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En medio de los miedos

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El 23 de enero de 1958 es considerado por la sociedad venezolana como uno de los días más importantes de la historia contemporánea del país, debido a que ese día un movimiento cívico-militar alcanzó a derrocar al gobierno de Marcos Pérez Jiménez, y este logró huir de la nación, rumbo a la República Dominicana, a bordo del avión presidencial la «Vaca Sagrada», para ser recibido por otro dictador de la época, Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Ese suceso ha quedado impreso en la memoria de los venezolanos, porque a pesar de que muchas generaciones no lo vivieron en carne propia, aquellos que participaron, directa o indirectamente, han logrado transmitir a esta camada de connacionales nacidos después de esa fecha, la importancia de la gesta y del sistema democrático, con sus altas y bajas, que se logró instaurar a partir de ese momento.

Para alcanzar la sostenibilidad de la recién instaurada democracia, se logró un acuerdo de gobernabilidad a través del Pacto de Punto Fijo (se le llama así porque se firmó en la residencia del ex presidente Rafael Caldera que tenía ese nombre). Quienes suscribieron el convenio fueron Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Gonzalo Barrios (AD), Jóvito Villalba, Ignacio Luis Arcaya y Manuel López Rivas (URD), Rafael Caldera, Pedro del Corral y Lorenzo Fernández (Copei), y fue refrendado el 31 de octubre de 1958. Esta alianza, satanizada por los movimientos de izquierda, logró darle estabilidad política al Estado, durante 40 años, al que muchos colocaron el mote de cuarta República. ¿Que no se incluyó al Partido Comunista en el acuerdo? Tuvo sus consecuencias políticas, sin dudas, pero esa es otra historia.

La esencia democrática que logró permear en todas las capas sociales nunca pudo ser extirpada, a pesar de que se convirtió a la gran mayoría de la población en cliente político y aunque Hugo Chávez antes y ahora el señor Nicolás Maduro se esmeraron en catalogar como perversos a los partidos tradicionales. Pero hubo algo que nunca pudo ser alterado, no obstante las continuas restricciones a la autodeterminación, me refiero al espíritu libertario sembrado en 1958.

Ahora nos encontramos en circunstancias similares, 61 años después. Una forma de gobernar llegó al colapso debido a la ceguera que produce el poder por el poder. Se enfrascaron e hicieron de la intolerancia, la discriminación, la persecución y la criminalización sus banderas políticas. Aunque vociferan a diestra y siniestra que están abiertos al diálogo, los hechos tienen otro matiz. Gobernaron a espaldas del país, sin tomar en cuenta que había otras fuerzas políticas importantes, que desde el 2015, eran evidentemente mayoría. Pero la ceguera que produce una ideología como la comunista, en la que quien piensa diferente es mi enemigo, impidió y socavó la credibilidad de la revolución bolivariana.

Un sistema democrático no es solo realizar elecciones. Es saber manejar las diferentes coyunturas políticas para generar esa paz social que necesita una nación. Entender, como estadista, cuándo buscar alianzas, realizar acuerdos, permitir otras voces que ayuden al buen manejo del Estado. No es llenarse la boca diciendo la cantidad de procesos electorales realizados, lo que no vale nada, porque el que piensa diferente es aplastado y en el peor de los casos, encarcelado.

Abrazaron a los excluidos para aprovechar su inocencia y sus necesidades, divulgar su demagogia, encauzar el fanatismo y propiciar la lucha de clases, que no era otra que una pelea de pobres contra pobres, para que la cúpula revolucionaria se enriqueciera.

Actualmente, la realidad que vive el país es producto de esa ceguera revolucionaria, sectaria, intransigente y dogmática que se instaló en Venezuela a raíz de esa ficción llamada Socialismo del siglo XXI. Los bolivarianos han llevado a la nación a esta realidad, en que la legalidad institucional es cuestionada y los procesos electorales no son aceptados, por el claro ventajismo y el peculado de uso que han hecho los gobernantes de turno.

Quieran o no, se ha comenzado a cerrar la página del chavismo, que giraba alrededor de la figura del ex presidente Hugo Chávez; a raíz de su muerte, trataron de alargar una realidad que ya era intragable para la población debido a la ineptitud e incapacidad en el manejo de los designios del país.

Estamos en medio de los miedos, porque aunque es conocido que el régimen es totalitario, corrupto y perverso, los que están en los puestos de mando no dejarán el poder fácilmente; no por su apego al país y el respeto a la Constitución y las leyes, no, sino porque se resisten a dejar atrás todos los beneficios que se obtienen manejando a discreción el presupuesto de la nación.

Los revolucionarios con su proceder se declararon usurpadores por no respetar las condiciones mínimas de la democracia, pues la farsa, la burla y el fraude eran las condiciones que más sobresalían. Ahora, no hay bono que detenga a la población. No hay bolsa de comida que pueda paliar el espíritu de libertad que está incrustado en el ADN del venezolano.

Pero hay miedo, estamos en una espiral muy peligrosa. Las protestas se pueden tornar más violentas, porque el pueblo tiene hambre y la desesperación de no poder satisfacer sus necesidades básicas, lo puede empujar a hacer cualquier cosa. Solo la oposición, con su poder de negociación, podrá contener esa avalancha de rabia y desilusión que siente el venezolano por la estafa que ha representado, durante dos décadas, esta pseudorevolución.

Sin embargo, como buen país subdesarrollado, en el que los civiles estamos subordinados al poder militar, lamentablemente dependemos de ellos para poder llegar a acuerdos que permitan garantizar la paz y la concordia que la nación necesita.

Los eventos obligan guardar silencio, paciencia y mucha prudencia. Que Dios nos acompañe y ayude.

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