COLUMNISTA

Mienten hasta cuando dicen la verdad

por Carlos Blanco Carlos Blanco

El atentado de los drones mueve sus hélices en la penumbra de las especulaciones. Si el régimen dice que fue un atentado, la reacción espontánea de la opinión pública es creer que fue un montaje de Maduro para distraer la atención en momentos en que su dominación se tambalea. Todo resulta irreal por la combinación de una explosión, el rostro atónito de Maduro y de los militares de más alta graduación, la cobertura nerviosa de la inmensa masa presidencial con pantallas blindadas y finalmente la corredera de las tropas estacionadas en la avenida Bolívar. Todo parecía un circo, sobre todo cuando en previos desfiles se han mostrado escenas grotescas con representaciones de Bolívar, la Negra Matea y los héroes de la Independencia, todos transfigurados en locutores de grave voz.

El asunto comenzó a tomar otro cariz cuando los periodistas y curiosos reportaron noticias más completas, con la crónica de que las carrerillas fueron genuinas; las palideces se hicieron presente en los generales cuatriboleados y el pánico se enseñoreó en las altas esferas. Parecía que, en realidad, como que un atentado contra los jerarcas habría tenido lugar.

El aspecto al cual quiero referirme en esta nota es que, en la hipótesis de que realmente fue un atentado, el régimen lo ha llenado de tantas ficciones, cuentos, patrañas e historias, que a estas alturas parece mentira. La primera e instintiva reacción de los jefes rojos y del propio Maduro fue acusar de la operación al ex presidente de Colombia Juan Manuel Santos, al imperialismo (Estados Unidos), la ultraderecha, los grupos resistentes y todo bicho con uña opositora o disidente. Sin investigar nada; apenas como espasmo inevitable, el dedo rojo apuntaba hacia los sospechosos habituales, responsables hasta de los cólicos de Maduro. Obviamente, una maquinación de esa naturaleza no está inscrita en la política opositora, porque se sabe, sin necesidad de ser erudito historiador, que toda acción de terror solitario genera una brutal reacción represiva, en la cual los tiranos aprovechan para pasar facturas viejas y nuevas.

La información dada por el régimen ha convertido en sospechosa su propia denuncia y la argumentación que la rellena. Resulta más fácil pensar, después de tantas añagazas desde el poder, que esta es otra más. Y a quienes sí creen en la existencia de un intento de este rango, les comienza a resultar más plausible buscar a los culpables en el marco del descontento interno.

En síntesis, el atentado se ha convertido en un minicidio y en nuevo episodio de la subverdad.