El 20 de junio pasado publicamos en esta columna un artículo con el mismo título, salvo la última parte en la que afirmaba lo contrario. ¿Cómo es posible tal contradicción? ¿Antes pensábamos que era parte de la solución y ahora no? La verdad es que el mito en este caso es dual, porque como utopía nos puede animar a resistir la dictadura y luchar por la libertad; pero al mismo tiempo los demócratas en Venezuela han mitificado la democracia hasta tal punto que creen que la misma es tan fuerte que sigue existiendo de alguna forma en la actualidad. Las consecuencias son conservar una mentalidad y conducta que solo se puede ejercer en sistemas democráticos y no en los autoritarios. En pocas palabras: estaban atornillando un tornillo a la pared cuando de repente desaparecieron las estrías, y nosotros seguimos con las mismas herramientas dándole vueltas. ¡No! Ahora necesitamos reinventar, usar otros medios para lograr la vuelta de la democracia.
El mito es el problema porque nos hace comportamos de forma inadecuada. Debemos retomar lo que nuestros primeros hermanos demócratas aprendieron en tiempos del perezjimenismo: a luchar en las peores condiciones, tales como la clandestinidad en ocasiones, los famosos papeles bajo la puerta (que ahora se multiplican a través de las redes), aprender todas las técnicas de activismo de lucha no violenta pero tampoco tonta en un largo etcétera. En general es asumir la prudencia ante todo. No pensar que por poseer derechos inalienables podemos ponerle el pecho al arma de un esbirro pensando que no la usará. No se puede seguir formando militantes para lo electoral exclusivamente, sino que se deben enseñar los métodos para enfrentar a los autoritarios sin dejar de ser demócratas. Hay que preguntarse una vez más si los comicios, aunque sepamos su condición no real, puede servir para los objetivos que nos proponemos.
La otra cara del mito democrático es que juzgamos a nuestros líderes (o dirigentes) como si ellos tuvieran plena libertad para actuar, es decir, como si no estuviesen “secuestrados”. Nos imaginamos viviendo a lo interno de una organización democrática en un ambiente de plenas garantías y seguridades, por lo que no entendemos que los que dirigen la lucha por la democracia no hagan más, es decir, no ganen elecciones o retomen el poder. Para mí es como reclamarle a una persona que está amarrada y amenazada por un matón, por el hecho que ha fracasado en todos sus intentos de liberarse. Con esto no justifico las responsabilidades que debemos tener (y deben tener los dirigentes), junto a la capacidad para ser asertivos; pero no podemos ser tan duros porque sería no ver la realidad y eso no es ser justos.
Y por último, esta cierta prédica que afirma que no necesitamos ayuda de los demócratas no venezolanos. “Los venezolanos resolvemos nuestros propios problemas”, señalan una y otra vez, como si reconocerse necesitado fuera un delito, como si el mundo libre no es una tarea de cooperación de todos los países que creen en el supremo valor de la dignidad de cada persona humana.
Nota de duelo: el jueves 20 de septiembre de 2018 mi tío materno Raúl Gerardo Agudo Vicci falleció en la ciudad de Barquisimeto. Sirva esta nota para hacer llegar, una vez más, mis condolencias a sus familiares directos: su esposa, mi tía María Eugenia Salas, y sus hijos: mis primos Raúl Ivanhoe y Marianne Agudo Salas; y a toda la gran familia (en especial sus hermanos Agudo Vicci, Castillo Vicci y Agudo Linares), junto a sus amigos. Siempre recordaré a mi tío como una persona alegre, generosa y sencilla; de manera que logró hacer vida los auténticos valores del ideal cristiano de humanidad. Un logro que no se compara con ningún éxito material por más que nuestra sociedad actual lo exalte.
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