Amplios sectores políticos y sociales de la América Latina iniciaron una intensa polémica sobre el destino que tomaría México, apenas se conoció el arrollador triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador, un importante líder de izquierda. Los argumentos en discusión fueron dos: el nuevo gobernante mexicano iniciará un proceso parecido al venezolano, debido a su afinidad ideológica con la Revolución cubana, agravado por la cercanía geográfica con Estados Unidos. Otros, más prudentes, rechazaron esa tesis afirmando que, al contrario, el nuevo presidente electo había mostrado un importante sentido político, el cual le permitió ganar la jefatura del gobierno del Distrito Federal, mediante elecciones, para luego mantener un excelente equilibrio con el gobierno federal; subsistir en el PRD, después de haber sido derrotado como candidato presidencial, en dos oportunidades, hasta crear Morena, su nuevo partido. Sin duda, un trascendente debate que, según quien tenga la razón, puede significar el posible destino de nuestro continente.
Se requiere, para tomar una posición responsable en el debate, evaluar con sentido crítico la copiosa información que está circulando en los distintos medios de comunicación y un suficiente conocimiento de la historia de México y de la forma de ser de su pueblo. Se debe tener presente que México es el único país de la América Latina en el cual tuvo realmente acogida el régimen monárquico. La curiosa presencia de Agustín de Iturbide, quien estableció el imperio como sistema político, con el respaldo de la aristocracia criolla, indica una tendencia conservadora de su sociedad. Por otro lado, el centralismo de los gobiernos conservadores provocó la escisión de las provincias centroamericanas, la independencia de Texas, la guerra con Estados Unidos y la firma del tratado Guadalupe-Hidalgo que legalizó la pérdida de Alta California, Nuevo México y parte de Arizona. De esta tragedia histórica proviene el intransigente nacionalismo mexicano.
La derrota frente a Estados Unidos y la lucha interna entre liberales y conservadores dio inicio a la Revolución de la Reforma y la presidencia de la República de Benito Juárez, quien realizó un excelente gobierno de tendencia liberal. A su muerte, en 1872, se estableció la autocracia de Porfirio Díaz con el respaldo conservador, hasta 1910, fecha en que se inició la Revolución mexicana. Los asesinatos de Venustiano Carranza y de Álvaro Obregón marcaron de tal manera al pueblo mexicano que el principio de la no reelección se hizo sagrado. La presidencia de Plutarco Elías Calles, en 1928, le permitió mantener, aunque con distintos presidentes, un fuerte predominio político hasta 1934. En ese año triunfó en las elecciones Lázaro Cárdenas, quien reaccionó en su contra exilándolo. A partir de ese año la historia mexicana se estabilizó mediante la hegemonía política del PRI, cuyos candidatos se turnaban en la presidencia, pero siempre respetando la no reelección. Al final del gobierno de Ernesto Zedillo, después de una importante reforma electoral, triunfó en las elecciones, en dos oportunidades, el Partido Acción Nacional con sus candidatos Vicente Fox y Felipe Calderón. En las elecciones de 2012 el PRI retornó al poder con el triunfo de Enrique Peña Nieto.
Estos hechos históricos de la política mexicana nos proporcionan algunos elementos para el análisis de lo que se puede esperar del futuro gobierno de López Obrador. Esos elementos son: el sistema político mexicano ha rechazado consistentemente, a partir de 1928, la reelección presidencial, lo cual representa un importante contrapeso ante cualquier aspiración no institucional. Igualmente, la élite social mexicana tiene una marcada tendencia hacia importantes valores conservadores. Es verdad que la Revolución mexicana logró debilitar ese sentimiento, pero la estabilidad institucional, producto de la hegemonía del PRI, limitó en mucho el igualitarismo y el populismo que la Revolución propugnó. Otro aspecto a considerar es el reconocido nacionalismo mexicano. La pérdida territorial sufrida ante Estados Unidos no es fácil de olvidar, pero la necesidad de la integración económica con el país vecino le hace comprender a su pueblo la necesidad de evitar innecesarios enfrentamientos.
Así mismo, es importante conocer la trayectoria pública de Andrés Manuel López Obrador. Es un político profesional que ha militado en los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y de la Revolución Democrática (PRD). También lo hizo en el Frente Democrático Nacional (FDN), una coalición que apoyó la primera postulación presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, en 1988. Tras su salida del PRI, se convirtió en un fuerte adversario de los gobiernos de ese partido. En 1996 fue elegido presidente del PRD, y logró que su partido se transformara en la segunda fuerza en la Cámara de Diputados. Se lanzó como candidato para la jefatura del gobierno de la capital mexicana y alcanzó un importante triunfo electoral. Durante su gestión, entre diciembre de 2000 y julio de 2005, realizó una importante obra administrativa con un amplio sentido social.
El PRD lo presentó dos veces como candidato presidencial, pero, a pesar de haber contado con buenos niveles de preferencia, los resultados electorales le fueron desfavorables ante Felipe Calderón del PAN y Enrique Peña Nieto del PRI. Obtuvo su actual triunfo electoral como abanderado del Movimiento de Regeneración Nacional, un partido fundado por él hace cuatro años al retirarse del PRD. Tal como lo señalaban las encuestas, resultó triunfador ampliamente, con 53% de los votos. Este indiscutible triunfo le permitirá, además, tener una sólida mayoría en la Cámara de Diputados. No hay duda de que López Obrador tendrá que enfrentar complejos problemas al asumir la presidencia. Ojalá su experiencia y fuerza política le permitan realizar una trascendente obra de gobierno que dé respuesta a los angustiantes problemas mexicanos.
La orientación del artículo permite ver claramente cuál es mi posición en el debate al cual hice referencia en su inicio. Pienso que la dilatada trayectoria y formación política, así como el sentido de hombre de Estado de Andrés Manuel López Obrador no le permitirán siquiera pensar en atentar contra el bienestar y la libertad de los mexicanos, como lo han hecho Hugo Chávez y Nicolás Maduro en contra de nuestro pueblo. El presidente López Obrador debe conocer perfectamente nuestra tragedia. Sus causas son simples de determinar, aunque sus consecuencias casi imposibles de resolver. Creyeron que podían aplicar una visión ideológica sobrepasada en el tiempo: el socialismo del siglo XXI, inspirado en el estalinismo, el cual condujo a los pueblos de la Unión Soviética, de Cuba y ahora de Venezuela a morirse de hambre y de enfermedades. Una verdadera tragedia que estoy seguro no vivirá México en el próximo gobierno. Al contrario, espero que el popular AMLO, reconocido en su legitimidad por todos los gobiernos democráticos del mundo, se transforme en un factor fundamental para que Venezuela y Cuba retornen, a la brevedad, a la democracia y a la libertad.
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