Hace años nos mudamos a un anexo que alquilaban amoblado. Allí, en su caja original, descubrimos una vajilla antigua, fina, hermosa y completamente nueva. El propietario nos explicó que perteneció a sus padres y que nunca la usaron esperando que llegara un momento especial. Ellos fallecieron y el momento especial nunca llegó. Dijo también, el dueño de la casa, que si queríamos podíamos usarla… Qué triste. Una pareja murió sin disfrutar algo que para ellos era importante. Jamás comieron en esa vajilla ni las copas de cristal que le hacían juego, fueron levantadas para proponer un brindis.
Por eso no debemos esperar un momento especial para ser felices. Cada momento es especial y la vida debe festejarse no mañana, sino ahora. Debemos ser felices en este instante, no después. Nadie sabe qué puede ocurrir y de eso, ya conocemos muchas historias. Prioricemos y administremos nuestro tiempo con la razón y el corazón. Debemos organizarnos para lograr hacer las cosas que realmente son importantes y nos dan alegría.
Una camisa nueva, por ejemplo, hay que cuidarla pero también hay que usarla todas las veces que deseemos. No guardemos las cosas, ¡disfrutémoslas!, para eso son, no vaya a ser que nos pase como a los viejitos de la historia. Eventualmente salgamos a pasear, a comer un helado con nuestros hijos, vayamos al cine o veamos una película en casa. Debemos tratar de hacer aquello que nos hace felices.
Hay un poema extraordinario y por todos conocido titulado “Instantes”, cuya autoría ha sido controversial. Se le atribuía al argentino Jorge Luis Borges, después a una norteamericana de nombre Nadine Stair y hoy en día se afirma que ni siquiera era un poema, el original, era un texto escrito en prosa en 1953, por el caricaturista y humorista Don Herold.
Sea cual sea la verdad, no importa quién fuere el autor, ni si estaba escrito en verso o prosa, cursi o no, escritor afamado o humorista, lo realmente transcendental es el mensaje que quiso dejar: hay que aprovechar cada momento de la vida para hacer aquellas cosas que nos harán felices, antes de que la muerte o el pasar de los años lo impidan, porque entonces sólo sentiremos nostalgia por aquello que no nos atrevimos a disfrutar y la felicidad, que quede claro, también es una elección.
Los venezolanos queremos una vida tranquila y segura en un país libre y justo. La felicidad es un derecho. Luchamos para lograrla y no es cierto que nos riamos de nuestras desgracias. No. Lo que sucede es que tenemos la extraña, la muy extraña y maravillosa facultad de intentar ser felices a pesar de las penurias.
Merecemos que nuestra estadía en este impredecible y breve tiempo que nos da la vida sea de calidad. No es cuestión de transformarnos en desenfrenados e irracionales optimistas o pesimistas, según sea el caso, es simplemente aprender a valorar y disfrutar lo poco o mucho que tenemos bajo cualquier circunstancia, pero sin destruir a quienes luchan por lo mismo y están de nuestro lado porque eso sería practicarnos un harakiri.
Nadie está exento de problemas pero, los venezolanos, tenemos algo a nuestro favor, siempre contaremos con familiares y amigos quienes nos apoyarán incondicionalmente si así lo necesitamos, y es que en este país somos cariñosamente solidarios.
En fin, el objetivo de la vida es ser feliz. Debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para logarlo y jamás olvidar que lo único que realmente vale la pena es entregar, recibir y compartir felicidad… así de básico, así de simple y sin mayores pretensiones.