulante encuentran, inmisericordes lo han despilfarrado. Ingenuos y pánfilos pensaron que la prosperidad solo necesita muchos bolívares, mientras manirroteaban el patrimonio. Ganaron votos inmorales y a cambio dejaron sectores nacionales capaces de producir sin divisas, ayuda o protección. Fueron matando al bolívar puñalada tras puñalada. Lo hirieron a tal punto de gravedad que hoy es solo papel.
Un régimen de maneras castristas, vetustas y desusadas no tiene forma de recuperar el valor de su moneda, lo que indica que la dolarización emergerá triunfal. ¿Será sorpresiva? No tanto, ya se está utilizando y parece que no hay salida, se siente en el bolsillo en todos los ámbitos comerciales. Solo faltaría dolarizar el salario y, por supuesto, las prestaciones sociales como ofreció y propusiera en campaña electoral aquel “ilustre prestigioso imbuido de sabiduría e iluminado”, impuesto a troche y moche en Caracas. Que tampoco inventó nada, excepto algunas mentiras descaradas e inútiles como aquella célebre maracuchada de la “tarjeta negra”. Hoy rebautizada: carnet de la patria.
Son muchos los expertos en materia monetaria quienes consideran que llevando adelante un proceso de dolarización, Venezuela podría poner fin a la crisis económica. El ejemplo expuesto para justificarlo es Ecuador, que estando en situación similar se vio obligado a dolarizar su día a día. Los índices económicos son factores determinantes que muestran que no hay otra solución, y, como aquel Ecuador ya superado, al no poder sostener un sistema de disciplina, debió tomar la brusca medida.
La distorsión con el bolívar es de tal dimensión, incluso con la emisión del papel moneda, que algunos billetes llevados al precio del dólar en el mercado –menores a 10.000– tienen un costo superior a su poder de compra. Y si no estamos pagando millones por un kilo de arroz es porque una vez Chávez le quitó de golpe y sin respaldo 3 ceros al bolívar.
Venezuela se desliza sin freno por una espiral mortal, se hunde, la crisis económica no puede ser peor, la social y política no vale la pena ni comentarlas. La caída es monumental en todos los espacios y sus consecuencias perversas, difíciles (pero todavía no imposibles de superar), el desplome de la producción es incuantificable, combinado con la terca, obsesiva e ilusoria guerra económica que nunca existió y que al final los derrotó, explica claramente el fin oficial del bolívar como moneda.
Condenado el bolívar, durante su agonía la MUD se fortaleció con la indignación de la ciudadanía. Tomó las calles, puso contra la pared y asustó al oficialismo a tal extremo que solo supo responder con represión sangrienta. Esa MUD triunfante, retadora, convocó al país y asombró al mundo el 16J, el ánimo y la esperanza habían retornado con fuerza y fe; el futuro –por fin– se veía cerca y despejado sin nubarrones, mientras gobiernos y naciones no solo brindaban su apoyo y rechazaban, sino que advertían que no reconocerían lo que la írrita constituyente a la cubana de Maduro decidiera.
Los gobiernos se mantienen firmes en su decisión y no han dado marcha atrás; la MUD, por el contrario, claudicó. Los ciudadanos venezolanos y de otras latitudes quedaron con la boca abierta, consternados y afligidos cuando el mismo día que Smartmatic reconocía que se había cometido un gran fraude en el proceso vacío de pueblo el 30J, la MUD anunciaba que iría a elecciones y cumplirían las condiciones de los mismos defraudadores.
Esta vez el cañonazo no fue a los pies, que es doloroso pero se alivia, sino al corazón que muy pocas veces se cura.
@ArmandoMartini
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