COLUMNISTA

Mirarnos en espejo ajeno

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Ya en Venezuela, como si los tiempos corrieran más rápido de lo que van, algunos aficionados a políticos –bien intencionados, por cierto– se han dedicado a estudiar el tema del “perdón” que pudiera ser parte del proceso de vuelta a la normalidad de nuestro país, una vez que esté en marcha el anhelado tránsito hacia un país respetuoso de los derechos individuales, es decir, tan pronto hayamos retornado al juego democrático. 

El tema debe sin duda ser estudiado. ¿Qué hacer con las agresiones a nuestros hermanos de parte del narcorrégimen criminal y sus secuaces, cómo actuar a posteriori en relación con los crímenes, los secuestros, las desapariciones, los ajusticiamientos, las torturas perpetradas en cabeza de gentes con rostro y familia?

El caso es que en el país vecino, los colombianos se encuentran ensartados hoy en la misma diatriba que nosotros enfrentaremos más tarde, solo que ellos ya convinieron entre los buenos y los malos un “régimen transicional de justicia para la paz” que tiene más huecos que un colador y que nos hace ver que es imperativo anticipar lo que los neogranadinos están viviendo hoy, cuando ya es un hecho irreversible este régimen conocido como JEP.

Le he querido ceder el resto de mi espacio de hoy a un gran estudioso y conocedor del tema, el colombiano Jaime Jaramillo Paneso, abogado, docente y escritor, quien se explaya en explicar en el periódico Debate de Bogotá la contradicción entre las aspiraciones de los criminales de las  guerrillas y el Estado y la sociedad democrática.

Le robo a Jaramillo unos párrafos que pueden ayudarnos a  anticipar hasta dónde llegan las aspiraciones de quienes masacraron una sociedad y hoy se sienten con derecho a un trato no solo benévolo, sino de impunidad de parte de los agraviados. Un hueso, por cierto, muy duro de roer.

“Durante varias audiencias públicas han comparecido ante el sultanato moderno las víctimas directas de los crímenes de lesa humanidad y de guerra. Han narrado horribles torturas y condiciones en que fueron tratados por las FARC-EP. Estos ciudadanos colombianos, militares y civiles, que purgaron un cautiverio inhumano y cruel, casi todos rescatados por la fuerza pública o por evasión, en su desgracia por lo menos conservan la vida, aún con serios traumas psicológicos. ¿Qué pensar y pesar de quienes, además de estos maltratos, perdieron la vida por fusilamiento, enfermedades, torturas e inanición? Todavía las familias y los colombianos todos preguntan por los 857 desaparecidos en manos de las FARC, de los cuales no dan cuenta ahora ni darán jamás. Basta que los criminales acepten los cargos  y se allanen a los principios siempre burlados de no repetición y reparación a las víctimas, para que la JEP dicte sentencia y aplique las penas alternativas que no implican castigo alguno intramural. 

Los testimonios de estas víctimas, sometidas por cuarta o quinta vez a repetir y repetir sus sufrimientos ¿acaso no han convencido a los jueces y a la ciudadanía que se trataba no de una guerra civil ni de un conflicto interno, sino de una enorme cuadrilla de malhechores que, invocando razones políticas y altruistas, cometían delitos no amnistiables contra la sociedad y el Estado colombianos?

Con generosidad prevaricadora y cobarde, hemos convertido todos sus crímenes en “delito político”, una especie de transustanciación misericordiosa, de transformar el agua en vino, para que no faltase en la fiesta ‘nobelera’ de Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño ‘Timochenko’. 

…Preguntémonos, finalmente, ¿para qué todo ese castillo artificial y teatrero, ese engranaje de togas con lentejuelas, el repetido testimonio y denuncia de las víctimas, si sabemos anticipadamente que las condenas serán simbólicas? ¿Para dar la impresión sugestiva a los colombianos de buena fe y a la “comunidad internacional” de que sí hubo justicia? Valiente y costosa “justicia” de plastilina…”

Así pues, tomemos en la mano el espejo de los colombianos de hoy y hagamos el ejercicio de interrogarnos si es hacia allí que queremos dirigirnos una vez que nuestras autoridades hayan claudicado ante las presiones internas, las externas y su propia fractura interior, y den el paso de devolver el bagazo de país que queda a quienes quieren vivir en democracia, en paz y en progreso.